lunes, 14 de enero de 2019

Hijos amados, en quien Dios se complace


Bautismo del Señor (C)


Celebramos el bautismo de Jesús, el evangelio nos ha narrado el momento en que Jesús se acerca a recibir el bautismo de manos de Juan, entre la gente que buscaba en este bautismo un modo de conversión. Pero el bautismo de Jesús quedó marcado por la presencia del Espíritu en forma de paloma, y la voz del cielo que dice: Tu eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco.
Antes el mismo evangelio nos relata la pregunta que se hacían en su interior la gente sobre Juan y la repuesta da éste al pueblo: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Como cantamos en las antífonas del oficio de este día y hemos escuchado en las lecturas de vigilias: un soldado bautiza a su Rey, el siervo a su Señor, Juan al Salvador...  el mundo al revés al que Dios nos tiene acostumbrados.
El pasado domingo celebrábamos la Epifanía, la mostración, la manifestación de Jesús a todos los pueblos representados en los tres magos, representantes a su vez de tres culturas diversas y lejanas. Hoy, en su bautismo la epifanía se hace teofanía, el mismo Jesús, ya adulto (litúrgicamente hemos pasado treinta años en una semana) es mostrado como Hijo de Dios, predilecto, amado, motivo de complacencias.
Rememorar el bautismo de Jesús nos debe llevar a recordar nuestro propio bautismo. bautismo en el nombre de Jesús, bautizados con Espíritu Santo y fuego.
A menudo el Papa Francisco pregunta a sus oyentes si conocen la fecha de su bautismo; ¿vosotros conocéis la fecha del vuestro? Seguramente, la mayoría de nosotros fuimos bautizados de niños y recordarlo no será fácil. Cada vez es más común encontrarse con gente que se ha bautizado a una edad madura en adolescencia o juventud ya por su propia decisión... que casi siempre lo recuerdan con gran gozo.
La fecha de nuestro bautismo es aquella en que cada uno de nosotros nacimos a la familia de la fe, fecha en que pasamos de ser creatura de Dios a ser sus hijos, e hijos en -como en Jesús- amados y en los que el Padre se complace.
Por el bautismo nos incorporamos a la Iglesia con todo derecho y obligaciones, nacimos a la vida de Dios y comenzamos a participar del misterio pascual de Cristo.
Si recordáis el rito del bautismo es el momento en que se nos impone el nombre -aunque ya esté anotado en el registro- nombre, que hasta no hace mucho era necesariamente del santoral o precedido o seguido de un María. Por primera vez se nos signa con la señal de la Cruz, y no solo el sacerdote, también los padres y padrinos. Se pide seamos liberados del mal, participes del Reino de la luz y templos de Dios donde habite el Espíritu Santo. Se unge nuestro pecho con óleo, como medicina y fortaleza para la pelea de la vida. Se renuncia al mal y se profesa la fe que nos une. Se reciben las aguas bautismales en nombre de las tres Santas Personas del la Trinidad -también en nuestro bautismo hubo teofanía-. Somos ungidos en la coronilla con el Crisma y constituidos por esta unción sacerdotes, profetas y reyes -aceptando toda la tradición del Antiguo Testamento- (el crisma solo lo volveremos a recibir en la confirmación, esta vez en la frente. Los presbíteros en su ordenación en las manos y los obispos, tres veces en la cabeza, en la ordenación episcopal) Después somos revestidos de blanco -para mi gusto demasiado simbólicamente- como señal de la limpieza de alma lograda en las aguas bautismales. Se nos comparte la luz de la Pascua representada en el cirio pascual que desde ese momento debe guiar nuestras vidas. Se puede hacer el rito del effeta, con una formula de lo más explicita: el señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Para concluir se reza, junto a la familia de la fe, el Padre nuestro y se concluye con una múltiple bendición.
Recibir el bautismo de niños supone que antes o después debemos ser concientes de ello y aceptar en nuestras vidas la presencia de Dios; sabernos hijos amados de Dios, en quien tiene sus complacencias y actuar en consonancia. Salir de las aguas, como Jesús, impulsados a instaurar el reino de Dios, reino de paz y justicia, reino de amor y verdad.
Recordemos nuestro bautismo y como Jesús sintámonos gozosos por ser predilectamente amados por Dios.
Feliz Domingo

Isaías 42,1-4. 6-7
Salmo 28 R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hechos de los Apóstoles 10, 34-38
San Lucas 3, 15-16. 21-22


Fr. J.L.

El bautismo de Cristo (1470/1475). Andrea del Verrocchio 
(algunas partes del lienzo se atribuyen a Leonardo da Vinci)
Galeria Uffizi (Florencia, Italia)