jueves, 31 de diciembre de 2015

Santa María, Madre de Dios

1 de Enero


            Son muy parcas en datos las lecturas que la Iglesia propone hoy a nuestra consideración en esta solemnidad en la que honramos al Hijo y a la Madre, a la Madre y al Hijo. Pero... ¿qué puede un hijo decir de su madre? Casi prefiere no hablar. Y no porque falten motivos para ello, sino por exceso de los mismos. Por muchos que enumerásemos, siempre nos quedaríamos cortos. Yo siempre he dicho y escrito que la madre es el mejor y mayor invento de Dios. Es tan maravilloso que El mismo quiso vivir la experiencia. Porque la madre ha sido, es y será el símbolo del amor más tierno, desinteresado, valiente, arriesgado  y sufrido sobre la faz de la tierra.

            Aunque ya existe, al menos a nivel social, un día dedicado a las madres, yo quisiera señalar que hoy, 1º de año, octava de Navidad, día en que a Jesús se le impone el nombre, solemnidad de la maternidad divina de María, sería el más indicado para el recuerdo emocionado y agradecido de todas las madres.

            Tener una viva conciencia del papel materno que María ejerce en el crecimiento de nuestra vida cristiana, es una experiencia gratísima de la que no nos olvidaremos jamás, porque equivale a constatar el puesto que Ella tiene en la historia de mi salvación, que es sin duda lo más sustancial y decisivo en la vida del hombre, en mi vida.

            Y lo hermoso es que esta función la ejerce precisamente como Madre. Parece que con esto está dicho todo, y efectivamente es así. Al ser María la Madre del Cristo Total, nos adherimos a Ella como por cierto instinto, por una cierta necesidad biológico-espiritual o inercia vital, lo mismo que el recién nacido busca el calor, la protección, el cariño y el alimento de su madre.

            Si hacemos un recorrido por la historia del cristianismo, iniciado con el testimonio de los mismos Evangelios, ya aparece María con el título fundamental que justifica y da sentido a todos los títulos que la reflexión teológica y la piedad cristiana le irán añadiendo, como una larga letanía, en el correr de los siglos. Ella es la MADRE DE JESÚS. El desarrollo inicial de esta expresión normal es el de encajar en la figura histórica de Jesús, en su papel mesiánico, lo que hará de María la MADRE DEL MESIAS. Un grado ulterior de identificación del Mesías es su divinidad, empeño en que se aplicaron los grandes teólogos y santos de la primera época del cristianismo, dando como resultado –y no podía ser de otra manera- el que María sea considerada como la MADRE DE DIOS. A partir de esta verdad formulada con toda claridad, brotará en el pueblo cristiano una sincera y entrañable devoción a María que ya no cesará jamás, a pesar de los momentos de crisis.

            Pero lo admirable de esta, diríamos, constatación multisecular de la devoción mariana ha sido el arraigo tan profundo en el corazón de los fieles de todos los tiempos. Porque no se trata sólo de una devoción teórica, meramente racional o basada en meros principios, sino que brota de una experiencia personal, entrañable, directa como consta por los infinitos testimonios de quienes han vivido su devoción mariana como algo muy íntimo y personal, con una vivencia de filiación que puede entroncar en  el legado de Jesús a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”.

            Nosotros hacemos exégesis y hermenéutica de estas palabras que también se dirigieron directamente a María: “Ahí tienes a tu hijo.” Pero María no tuvo necesidad de que se las interpretaran, sino que penetró inmediatamente en el sentido profundo del mensaje de su Hijo. Enseguida las llevó a su corazón en el que encontraban eco perfecto todas las palabras y gestos de Jesús, de acuerdo con los planes de Dios.

            La experiencia del cristiano respecto a su relación con María no puede tener otro signo que el positivo, porque María, como nos dice el Papa actual, “es la sonrisa de Dios”. María representa el lado más amable de la divinidad, cual es el de su condición maternal.

            Hay quienes han creído ver un peligro, para un maduro crecimiento de la vida cristiana, en ese matiz proteccionista o socorrista con que, a veces, monopolizamos la función de María, y en la que centramos nuestra devoción. Pero yo os digo: no tengáis miedo en buscar los brazos siempre acogedores de la Madre, “refugio de los pecadores” y “consoladora de los afligidos”. No tengáis miedo de sobrepasaros...

