domingo, 9 de diciembre de 2018

Predicar en el desierto

II Domingo de Adviento (C)


Hemos escuchado la lectura del evangelio de Lucas, lectura en la que no habla Jesús, ni siquiera aparece físicamente, y hemos proclamado Palabra del Señor. Jesús no está pero se le anuncia, se le espera.

Cuando una autoridad llega a una ciudad, se hace un bando municipal para que de entalonen balcones, adecentes fachadas... que se de una buena imagen a quien viene de visita. No hace muchos años la Vuelta Ciclista a España paso por delante del monasterio, por la BU-801 y previamente la asfaltaron y limpiaron la maleza de las cunetas... y hasta hoy.
Juan hoy, con palabras de Isaías nos propone el mismo bando, nos hace la misma invitación. Nos mueve a la conversión a volver al Señor, a facilitar su llegada, a quitar obstáculos, a limpiar y  engalanar nuestra fachada y sobre todo nuestro interior.
Y partiendo de este texto el Papa Francisco dice: Y quizá nosotros nos preguntamos: «¿Por qué nos deberíamos convertir? La conversión concierne a quien de ateo se vuelve creyente, de pecador se hace justo, pero nosotros no tenemos necesidad, ¡ya somos cristianos! Entonces estamos bien». Pensando así, no nos damos cuenta de que es precisamente de esta presunción que debemos convertirnos —que somos cristianos, todos buenos, que estamos bien—: de la suposición de que, en general, va bien así y no necesitamos ningún tipo de conversión. ...
La voz del Bautista grita también hoy en los desiertos de la humanidad, que son —¿cuáles son los desiertos de hoy?— las mentes cerradas y los corazones duros, y nos hace preguntarnos si en realidad estamos en el buen camino, viviendo una vida según el Evangelio. Hoy, como entonces, nos advierte con las palabras del profeta Isaías: «Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos» (v. 4). Es una apremiante invitación a abrir el corazón y acoger la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con terquedad, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado. Pero el texto del profeta expande esa voz, preanunciando que «toda carne verá la salvación de Dios» (v. 6). Y la salvación se ofrece a todo hombre, todo pueblo, sin excepción, a cada uno de nosotros. Ninguno de nosotros puede decir: «Yo soy santo, yo soy perfecto, yo ya estoy salvado». No. Siempre debemos acoger este ofrecimiento de la salvación. ... Dios quiere que todos los hombres se salven por medio de Jesucristo, el único mediador (cf. 1 Tim 2, 4-6).
Por lo tanto, cada uno de nosotros está llamado a dar a conocer a Jesús a quienes todavía no lo conocen. ... Abrir puertas engalanar fachadas e interiores, demostrar con nuestra vida y palabra que éste que viene, nos importa, me importa, y por eso me preparo y por eso invito a otros a que se preparen también. «¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio!» (1 Cor 9, 16), declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús nos ha cambiado la vida, y nos la cambia cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no sentir la pasión de darlo a conocer a todos los que conocemos en el trabajo, en la escuela, en el vecindario, en el hospital, en distintos lugares de reunión? Si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos con personas que estarían disponibles para iniciar o reiniciar un camino de fe, si se encontrasen con cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos cristianos? Os dejo esta pregunta: «¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación?». Y, si estoy enamorado, debo darlo a conocer. Pero tenemos que ser valientes: bajar las montañas del orgullo y la rivalidad, llenar barrancos excavados por la indiferencia y la apatía, enderezar los caminos de nuestras perezas y de nuestros compromisos. (Cf Papa Francisco. Ángelus del II domingo de adviento 2015).

Nuestra conversión la comenzó el Señor, haciéndose uno de tantos, Y Dios que comenzó en nosotros esta obra buena, él mismo la llevara adelante siempre que nosotros queramos.

Profeta Baruc 5, 1-9
Salmo 125 R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
San Pablo a los Filipenses 1, 4. 8-11
Lucas 3, 1-6


Fr. J.L.

San Juan Bautista predicando en el desierto (1650-1655). Pier Francesco Mola
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid)