III Domingo de Pascua (A)
Desde hace dos domingos, desde el día de Pascua cada Evangelio en las celebraciones de la misa ha sido una aparición de Cristo resucitado.
Cada día Cristo se nos hace presente, encontradizo, cercano, camina a nuestro lado. Como hace hoy con los discípulos de Emaús.
Ay, los discípulos de Emaús... tristes, dudosos, en retirada... conociendo las escrituras y habiendo visto su cumplimiento, incluso habiendo oído de alguno de los nuestros que estaba vivo. Qué bien nos representan. Tenemos, como ellos, a Jesús delante y nuestros ojos no son capaces de ver. Entran tantas cosas por nuestros oídos que no somos capaces de escuchar. Tantas cosas llenan nuestro corazón que ya no cave el amor.
Jesús les deja hablar, los escucha, camina con ellos... solo cuando callan y escuchan, entienden; y arde su corazón en el camino. El volver a las fuentes, que tanto resaltó el concilio Vaticano II es lo que viene a decirnos hoy la Palabra. Cristo ayer y hoy, principio y fin, el primero y el último, Cristo siempre y Cristo centro. Sin Cristo y Cristo resucitado nuestra vida no tiene sentido.
Solo cuando como los de Emaús dejamos de ser el centro y ponemos a Cristo en su sitio entendemos, avanzamos, damos fruto.
Solo cuando como los de Emaús dejamos de ser el centro y ponemos a Cristo en su sitio entendemos, avanzamos, damos fruto.
Tres pasos aparecen en las apariciones de Jesús resucitado: 1º en verle, sentirle, encontrase con él. 2º confrontar nuestra vida con su vida y su palabra. y 3º actuar.
¿Por qué nuestra fracción del pan precedida del encuentro con la Palabra, o lo que es los mismo, nuestra Eucaristía habitual, no nos abre los ojos? ¿Por qué no salimos de nuestras celebraciones encendidos en nuestro corazón como los de Emaús para compartir que nos hemos encontrado con Cristo vivo y presente en nuestra vida y nuestra historia? ¿Por qué dejamos que la ilusión se apague y como ellos perdemos la esperanza?
Se les abrieron los ojos y lo reconocieron al partir el pan. Ellos esperaban un Salvador poderoso, milagrero, contundente... cuentan que había visto signos y milagros... y encuentran a un Jesús acogido en su propia casa, compartiendo su mesa y su pan. Partir y compartir el pan, algo tan humano, tan cristiano; la cena que recrea y enamora, de la que habla San Juan de la Cruz.
El encuentro Cristo Resucitado se nos tiene que notar; nos debe llevar a compartir la fe, a comunicar ese fuego que arde en nuestros corazones, que nuestra vida y obras hablen por nosotros. A compartir el tiempo, el amistad, el pan, el gozo que nos debe desbordar... no puede haber un cristiano que sepa y sienta que cristo ha resucitado y viva tristemente en tristeza.
Que el gozo de la Pascua nos llene y nos haga salir corriendo, y retroceder nuestros caminos equivocados, y volver al principio las veces que haga falta, y gritar con palabras y obras que Cristo vive y nos llena, y da sentido a nuestro vivir de cada día.
Gozosa Pascua.
Feliz Domingo.
Hechos de los Apóstoles 2, 14. 22-33
Salmo 15 R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida
Primera Carta de San Pedro 1, 17-21
San Lucas 24, 13-35
Salmo 15 R/. Señor, me enseñarás el sendero de la vida
Primera Carta de San Pedro 1, 17-21
San Lucas 24, 13-35