viernes, 29 de junio de 2018

Solemnidad de los apóstoles San Pedro y San Pablo


Hoy celebramos a los santos apóstoles Pedro y Pablo, titulares de este monasterio; columnas de la Iglesia universal.
La Iglesia une en una única celebración el primado de Pedro y el afán misionero de Pablo; las dudas, negaciones y arrepentimientos del primero y la entrega -casi radical- del segundo; al tosco pescador de Galilea con el docto alumno de la escuela de Gamaliel. Dos polos opuestos que atraían en una sola dirección, Jesús, el Hijo de Dios muerto y resucitado para la salvación del mundo.
Los dos vivieron y sufrieron mil peripecias por el Reino de Dios.
En la primera lectura hemos escuchado la liberación de Pedro, encarcelado para ser ejecutado y bien custodiado, pero la Iglesia oraba insistentemente a Dios por él y un parco ángel le saca de prisión: date prisa, levántate. Ponte el cinturón y las sandalias. Échate el mato y sígueme. Con su rudeza habitual le costó darse cuenta de la realidad: Pues era verdad: el Señor ha enviado a su ángel para librarme de las manos de Herodes y de la expectación de los judíos.
La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. Esta frase nos coloca en nuestros días y en el Papa Francisco, el sucesor de Pedro, y su insistencia ya habitual: y no se olviden de rezar por mi, con que termina cada audiencia, cada discurso, cada saludo,... La Iglesia oraba insistentemente a Dios por él. Y Dios lo asistió, Dios manto a su ángel.
La parte de la segunda carta de San Pablo a Timoteo que hemos escuchado como segunda lectura, suena y es en verdad la despedida de un maestro a su discípulo, de dos colegas en el trabajo de la viña del Señor, de dos amigos unidos en la caridad que sólo viene de Dios. En otros textos Pablo cuenta sus muchos percances en el trabajo por la extensión del Reino, las dificultades y reticencias con los apóstoles y discípulos que conocieron a Jesús vivo antes de la pasión muerte y resurrección, sus problemas con los de casa y con los de fuera. Ahora presiente el final: Yo estoy a punto de ser sacrificado y el momento de mi partida es inminente. He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. A veces lo último es lo más importante: he mantenido la fe. Todo lo gozado y lo sufrido , todo y sólo ha sido para mantener la fe, para dar a conocer como dirá en otro sitio (2Cor 4, 7) este tesoro que llevamos en vasijas de barro.
Hasta aquí nos quedan dos cosas claras: El poder de la oración de la comunidad eclesial y esto ya estaba anunciado: (Mt 18, 20) Donde dos o tres se reúnan en mi nombre, allí estoy yo, en medio de ellos. (Mt 21, 22) Todo lo que pidáis con fe en mi nombre se os concederá. Y la ciega confianza de estos dos apóstoles: (Mt 14, 28) Señor, si eres tú, mándame ir hacia ti andando sobre el agua. (Lc 5, 5) ...en tu nombre echaré las redes. (2Tim 4, 8. 17) Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; ... El Señor seguirá librándome de todo mal, me salvará y me llevará a su reino del cielo.
Del Evangelio que hemos escuchado resuena para cada uno de nosotros la pregunta de Jesús a sus discípulos: Y vosotros, ¿quién decís que soy yo? Podríamos dar mil respuestas, escribir unos cuantos libros, alargar las predicaciones...
Seguramente todo o gran parte sería correcto, pero también podríamos, como Pedro y como Pablo, dejar que nuestras vidas hablen, dejar hablar a nuestras buenas obras, cada uno en su puesto, con su gente, viviendo en respuesta a la llamada al seguimiento de Jesús, a la vocación a la santidad, como nos recuerda el Papa Francisco.
Recordemos en este día al Papa Francisco, depositario de las llaves del reino de los cielos tan simbólicas como eficaces. Recordemos a nuestro obispo Fidel y a todos los obispos, sucesores de los apóstoles, que confían en la oración de su pueblo y se abandonan en las manos de Dios para que su trabajo de fruto. Pidamos por la unidad de la Iglesia. Por las iglesias jóvenes y viejas, por la extensión del reino de Dios a todo el mundo.
Que los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, intercedan por todos nosotros.

Hechos de los Apóstoles 12, 1-11
Salmo 33 R./ El Señor me libró de todas mis ansias
Segunda carta a Timoteo 4, 6-8, 17-18
San Mateo 16, 13-19


Fr. J.L.

