sábado, 28 de marzo de 2015

Cambio de chaqueta

Domingo de Ramos


Mañana es Domingo de Ramos.

En una única celebración se nos presentan dos evangelios, dos formas de afrontar la gloria del Dios humanado.

En la bendición de los Ramos escuchamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén. Entrada gloriosa, gozosa, bulliciosa, emotiva, festiva, humilde... y rodeado por la gente sencilla, por el pueblo llano, por los que mantenían la esperanza de mejorar, por lo que deseaban un Salvador. Casi infantil, o por lo menos con espíritu de niño.

En la Eucarística escuchamos el relato de Pasión. Suplicio doliente, oscuro, triste, abandono... y maquinado por quienes eran los poderosos, los entendidos, los mandatarios, los pudientes, los que estaban bien como estaban y no necesitaban nada, ni Salvador ni salvación.

En ambos relatos, como en dos caras de una misma moneda, encontramos la glorificación de Jesús, Hijo de Dios, el Rey humilde de los pobres y el Rey que entrega su vida por salvar a la humanidad, su pueblo. En ambos relatos la Salvación llega a todos, aunque no se busque ni desee.

Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.

Dirán, y con razón, que una definición no debe contener en sí el término a definir, pero este texto, que es íntegra la segunda lectura, de la carta a los Filipenses, desarrolla de manera magistral el proceso salvador de Cristo Jesús: Dejando "la chaqueta de Dios" para asumir la condición de esclavo, de lo más alto a lo más hundido, pasando por uno de tantos porque en "lo más hondo" es donde estamos la mayoría; pasando incluso por la peor muerte del momento, la cruz, el "no va más" de lo rastrero, lo peor de lo peor. Pero como siempre Dios nos sorprende, y de lo más ruin y fangoso vuelve a colocar a Cristo, triunfante y glorioso, por encima de todo.

Y en ese recuperar "la chaqueta de Dios" lo que Dios sí sabía y además era su intención en este doloroso cambio de vestuario, es que en ese descender y ascender de categoría divina a humana y de ésta a la divina de nuevo, ese Hijo rebajado y enaltecido, iba a arrastrar consigo toda la carga de humus del que forma parte al tomar la condición de un hombre cualquiera. Humus, según la RAE: Capa superficial del suelo, constituida por la descomposición de materiales animales y vegetales. Humus del que salió el primer hombre, redimido ahora con toda la descendencia humana; humus del humillado y del humilde, del hombre cargado de limitaciones y debilidades, bajezas, sumisiones, pobrezas... Humus... muy humano, pero ahora salvado.

La puerta de la Semana Santa queda abierta con esta celebración. Podemos contemplar desde la barrera o participar de lleno.

Podemos aclamar con gozo al esperado Mesías que llega montado en un borrico; podemos echar a correr ante el primer problema; podemos negar que le conocemos;  podemos escupirle y burlarnos de su ridícula realeza; podemos abuchearle y cargar sobre sus hombros el tosco madero de la cruz; podemos zarandearle camino del Calvario; podemos disimular no querer ver, mirando desde la distancia; podemos dar la espalda y creer que todo esto no va con nosotros... Pero desde que el Dios humanado tomó parte de nuestro Humus aunque nosotros no queramos ni verlo ni reconocerlo, Él sí lo quiere. Nos reconoce, nos ama, y entrega su vida por todos.

Feliz y Santa Semana.

Fr. J.L.

Ramos: Mateo 11, 1-10
Isaías 50, 4-7
Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24       R/. Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?
Filipenses 2, 6-11
Pasión: Marcos 15, 1-39

Entrada triunfal en Jerusalén. Fresco de Pietro Lorenzetti de 1320
Basílica de San Francisco, Asís (Italia)

domingo, 22 de marzo de 2015

Morir para vivir, o la ilógica lógica de Dios

V Domingo de Cuaresma


Nos acercamos a la pasión. Huele a pasión... el ambiente se tensa.

Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre... y para ser glorificado, morir. La lógica de Dios. Si el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da mucho fruto.

Dios no quiere la muerte... espera el fruto.

Jesús de "agita" y como hombre, ante el camino del sufrimiento y la muerte, se revela: "Padre, líbrame de esta hora". Sólo mirando desde el plan de Dios se puede, ante el sufrimiento, se puede seguir caminando hacia delante. Sólo desde el plan de Dios se puede entender el camino.

El camino de la Cruz no se comprende con parámetros humanos, sólo comprendido en el encaje del recorrido de la Historia de Salvación encontraremos el momento culminante. El entretejido de alianzas y traiciones, la alianza con Moisés en el Sinaí, con Noé tras el diluvio, con Abrahán por la circuncisión, con Joadá y el rey David,  amores y desamores entre Dios y los hombres, nos lleva del paraíso a la redención, hasta la última alianza sellada por la pasión, muerte y resurrección de Cristo, Hijo de Dios encarnado.

