sábado, 31 de octubre de 2015

Todos los Santos

1 de Noviembre de 2010

 
La SANTIDAD en la Iglesia constituye una de sus Notas características; y no puede ser de otra manera, pues los bautizados nos hemos incorporado a Cristo que es el SANTO por excelencia. Por lo tanto si formamos un solo Cuerpo con Cristo nuestra Cabeza, no hay alternativa posible. Además se trata de una exigencia moral que debe corresponderse con la realidad ontológica que acabamos de apuntar, evidentemente desde la órbita de la fe y de la gracia que es en la que nos movemos los cristianos.

Esto implica la llamada y la necesidad de tender a la santidad si queremos mantener nuestra identidad como cristianos; llamada, además, de carácter universal que a nadie excluye y de la que nadie debe sentirse excluido. El precepto del Señor es claro: Sed santos como lo es vuestro Padre celestial. Este es el programa y el proyecto de vida del discípulo y del seguidor de Cristo.

La Iglesia en su catequesis secular siempre ha mantenido este principio, incluso lo ha dejado reflejado en su legislación básica. Muchos no lo saben, pero en el Código de Derecho Canónico, concretamente en el canon 210, podemos leer el siguiente texto: “Todos los fieles (christifideles) deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa...” Sin duda se trata de un texto legislativo que recoge la solicitud pastoral de la Iglesia que se ha manifestado de modo inequívoco en el pasado Concilio en el capítulo 5 de la Lumen Gentium, insistiendo en el aspecto de la universalidad de esta obligación. La santidad se identifica, pues, con la vida cristiana.

Pero apurando un poco más las cosas, podría afirmarse que la santidad se identifica con la vida misma del hombre. No olvidemos que somos imagen, hechura, reflejo, réplica de nuestro Creador, que es la Santidad misma por definición. O, si preferimos utilizar la de S. Juan Dios es amor, nos encontramos con la misma realidad dicha con otras palabras. La santidad es Amor, es Caridad. Los teólogos hablan indistintamente de caridad perfecta y de santidad.

Humildemente tenaces en el cultivo de esta caridad fueron los que llamamos SANTOS, a quienes globalmente recordamos y veneramos en esta Solemnidad: Una muchedumbre innumerable (“¿Son muchos los que se salvan?”), incontable -leemos en el Apocalipsis- de toda raza, lengua, pueblo y nación; porque el amor, como Dios que es su fuente, no tiene color, ni sexo, ni etnia, ni lengua... El es el SER, y su comunicación es el LOGOS. Viviendo, además, en la eternidad, son a-temporales "desde Abel hasta el último justo": su testimonio y su ejemplo son actualísimos y siguen constituyendo un estímulo para la humanidad de hoy.

S. Agustín, S. Bernardo, S. Ignacio, Santa Teresa... y otros muchos santos y santas se decían: “¿Por qué si estos y estas lo han conseguido, no voy a poder conseguirlo yo?” ¡Vaya si lo consiguieron! Cada cual según su condición, cada cual en su puesto, en su momento, en su circunstancia. Cada cual irrepetible. Porque se trata de una responsabilidad personal e intransferible, individual, exclusiva. Aquí no vale escudarse o disimular nuestra cobardía en una especie de santidad colectiva, o reservada para determinados estamentos, grupos o géneros de vida. No, cada miembro del Cuerpo tiene su peculiar función que debe desarrollar a la perfección. Yo tengo que ser San Yo Mismo.

Pero estamos todavía en la arena, en el campo de batalla, en la Iglesia Militante, en el Valle de Lágrimas, en el trabajo, en el esfuerzo, en la lucha, en el peligro, en la tentación, en el pecado. Por eso miramos a estos hermanos nuestros que también sufrieron los mismos avatares que nosotros; les pedimos que nos ayuden y que intercedan por nosotros; nos alegramos también de su triunfo, de la bienaventuranza de que disfrutan; los tomamos como modelos de identificación, como dechados de virtud; los asociamos a los ángeles y sobre todo a Jesucristo que es el Santo de los Santos, corona de los Santos, admirable en sus Santos y premio eterno de todos los Santos.

Ojalá, como ellos, lleguemos un día a ser también nosotros honra de la Iglesia y glorificación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.



Fr. Jesús Marrodán (1-11-2010)

Libro del Apocalipsis 7, 2-4, 9-14.
Salmo 23, 1-2. 3-4ab. 5-6.                            R/. Este es el grupo que viene de a tu presencia, Señor
Primera carta del Apóstol san Juan 3, 1-3
Evangelio de San Mateo 5, 1-12

La Gloria de todos los Santos (s.XV). Giovanni Battista Ricci 
Colegio de Corpus Christi (Valencia)

sábado, 17 de octubre de 2015

El otro Reino

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (B)

  

El escalafón humano es direccional y diametralmente opuesto al escalafón celestial. Lo que aquí es subir allí es bajar. Lo que aquí es crecer allí es disminuir. Lo que aquí es prosperar allí es retroceder. lo que aquí es crecer allí es disminuir, lo que aquí es pérdida allí es ganancia. Lo que aquí es dar la vida allí es recibirla.