Figuras San Pedro y San Pablo (centro y derecha) en el timpano de la portada de la
Iglesia de San Pedro de Cardeña (s. XV)




sábado, 23 de junio de 2018

Solemnidad del Nacimiento de San Juan Bautista

XII Domingo del tiempo ordinario


Hoy la Iglesia celebra a San Juan Bautista, el precursor del Señor.
Un Santo cuanto menos "particular": a caballo entre el Nuevo y el Antiguo Testamento; la persona que más habla en los Evangelios después de Jesús; el único santo de quien la Iglesia celebra el nacimiento -también se celebran el de Jesús y el de María- y la muerte o pasión (29 de agosto); y la única celebración de santos, junto con los Apóstoles Pedro y Pablo -solemnidad que celebraremos en cinco días-, que vienen inscritos en el calendario general de la Iglesia y que prevalecen sobre la celebración dominical.
Es, en los textos bíblicos, también un personaje "particular". Cuya concepción y nacimiento estuvo envuelto en teofanías, apariciones y misterios: Unos ancianos y estériles, ambos de familia sacerdotal, justos ante Dios, que ya sin esperanza conciben un hijo. Un hijo pedido al Señor en la oración -tu ruego ha sido escuchado le dice el Ángel a Zacarías-; un hijo que trae el pan -por lo menos un pan espiritual- bajo el brazo, alegría y gozo y muchos se alegrarán de su nacimiento; elegido por el Señor y lleno del Espíritu Santo ya en el vientre materno; avanzadilla del Mesías, por quien muchos volverán al Señor. Un hijo tan pedido y deseado como ya inesperado, ahí las dudas de Zacarías.
Un Niño, que ya en el seno de su madre, salta de gozo al acercarse María llevando en su propio seno al Salvador que Juan había de anunciar; un niño que a la hora de ponerle nombre no sigue la tradición familiar sino que tiene un nombre puesto ya por Dios; un niño que sin saberlo suelta la boca y la lengua de su padre que empezó a hablar y lo primero que sale de esa boca clausurada y ahora abierta son bendiciones para Dios. Bendito sea el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo... oración, el benedictus, que toda la Iglesia repite a diario en la oración de laudes
Un niño que sobrecogía y admiraba; que sin aún hablar ya cuestiona y hace reflexionar a los vecinos y a toda la montaña de Judea. Un niño que iba de la mano de Dios, que crecía y su carácter se afianzaba, vivió en el desierto, dicen los estudios que, con los monjes de Qumrán.
Juan era la voz que anunciaba la Palabra, el dedo que señalaba al Salvador. ¿Qué salisteis a ver al desierto? Preguntaba Jesús a la gente:  ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas?; ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. Porque éste es de quien está escrito: He aquí, yo envío mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino delante de ti. En verdad os digo: Entre los nacidos de mujer no ha habido otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, es mayor que él. Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el reino de los cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Porque todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan. Y si queréis recibirlo, él es aquel Elías que había de venir. El que tenga oídos para oír, oiga.
Juan era la voz que grita en el desierto, que hoy sigue gritando en nuestros muchos desiertos. Que con su figura austera, vestido de piel de camello, alimentándose con saltamontes y miel silvestre, nos recuerda lo que en verdad importa en nuestras vidas. Su llamada a la penitencia sigue resonando para nosotros 2000 años después. La invitación a seguir a la Palabra encarnada también es hoy para nosotros. Su humillarse, hasta desaparecer, para que brille la verdadera Luz del mundo; el acallar su voz para que se escuche la Palabra, con mayúsculas, nos recoloca a cada uno en nuestro lugar.
El mayor nacido de mujer y a la vez el menor en el Reino de los Cielos sigue siendo hoy para nosotros toque de atención en nuestras vidas despistadas, flojas, llenas de cosas que no ayudan demasiado a vivir en cristiano, a seguir sin lastres a Cristo.
San Juan Bautista, ruega por nosotros.

Feliz Domingo

Isaías 49,1-6
Salmo  138           R/. Te doy gracias, porque me has escogido portentosamente.
Hechos de los Apóstoles 13, 22-26
San Lucas 1, 57-66. 80

Fr. J.L.
  
Nacimiento de San Juan Bautista (hacia 1635). Artemisa Gentileschi
Museo del Prado (Madrid)