Por la muerte al fruto. Por el sufrimiento y la obediencia del Hijo a la salvación de todos.

Una Ley metida en el pecho, escrita en el corazón, con perdón y reencuentro. La nueva Ley, la Vida que mana de la Cruz, no es cosa que nos venga de fuera, está en nuestro interior, brota de nosotros mismos. En cada uno de nosotros hay algo que enterrar, algo que debería morir, algo que deberíamos cambiar, algo que beberíamos mejorar... sólo muriendo podemos dar fruto.

La nueva alianza que hace Dios con todos los hombres, con cada uno de nosotros por Cristo es una nueva historia de amor, una nueva posibilidad que caminar por el camino del amor, y Dios no se cansa de renovar su alianza aunque le seamos infieles una y otra vez. Jamás comprenderemos el infinito amor de Dios a los hombres, a cada uno de nosotros, con los criterios humanos.

Dios nos busca, nos ama, nos elige, nos espera... y nos salva, a pesar de nosotros mismos.

Fr. J.L.

Jeremías 31, 31-34
Sal 50    R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Hebreos 5 ,7-9
Juan 12, 20-33


domingo, 15 de marzo de 2015

Y... ¿si damos la luz?

IV Domingo de Cuaresma


"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él..."
"En el principio era la Palabra... y la Palabra era la luz verdadera... y el mundo no la conoció" (Jn 1)

El eterno dilema del bien y del mal, la luz o las tinieblas, la libertad que el hombre tiene para elegir su camino.

A veces es tan simple como encender la luz y caminar en la luz. De vez en cuando publican resultados de experimentos donde a gente normal se le priva de alguno de los sentidos, principalmente la vista; los resultados son siempre sorprendentes. Para alguien acostumbrado a ver, quedarse ciego "temporalmente" suele ser traumático física y psicológicamente.

Cuando espiritualmente no queremos ver, no aceptamos la Luz, caminamos en la tiniebla y nuestra vida es oscura. Quien no tiene nada que ocultar busca la luz, propaga la luz, comparte la luz, irradia luz.

La imagen de la serpiente de bronce en lo alto de un mástil para que todos la pudiesen ver (Num 21, 4...); la gloria de Dios y su lámpara el Cordero que ilumina la resplandeciente Nueva Ciudad (Ap 21, 23); Cristo en la Cruz, elevado como faro orientador de la humanidad toda... Se puede mirar a la serpiente de bronce y quedar curado; se puede estar de cara a la luz o de espaldas y estorbarnos el camino con nuestra propia sombra; se puede ver, contemplar y gozar la salvación que Cristo nos trae con su pasión, muerte y resurrección o simplemente mirar para otro lado; se puede...

La salvación es gratis y el hombre es libre. "Dios no mandó a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él" (Jn 3, 16) "Porque estáis salvados por su gracia y mediante la fe" (Ef 2, 7)

El banquete de la salvación está preparado, sólo hay que acudir a él... y si es posible, con hambre.

Un inciso sobre el Salmo Responsorial (Sal 136) Este salmo es de los más "acongojantes" del Salterio. Es el grito del pueblo en el destierro. Parece un marco idílico: los canales (agua, abundancia), los sauces (belleza, tranquilidad), las cítaras (música, alegría) y una cruel invitación al canto. Todo bello y armonioso, todo menos el corazón de un pueblo desterrado, físicamente en Babilonia, de corazón en Sión. Si me olvido de ti, Jerusalén, que se me paralice la mano derecha (inutilidad) que se me pegue la lengua al paladar (enmudecimiento) y la rabia contenida expresada con toda su crudeza, que omite tanto el Leccionario como la Liturgia de las Horas, quién pudiera agarrar y estrellar tus niños contra las piedras. Un pueblo separado a la fuerza de su Luz, el Dios que daba sentido a su vida.

Si Cristo no es nuestra luz somos inútiles, somos mudos, somos sordos, somos ciegos, somos origen de odio y de mal. Cristo salva... si queremos la Luz, si nos dejamos salvar.

Fr. J.L.

Segundo libro de las Crónicas 36, 14-16. 19-23
Sal 136, 1-2.3. 4. 5. 6 Que se me pegue la lengua al paladar si no me acuerdo de ti
Efesios 2, 4-10
Juan 3, 14-21


domingo, 8 de marzo de 2015

Sintonizando

III Domingo de Cuaresma


Como en tiempos de Jesús hoy hablamos sin entender... él hablaba de su cuerpo, los judíos del templo, cada uno a lo nuestro.

Hoy, cuántas veces, nos pasa lo mismo; a nivel familiar, laboral, comunitario... se habla de algo y entendemos o pensamos en otra cosa. Esto se llama estar o no en sintonía, estar en onda o no. Todos recordamos las radios de antes, que tenían una ruedecita que movía el dial y vuelta a vuelta, iba saltando de emisora en emisora, iba sintonizando.