            Pero no debemos olvidar algo que es muy importante para nuestro crecimiento espiritual: María es también modelo perfecto de buena cristiana. Pensemos que la vida de la Virgen va paralela a la de su Hijo con idéntica finalidad soteriológica. El es Redentor y Modelo; ella es Corredentora y Ejemplar.

            Que la Madre de Dios y nuestra interceda por nosotros. Amén.


Abad Jesús Marrodán


Virgen con niño atribuida a Felipe Bigarny (s.XVI)
Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Valladolid)

jueves, 24 de diciembre de 2015

Navidad. Misa de Mediodía


En la pasada Media Noche nos embargaba un sentimiento de ternura, como puede despertarlo el nacimiento de cualquier ser humano, y nos alborozábamos por la buena noticia de nuestra salvación manifestada precisamente en esta señal tan entrañable, y que es la que los mismos ángeles dieron a los pastores de Belén: “Veréis a una joven madre y a un bebé envuelto entre pañales.” Signo entrañable realmente, ungido de ternura, sencillez y humanidad; signo que no hace daño a los ojos, ni a los oídos ni al tacto, ni aterroriza el corazón del hombre como aquellos de que nos habla el A. T. Signo de lenguaje inteligible para todas las gentes y culturas de todos los tiempos.

Pero enseguida nos hemos postrado ante el Recién Nacido, y su luz se ha hecho cada vez más deslumbrante; hemos dejado que el Misterio nos invada y nos sobrecoja; hemos vislumbrado las maravillas de Dios y su gran amor al hombre. Hemos penetrado más agudamente en la carne tierna del Infante para ir mucho más allá de la apariencia y hemos quedado anonadados al descubrir la presencia de Dios en, con, como y para nosotros.

Desde una experiencia pospascual la Iglesia pone a nuestra consideración unos textos de enorme densidad teológica, para que podamos abarcar el proyecto salvífico de Jesús en su totalidad, para que veamos que este Niño es el Logos Eterno de Dios y que es a su vez el Redentor de la humanidad; que ha venido a compartir nuestra condición, pero, al mismo tiempo, a sobredimensionarla, a elevarnos también a su categoría de Dios.

 El autor de la carta a los Hebreos nos hace caer en la cuenta de que el Niño recién nacido es el Hijo de Dios por quien todo ha sido hecho, que con sólo su palabra poderosa sostiene el mundo, que después de cumplir fielmente su misión en la tierra tiene un puesto glorioso a la derecha de Dios encumbrado sobre todos los ángeles, pues su nombre –su dignidad- sobrepasa la de cualquier ser creado terreno o celeste, y que merece por lo tanto la adoración de ángeles y hombres.

También San Juan nos ha condensado en el inicio de su Evangelio el testimonio de quien ha convivido con el Mesías y ha seguido su trayectoria, su arco vital, el camino recorrido para dar cumplimiento al plan de Dios, y nos habla del Logos increado que está junto a Dios y que es Dios; Palabra que ha dado origen al Universo de tal modo que sin ella, sin el Logos nada se hizo de lo que se ha hecho. La Palabra era y es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre. Esta luz se hizo cercana, vino a los suyos, a su casa, al colectivo humano, obra también de su potencia creadora. Juan revive el misterio divino-humano del Logos, que es el Mesías, que es Jesús de Nazaret con quien él comió y bebió. Porque la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. Esta carnalidad del Logos no se le olvidará jamás a Juan: “lo que hemos visto, oído y palpado del Verbo de la vida, de eso os hablamos.

El Apóstol se lamenta de que el mundo no haya conocido la obra del Logos encarnado. El fue testigo ocular de cómo sus contemporáneos rechazaban el mensaje y la doctrina de Jesús, y sobre todo fue testigo cualificado de cómo el hombre quiso apagar los ecos de esta Palabra divina ahogándola en su propia sangre. Vino a los suyos y no le recibieron. Pero por fortuna este rechazo no ha sido universal, sino que muchos han aceptado la salvación de Dios y a éstos les ha concedido adquirir su misma condición de hijos.


Como veis, tanto en la carta a los Hebreos como en la perícopa del Evangelio de Juan se hace como una especie de recapitulación de la vida de Cristo, el Verbo que se hace hombre para salvar al hombre, pero sólo al que acoge su palabra y la pone por obra. Está claro que sólo se salva quien desea ser salvado. Podemos, mediante un uso perverso de nuestra libertad, rechazar el mensaje salvador y dar la espalda a la luz; lo que no podemos impedir es que la Luz siga brillando, que la Palabra siga enseñando, que el Poder de Dios se siga ejerciendo de modo que puedan “todos los confines de la tierra contemplar la victoria de nuestro Dios”.

