sábado, 20 de enero de 2018

La primera enseñanza

III Domingo del Tiempo Ordinario (B)


Pasada la Navidad y enrolados ya en el Tiempo Ordinario, estos primeros domingos nos presentan los primeros pasos de Jesús en lo que llamamos su vida pública. Pasado el tiempo en el desierto; bautizado en el Jordán con el testimonio de Juan, la voz del Padre y la asistencia del Espíritu; Jesús elige a sus primeros discípulos (domingo pasado) y en éste comienza su predicación: Se ha cumplido el tiempo, convertíos porque está cerca el Reino de Dios.

Se ha cumplido el tiempo, el kairos en el griego del evangelio de Marcos, algo más que el kronos, no sólo un momento temporal, sino un momento de gracia para nosotros, un momento oportuno que marca nuestra vida.

Convertíos es un grito que a menudo resuena en la escritura. Convertíos, predica Jonás en los habitantes de Nínive. Convertíos, volved al Señor, volved a vuestro Dios.

Conversión como metanoia, otro término griego y de profunda tradición monástica.

Los monjes que seguimos la Regla de San Benito hacemos el voto de Conversión de vida, la Conversatio morum, cambiar de costumbres, cambiar de caminos, cambiar de lugar, cambiar de gente,... cambiar de vida para volver al Señor. Redirigirnos hacia el Señor si es necesario cambiando de dirección y a veces tomando la dirección opuesta a la que caminamos, a la del mundo.

Convertíos al Señor y el se convertirá a vosotros. Ah, el Señor también cambia de dirección. Pues sí, el Señor hará lo posible, cogerá el camino que haga falta, para hacerse nuestro encontradizo. Mirad si cambió de camino que siendo Dios se hizo hombre, más aún -que en este caso es menos- se hizo esclavo y pasando por uno de tantos se sometió incluso a la muerte y una muerte de Cruz.

El profeta Jonás, antes de predicar en Nínive la conversión como le había mandado el Señor, cogió su propio camino, huyó del Señor, hasta acabar en el vientre de un cetáceo; no quería predicar las amenazas del Señor porque bien sabía que Dios es clemente y misericordioso, y se arrepiente de sus amenazas.

Convertíos al Señor, es lo que él espera, un pequeño paso y volverse hacia él que es rico en perdón y lleno de misericordia.

Por aquí comienza la predicación de Jesús. Por aquí comienza la predicación de todos los profetas que antes que él anunciaron su venida. Me atrevería a decir que todos las religiones, incuso todas las filosofías, comienzan por aquí, por un volver, un retorno al origen, al principio, a la búsqueda de uno mismo en Dios, en la naturaleza, en los otros, en todo.

Convertíos, volved. En el principio todo era bueno, todo hacía referencia a Dios.

La llamada a los discípulos -que también hemos escuchado- les obliga a hacer su propia conversión, su cambio de rumbo: dejando la barca y a su padre le siguieron. Dejan barca y padre, trabajo y familia, comodidades y rutinas, futuro y costumbres.

Con su actitud no sólo reconocen la Buena Noticia que trae Jesús, es más, confirman que es buena noticia para cada uno de ellos. La fe no sólo es asentimiento de verdades enseñadas es más bien confiarse en la persona de Jesús. Convertirnos es ir haciéndonos otros cristos, configurándonos con la persona de Cristo.

Hoy somos nosotros a quien se dirige y los que escuchamos esta Palabra. Jesús pasa a nuestro lado y nos invita a convertirnos -desde dentro- porque el Reino está cerca. Y nos llama por nuestro nombre. Para que le sigamos, para que seamos sus discípulos, -pobre del cristiano, cura, laico, monje... lo que sea, que se crea que su conversión está cumplida, que su aprendizaje terminado, que su configuración con Cristo ya es total-. Cada día nos llama, cada día nos invita a volver a aquel principio donde y cuando todo era bueno.

El momento es apremiante, como dice Pablo en la segunda lectura. Nuestra conversión abierta.

Feliz Domingo

Jonás 3,1-5.10
Salmo 24 R/. Señor, enséñame tus caminos
Primera carta a los Corintios 7, 29-31
San Marcos 1, 14-20

Fr. J.L.

La Pesca Milagrosa (1515). Cartón de Rafael Sanzio
Albert Museum (Londres)