En la radio de nuestra vida debemos sintonizar con Dios -la cuaresma es un tiempo en que sus ondas son más perceptibles-, el dial son los muchos medios que tenemos para sintonizar: los mandamientos que nos enuncia la primera lectura, las observancias cuaresmales: la ceniza, el ayuno, la limosna, la penitencia, la abstinencia... todo son medios. Uno puede tener una radio preciosa (al escribir esto recuerdo la que tenía mi abuela en una baldita en un rincón de la cocina, a la altura que los niños no pudiésemos tocar) o un MP3, o 4, o 5 (ya no sé por dónde van), Pero si están sin enchufar, si no tiene batería, si no recorremos el dial en búsqueda es como si tenemos todos los medios del mundo para ser santos, para vivir y revivir humana y espiritualmente a la Pascua y no los aprovechamos.

Solamente viviendo a Cristo se entiende lo que es ser cristiano, sino será necedad y locura, simple sinsentido de morir en vida.

Hay quien se deja morir. Hay quien no come y pasa hambre y no es por necesidad o por dar de comer a otro que lo necesita; hoy se ayuna por estética, y en eso ya han recibido su paga. Hay quien da limosna para que los vean, o de lo que les sobra, y en eso ya han recibido su paga. Hay quien reza, o va a Misa sin encontrarse con Cristo de tú a tú, por rutina, por costumbre, por acto social, y en eso ya han recibido su paga.

El ayuno que Dios quiere es este: "Abrir las prisiones injustas, hacer saltar los cerrojos de los cepos, dejar libres a los oprimidos, romper todos los cepos; partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo, y no cerrarte a tu propia carne. Entonces nacerá tu luz como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor. Entonces clamará al Señor y te responderá; gritarás y te dirá: Aquí estoy. Porque yo, el Señor tu Dios, soy misericordioso. (Is 58, 6-9).

Nuestro ayuno, nuestra limosna, nuestro morir a nosotros mismos no tiene sentido sino tiene repercusión en los otros, especialmente en los necesitados, en la Justicia Social, en el equilibrio que Cristo viene a traer. La salvación es para todos, Cristo es para todos.

Siete de los diez mandamientos tienen repercusión en los otros, mis obras hacia los otros; los tres primeros son hacia Dios. El vivir a Cristo, el vivir como cristianos no es cuestión individual. Dios es Padre y todos somos sus hijos, amados personalmente pero como hijos de la gran familia humana. Dios es Padre y todos los hombres somos hermanos. Miremos a todos como hermanos: al de al lado, al vecino, al compañero de trabajo, a ese que no me cae especialmente bien, a quien te pide a la puerta del super, a esa familia del barrio que sabemos que lo está pasando mal, a esa madre que sufre y tapa las dependencias de su hijo o los malos tratos, a la persona mayor de quien los hijos se han olvidado y que sobrevive con una mísera pensión, a ese matrimonio joven ambos en paro...

Y no todo ni siempre se arregla con dinero; dedicar un tiempo, una visita, una palabra, una caricia, una sonrisa, un abrazo... 

Hacer presente a Cristo en todo tiempo y lugar, el amor de Cristo, el Amor que es Cristo. Convertirnos así en transistores que comunican Dios con los hombres. 

Fr. J.L.

Éxodo 20, 1-17
Sal 18, 8. 9. 10. 11   Señor, tú tienes palabras de vida eterna
Primera carta a los Corintios 1, 22-25
Juan 2, 13-25



 


domingo, 1 de marzo de 2015

A Dios no hay quién le entienda

II Domingo de Cuaresma


¡Qué difícil es entender a Dios!

¿Cómo puede Dios pedir a Abraham que sacrifique a su hijo? el hijo buscado y esperado, el hijo de la ancianidad, el fruto de la promesa hecha por el mismo Dios. Bien pudo Abraham inventar el dicho: "Dios aprieta pero no ahoga"

¿Cómo puede Cristo, el Dios encarnado, pedir a Pedro, a Santiago y a Juan, sus tres predilectos de entre los apóstoles, que no cuenten lo que han visto en lo alto del Tabor, cuando han contemplado en el reflejo de la resurrección unida a una tradición milenaria de la Ley y los Profetas? Aquí quizás fue más prudencia que misterio; una vez más y no era la primera ni será la última, los elegidos para guiar la Iglesia no entienden ni comprenden, confunden y se asustan.

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?

A Dios no hay quién lo entienda..., pero siempre está presente y vigilante para con nosotros; no tanto para ver si somos buenos o malos cuanto para ejercer de PADRE.

Dios entregó a la muerte a su propio Hijo, sí lo entregó pero para SALVACIÓN, no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?

A Dios no hay quien lo entienda... pero sabe muy bien lo que hace, aunque no lo entendamos, aunque nos confunda y, no pocas veces, salgamos corriendo.

Génesis 22,1-2. 9-13. 15-18
Sal 115,10.15.16-17.18-19 Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida
Romanos 8, 31b-34
Marcos 9, 2-10