Abad Jesús Marrodán

The Nativity width the adoration of the Sepherds (1554). 
Giorgio Vasari. Colección privada

Misa de Medianoche (Navidad)


“¡No la debemos dormir la Noche Santa!”. La noche en que María dio a luz a su hijo que, además de ser hombre, era Dios. Una experiencia inédita para quien calificamos de Omnipotente: poder contemplar la luz con ojos humanos, sentir en su cuerpo los besos y las caricias de una madre primeriza impresionada, emocionada, sobrecogida, pero a la vez plenamente consciente de su papel de sus deberes y derechos de maternidad, con ese instinto que ellas poseen para cuidar a esos seres tan indefensos y menesterosos como son los recién nacidos. Esto que nos parece tan normal en cualquier nacimiento, se convierte en algo estremecedor cuando pensamos que este Recién Nacido es el DIOS DEL UNIVERSO.

Y enseguida nos formulamos la pregunta: “¿Por qué?” o “¿para qué?” o, mejor aún, “¿por quién?”. Y al saber la respuesta es cuando nos sentimos literalmente abrumados, como incapaces de asimilar tanta grandeza y bondad. Es cierto que la repetimos de memoria al recitar nuestro credo “propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis”; por nosotros y por nuestra salvación ocurrió la Navidad, pero, si nos detenemos un poco, sentimos un escalofrío al notar de forma tan evidente y entrañable el gran amor con que Dios nos ama.

Este desbordamiento del amor divino es la derivada natural de la condición de Dios, de su misma naturaleza, que es Misericordia y Generosidad sin medida. Es verdad que al pecado, desde un cierto punto de vista y en razón justamente del Ofendido, puede atribuírsele una superlativa nota de exceso, de maldad infinita que, de hecho, sólo Dios podía saldar en estricta justicia, pero hay modos y modos. Dios, decimos en nuestro humilde lenguaje, se excedió.

En el Domingo IV de Adviento encontrábamos un simpático ejemplo de la “medida” de nuestro pecado que habrá de ser absorbido por la sanación del Mesías, el Salvador, como le llamamos. Ya sabéis que en el canto gregoriano se enfatizan algunas palabras o frases más importantes a base de una riqueza melódica y neumática que ponen de relieve y subrayan fuertemente la palabra o palabras principales. Suele ocurrir esto en las piezas más estructuradas y ricas, musicalmente hablando, como los Aleluyas. Precisamente, mientras la schola cantaba el texto del Aleluya del Domingo pasado reparé, con cierta extrañeza, en que la palabra más adornada y de larga vocalización era justamente “pecado” (facinora, en latín), como haciéndonos caer en la cuenta de que la malicia de nuestro pecado de ayer, se redime con la Salvación de hoy (hodie, en latín, que escuchábamos en el Aleluya); además enseguida asocié el “facinora ampliamente adornado, con el consolador texto pascual “O felix culpa” que nos trajo tal Salvador.


Esta bellísima realidad de que dónde abundó el pecado sobreabunda la gracia, es justamente lo que estamos viviendo en esta Noche Santa. Por  eso “no la debemos dormir”, la debemos celebrar, la debemos cantar, la debemos disfrutar, la debemos proclamar y la debemos sentir y aprovechar con toda la intensidad del cuerpo , de la mente, del corazón y del alma y del espíritu. Hoy nos ha nacido un SALVADOR.

Abad Jesús Marrodán

La Adoración de los Pastores (1605). Pieter Paul Rubens
Pinacoteca Cívica di Fermo (Italia)

sábado, 19 de diciembre de 2015

Un Dios...desde abajo

IV Domingo de Adviento (Ciclo C)

  
María se puso en camino. Cuarto domingo y cuarta vez que lo dicen: nuestro adviento no es estático sino dinámico; es activo, no pasivo. María, en su adviento, en su esperar al Señor, su hijo, el Hijo de Dios, se pone en camino, va con prisa para ayudar, a servir, a transmitir la alegría que nos da el saber que Dios está con nosotros, que Dios nos viene. Viene a nosotros y nos transforma, viene y nos vive.

Con su venida a hacer la voluntad de Dios (2ª lectura) todos quedamos justificados, santificados, redimidos de una vez para siempre.