Santiago y Juan, como los otros diez, siguen viviendo desde lo humano, por más que Jesús hable de "otro reino", porque su Reino, no es de este mundo.

¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: «Lo somos.» A los apóstoles no les falta ímpetu, tampoco arrogancia y bastante ambición.

Hoy, por desgracia, seguimos encontrando más de lo mismo en la sociedad, en la Iglesia, en nosotros mismos. Los cargos suelen ser cargas, rara vez escaparates de lucimiento. Para que un brillante quede bien tallado y luzca en todo su esplendor hay que romper muchos cristales antes. Aun así ambicionamos puestos para nuestro lucro y lucimiento, no para servir.

El Papa Francisco insiste a tiempo y destiempo, y además da ejemplo cumpliendo la palabra evangélica sin glosa ni adorno: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Dar la vida no por el cargo, sino por los servidos, por los de abajo.

Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso. El Evangelio no va por ese camino. En el Evangelio no hay tronos, ni siquiera sillas, hay gente en camino, buscadores y servidores, vida en movimiento como el agua que donde llega lleva vida. Testigos que no pueden callar su experiencia de vida, que son impulsados a compartir y comunicar el gozo del encuentro con el Resucitado en sus vidas. Id y proclamad lo que habéis visto y oído, no "sentaos aquí, a mi diestra y a mi siniestra".

Id y proclamad lo que habéis visto y oído. y beberéis el cáliz que yo he de beber, y os bautizareis con el bautismo con que yo me voy a bautizar.

Fr. J.L.


Isaías 53, 10-11
Salmo 32, 4-5. 18-19. 20 y 22
                R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hebreos 4, 14-16
Marcos 10, 35-45

Altar de la Sede Petrina. 
Basílica del Vaticano (Roma)

lunes, 12 de octubre de 2015

En medio...

Virgen del Pilar


Como el arca de la alianza se coloca en medio de la tienda; como María está en medio de los apóstoles después de la Ascensión de Jesús, aglutinando y orando en comunión.
 
El Pilar... la columna central que sostiene el edificio apostólico; que mantiene la fe del pueblo; que anima al Apóstol Santiago a seguir anunciando a Cristo hasta el fin de la tierra, hasta el fin de sus días...

María centro de la Iglesia, la apostólica, la del principio y la de ahora que peregrina no pocas veces sin rumbo claro, como el Apóstol en Cesaraugusta a las orillas del Ebro.

Santa María del Pilar, (cantamos en el himno de la liturgia de este día) desde tu columna oteas, diriges, sostienes, alientas, proteges y guías al pueblo que peregrina, estos tus hijos.

Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Ole tu Madre. No, mejor, dichoso quien escucha la palabra de Dios y la cumple... Y que mejor oyente, "escuchante" y cumplidora de la Palabra de Dios que María, la Esclava del Señor, la Madre de Dios. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. Dichosa tú que llevaste en tu seno a Cristo, le diste a luz y le criaste... Dichosa tú que has creído y te has fiado ciegamente de Dios.

María es la primera discípula y oyente por excelencia de la Palabra de Dios. Ella conservaba en su corazón todas las cosas de la vida de su Hijo y las meditaba; lo acompañó durante su ministerio público y permaneció firme al pie de la Cruz, como sólo sabe y puede hacer una madre. Vivió siempre en el "SI" dado en la Encarnación como respuesta al Ángel, sin dudar en ningún momento.

María, ciertamente, es la Madre de Jesús digna de toda alabanza, pero es antes que madre la primera creyente como recuerda San Agustín: “María concibió antes en su mente que en su vientre”, en Ella precedió la fe a la concepción. Madre de Dios, Espejo de justicia, Sede de sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso venerable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la fe, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los tristes, auxilio de los cristianos... son algunos de lo "piropos" marianos de las letanías de nuestra Señora, María es grande, muy grande.

Protege a los pueblos Hispanos que hoy celebran su descubrimiento, Protege al Pueblo de España que la tiene por patrona, protege a numerosas asociaciones y organizaciones que confían en ella. En Zaragoza era común pedir un manto del Pilar para morir bajo el manto, bajo la protección de la Virgen del Pilar, como el niño que desesperado se cobija bajo las faldas de su madre. Casi 175.000 personas llevan el nombre del Pilar en España.

Desde el cielo nos acompaña en el camino de la vida y, como Madre, siempre está atenta a interceder por nosotros en nuestras necesidades como en las bodas de Caná. Pero también, como Madre, nos recuerda lo que dijo entonces a los sirvientes: Haced lo que Él os diga. Así nosotros también destacaremos por escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.

Mujer, aquí tienes a tus hijos. Hermanos, aquí tenemos una Madre.

Fr. J.L.

Crónicas 15, 3-4.15-16; 15, 1-2
Salmo 26              R.- El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado
Hechos de los Apóstoles 1, 12- 14
Lucas 11, 27-28

La Virgen del Pilar (s.XVIII). José Campeche
Smithsonian American Art Museum (Washington)

viernes, 9 de octubre de 2015

Comprar el Reino

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)


¿Qué haré para heredar la vida eterna?

Muchos son los caminos que conducen a Dios, a la vida eterna. El encuentro con Dios se puede dar en el silencio, por la palabra, en un accidente, por un acontecimiento familiar, por una nueva vida o una muerte, un amigo o un desconocido, hasta un enemigo, en la contemplación de la naturaleza... lo único que no lleva a Dios es el dinero, a Dios no se le compra, Dios es gratis, gratuidad y gratitud.

El dinero es necesario, (todos comemos todos los días, hay que mantener estos grandes edificios), pero no lleva a Dios, es más, casi siempre por su mal uso y abuso, separa de Dios.

Cuántas veces conocemos y vemos gente sencilla que vive con lo justo, y a veces ni tan siquiera con esto, y son felices; y otros, a los que no falta de nada y en abundancia, apegados a sus riquezas, pero tristes y solos, desviviéndose en la preocupación de guardar y acrecentar su pobre riqueza.

Las riquezas que se apolillan y herrumbran, tesoros de la tierra para la tierra; los tesoros del cielo para el cielo.

La viuda pobre, el tesoro escondido, la perla preciosa... no pocas veces el Evangelio nos lo recuerda, dejar lo material y buscar lo importante, lo que hace crecer por dentro, lo que alimenta el espíritu.

La Sabiduría, como término bíblico, se traduce por conocimiento de Dios, por saboreo de Dios. Con Ella, nos dice la primera lectura, me vinieron todos los bienes. Oro, plata, piedras preciosas.. son nada ante ella. Incluso la salud y la belleza, que no son cosas materiales tangibles, brillan menos que Ella.

Cuando a uno sus riquezas no le dan para vivir ni le dan vida, abandonado en Dios, sentirá su mano protectora presente en su vida, como Padre, como Madre, desvividos por cada uno de sus hijos con un amor personal, individual y completo. La viuda de Sarepta preparó un pan para el profeta Elías con su última harina, y su resto de aceite, y en su confianza ciega en la palabra del profeta la harina no se acabó ni la alcuza se secó.

Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de los cielos. Hoy todos estamos apegados, nos hacemos ricos, nos creemos ricos, con mil cosas. Cosas, simplemente cosas. Mi dinero, mi coche, mi móvil, mis libros, mis juguetes, mis tonterías... mi, mi, mi... mi yo.

Para el diácono San Lorenzo en los primeros siglos de la Iglesia, su riqueza eran los pobres. Para muchos voluntarios hoy, en mil organizaciones religiosas o no, su riqueza y la mejor paga, es la sonrisa de un anciano, o de un niño enfermo, o de cualquier necesitado en quien emplean su tiempo y su saber, o el ver que una comunidad prospera con su ayuda en dignidad o educación... Estos bienes, estas riquezas llenan mucho y a la vez son bien livianas para pasar por la puerta estrecha, por el ojo de la aguja. La riqueza de la Iglesia son los pobres, la autoridad el servicio, el que quiera ganar su vida que la pierda... esta es la dinámica del Evangelio.

En la mentalidad humana el dinero lo puede todo, lo consigue todo, pero no, no nos confundamos. Podremos comprar libros, pero no inteligencia; compraremos comida, pero no apetito; adornos, pero no belleza; casa, pero no un hogar; medicinas, pero no salud; diversión, pero no felicidad; un crucifijo, pero no un Salvador. Podremos compara cosas, nunca valores, jamás la salvación.

Jesús, le miró con cariño. Nos mira con cariño. Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, Dios lo puede todo. Donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón. Que nuestro corazón esté en Dios, en los necesitados, en servir... nuestra riqueza ya será grande aquí y nuestra recompensa eterna en el cielo.

Fr. J.L.

Sabiduría 7, 7-11
Salmo 89, 12-13. 14-15. 16-17       R/. Sácianos de tu misericordia, Señor,
Hebreos 4, 12-13
Marcos 10, 17-30

Cristo y el jóven rico (1899). Heinrich Hoffman
Iglesia de Riverside (Nueva York, Estados Unidos)