María se puso en camino y fue a prisa a la montaña a servir. Lo decía el Papa Francisco, no hace mucho, ante un auditorio de presbíteros y religiosas y religiosos: Dios siempre que llama llama para servir, llama al servicio de los demás, no para que nos sirvan. María es llamada a ser Madre de Dios, a ser portadora de su Palabra hecha carne y de su alegría, a hacerse sierva y manos -en manos de Dios- para todos y para siempre.

Dios nos viene desde abajo... a un pueblo de Judá... de el que ni se dice el nombre. Sin nombre, pero importante para Dios. Miqueas (1ª lectura) profetiza sobre Belén: Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá... Aquí sabemos el nombre, en ella nacería David el Rey, allí nacería Jesús. Pequeña pero con largo pasado y futuro inmemorial.

Dios viene desde abajo, desde lo sencillo. No busca palacios, ni poderío; su fuerza y su poder no los da el mundo, vienen de Dios. Dios viene de abajo y busca lo sencillo, desde la pequeñez de su esclava, siguiendo por un pesebre porque no encontraron sitio en la posada, hasta la Cruz. Dios se rodea de sencillos e invita a buscar la sencillez de los niños.

Como Belén, largo pasado y futuro para recordar, así somos nosotros con el paso de Dios por nuestras vidas. De ser pequeños, insignificantes, anónimos... pasamos a ser hijos de Dios, hijos en el Hijo, herederos con Cristo del reino eterno.

Sólo un Dios que se abajó hasta la condición de esclavo y pasó como uno de tantos puede ofrecerse con nosotros, innominados insignificantes, y llenarnos de la alegría de que todo lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Fr. J.L.

Miqueas 5, 1-4
Salmo 79          R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve
Carta a los Hebreos 10, 10-15
Lucas 1, 39-45

La Anunciación (1660). B.E.Murillo
Museo del Prado (Madrid)

sábado, 12 de diciembre de 2015

Motivos para la alegría

III Domingo de Adviento (Ciclo C)


Hoy el mundo tiene cara larga, no hay alegría, no hay motivos de esperanza, así estaba el pueblos de Israel hace 2000 años. Para nosotros hoy, el morado se vuelve rosa; la espera se ilusiona; la esperanza es alegría.

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.

Alegría por el perdón, alegría por la libertad, alegría por que Dios está en medio de nosotros. Dios salva, se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.

Siempre alegres, el Señor está cerca. Con Él próximo no hay de qué preocuparse, todo es gracia, y todo debe ser dar gracias. Su paz nos guarda.

Y yo... ¿qué hago? ¿qué tengo que hacer? -Lo repetimos cada domingo- nuestra espera no es pasiva, no es un esperar sentados, no. Es una espera hacendosa.

A Juan le hacen tres preguntas, tres variados personajes representantes de la sociedad del momento. A los tres en su medida les responde: JUSTICIA. Este es el camino alfombrado por el que tienen que pasar el Justo, el Hijo de Dios, el Dios humanado. Justicia entre los hombres, camino despejado para Dios. Vaciarse de uno mismo para dejarle sitio a Él dentro de nosotros, ese es el pesebre que busca, no palacios, no grandezas, sólo el corazón del justo.

La imagen de Juan, el Bautista, la Voz que grita en el desierto -¿quién escucha en la soledad del desierto?, ¿para quién se grita en el desierto?- trabajar para Dios es siempre trabajar de balde y no pocas veces -humanamente hablando- trabajo inútil, como predicar en el desierto. Juan, quien bautiza con agua, el que no es digno ni de desatar la correa de la sandalia del Salvador... Juan el mejor ejemplo de deshacerse, de desaparecer. de perderse para ser encontrado, de vaciamiento del yo propio, de apagarse para que brille la Luz verdadera, Cristo Señor.

Fr. J.L.

Sofonias 3, 14-18a
Salmo: Isaias 12, 2-3. 4bed. 5-6     R/Gritad jubilosos: "Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel"
Carta a los Filipenses 4, 4-7
Lucas 3, 10-18

San Juan Bautista predicando en el desierto (1650-1655). Pier Francesco Mola
Museo Thyssen -Bornemisza (Madrid)

lunes, 7 de diciembre de 2015

Inmaculada Concepción

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Salmo 97, 1. 2-3ab. 3c-4       R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravilla
San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12
San Lucas 1. 26-38

“Quiero Hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos” (Salmo 44).
   
María, debido a la sencillez de su corazón que concede a los que la poseen el don de ver a Dios y penetrar en sus planes, proclamó alborozada ante Isabel el gran privilegio de que era objeto: “Engrandece mi alma a Señor... Me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí... Su misericordia alcanza de generación en generación”.

Porque sin duda alguna, por medio de María se han realizado los acontecimientos más altos de la historia de la salvación. María es la elegida como Madre del Salvador del mundo y así surge ab aeterno en la mente de Dios. Por eso en los albores de la humanidad, mucho antes de su existencia física aparece ya la figura de María y de su descendencia como antagonista de las fuerzas del mal. Notemos que la primera aparición de María en la Sagrada Escritura es como opositora a la serpiente del mal, la enemiga de la humanidad..., y la última, en el Apocalipsis, de la misma manera, como opuesta al dragón infernal. Este antagonismo comienza históricamente desde el momento de su concepción que para nosotros ya es su Concepción Inmaculada.

Este Misterio comprende o engloba tres aspectos a tener en cuenta cuando hablamos de la santidad de María: Que no tuvo pecado de origen con el que todos nacemos; que estuvo llena de gracia desde el instante mismo de su concepción; y que le fue concedido el don de la impecabilidad. Sin duda que se trata de un privilegio singular de carácter abiertamente sobrenatural, pero “nada hay imposible para Dios”, como le recordará a Ella misma Gabriel.

Suele decirse que Dios da la gracia en proporción de la misión que cada uno debe desempeñar en el mundo. Si María estaba destinada a ser la Corredentora de la humanidad como Cooperadora activa en el Evento salvífico, era necesario que lo hiciera desde el estado de gracia y desde el comienzo mismo de su ser; lo mismo que afirmamos del Salvador, su Hijo, que inició su obra salvadora desde el instante mismo de su Encarnación, es decir: desde el momento en que María pronunció su SI  al requerimiento de Gabriel en la Anunciación.

No olvidemos que María entra de lleno en el orden hipostático relativo y por consiguiente las enemistades de María con Satanás de que nos habla el Génesis son la mismísimas (“ipsisimas”, nos dice el Papa Pío IX en la Bula “Ineffabilis Deus”) que las de Cristo: totales, absolutas ontológica, moral y cronológicamente consideradas.

En María no hubo jamás el paso de pecado a gracia, como se da en todos los mortales, y por eso hablamos de privilegio singular. Y aquí es donde tropezaron grandes sabios teólogos e incluso algunos santos que no lograban conciliar la carencia de pecado original en María con su calidad de criatura redimida, si la redención, como nos recuerda S. Pablo, fue UNIVERSAL

El argumento teológico de la gracia preveniente salió al paso de esta dificultad que operaba como freno a la formulación del Dogma, pero que no impedía que el pueblo cristiano, en particular el pueblo español, defendiera con calor y devoción la celebración de la fiesta de la Inmaculada  incluso mucho antes de 1845 en el que fue proclamado el Dogma.

Este privilegio excepcional de María que estaríamos tentados a contemplar como un mero dato biológico o biográfico sin mayores implicaciones en nuestra vida, adquiere un sentido nuevo cuando es considerado como esencialmente vinculado a la Historia de la Salvación, de nuestra salvación. Bien asentado esto, este privilegio y todos los demás de la virgen María nos sirven para ensalzar a nuestra Madre y alabar al Creador; para dar un sentido más real y profundo a nuestra devoción mariana que, desde esta óptica, no podemos considerar como algo potestativo o secundario, sino vital y esencial, ya que María es tipo de la Iglesia y modelo para todos su hijos. “Apareció una señal en el cielo”, nos dice el Apocalipsis. María es todo un SIGNO. El signo del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios para con el hombre. Dios nos prometió la salvación en el paraíso inmediatamente después del pecado, y allí aparece ya la Inmaculada como signo de esta salvación.

No sabemos exactamente qué día de qué año Maria vino al mundo. No tiene mayor importancia. Litúrgicamente lo recordamos hoy y lo revivimos, lo celebramos y nos felicitamos; porque tal día como hoy llega para los hombres la plenitud de los tiempos. Hoy despunta la Aurora que nos trae al Sol de Justicia. Hoy comienza a formarse el capullo que dará un fruto de salvación. Hoy, en el vientre de Ana, han brotado la esperanza, la alegría y la promesa de la recuperación del Paraíso perdido.

Abad Jesús Marrodán (8-12-2008)

La Inmaculada  Concepción del Escorial (1660/1665). 
B.E.Murillo. Museo del Prado

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hoy...toca limpia

II Domingo de Adviento (Ciclo C)

  
Dios viene. Su llegada a nosotros es un cambio de vida, cambio total. Se terminó el duelo y la pena, la tristeza y el miedo, si Dios nos llega sólo podemos ser reflejo de su gloria, sobrante de justicia, rezumado de paz.

Nosotros lo esperamos. Y la espera debe ser activa, como cuando esperamos a alguien deseado y amado a quien hace tiempo que no vemos, o a alguien importante que trae beneficios... los montes se aplanarán los valles se rellenarán, los árboles aromáticos le harán sombra y perfumarán su camino...

Dios guiará a su pueblo con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia... Gloria, misericordia, justicia. Este es el grito de todo hombre y de todo pueblo. Esto es personalizado en el Dios hecho hombre, el Dios que nos viene. Por eso con el salmista podemos gritar: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Su fruto, la justicia, que viene por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios. Quien inició en vosotros la buena obra, la llevará a termino. Esta frase escrita por san Pablo, copiada por San Benito en la Regla de los Monjes y usada tanto en el rito de la profesión monástica, como en el de ordenación, resume el cambio que debemos reflejar tras nuestro encuentro con el Dios que viene, por que Él es el sentido de nuestra vida, quien la conduce y su final, de su mano alegría y luz de su gloria, con la misericordia y la justicia...

El Evangelio nos sitúa en un punto concreto de la historia. La cita cronológica de autoridades civiles y religiosas coloca a Juan, el precursor, y por el a Cristo en un momento y un lugar fiable. Su grito, el anuncio de un esperado Salvador al que hay que preparar caminos y prepararse interiormente: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios. Este año, para la pasada de La Vuelta Ciclista a España, vimos con sorpresa cómo adecentaban los accesos del monasterio, podaban los árboles, limpiaban las cunetas, desbrozaban malezas... iba a pasa La Vuelta... y Burgos, y Castilla y león, tenían que dar buena imagen.

Pues es Dios mismo quien nos viene y lo exterior le da un poco igual.  Adecentemos los accesos a nuestra alma, podemos ramajes que estorban, limpiemos nuestras lindes, desbrocemos malezas enmarañantes...

Hagamos de nuestro alma y de nuestro corazón un espacio acogedor al Dios que viene.

Fr. J.L.

Baruc 5, 1-9
Salmo 125           R/El Señor ha estado grande entre nosotros, y estamos alegres
Carta a los Filipenses 1, 4-6, 8-11
Lucas 3, 1-6

Vendedora de Flores. Diego Rivera
Museo de México

sábado, 28 de noviembre de 2015

¡Ya viene!

I Domingo de Adviento (Ciclo C) 


Comienza el tiempo de Adviento, tiempo de espera y tiempo de esperanza.

Cuatro domingos, cuatro velas, un camino por recorrer, un ascender, un aclarar, un querer vislumbrar. La espera de un encuentro, la necesidad de ese encuentro con el Dios humanado.

Tres personajes, Isaías, Juan el Precursor y María, la Virgen Madre con dos satélites, Isabel, su anciana prima y José, el casto esposo.

Dos colores: El morado, penitencial por un lado expectante otro. Oscuro morado que debemos ir clareando hasta quedar deslumbrados en la Luz de la Navidad del Señor; por la inmensa claridad que sale del humilde pesebre donde el cielo se junta con la tierra y Dios se hace hombre. El rosa, segundo color (que nosotros no usamos), que se puede emplear el domingo tercero en una invitación clara (otra cualidad de la luz) a una espera gozosa, expectante, ilusionante...

Una actitud. La espera activa: esperar avanzando por el camino de la salvación para encontrarnos lo antes posible. Para hacernos los encontradizos. Esperar encendiendo luces, físicas y espirituales, cada domingo una vela, cada día nuestro espíritu. Esperar con la mesa preparada, y quien dice mesa dice salita y corazón, lugar de encuentro, para recibir con dignidad, para recibir con amor, de corazón. Una espera expectante, deseada, una espera necesitada

El pueblo judío esperaba al Mesías (1ª lectura) que cumpliría las promesas, un vástago de la casa de rey David, que haría justicia y derecho, que salvaría a Judá y daría tranquilidad a la vida cotidiana. Miremos nuestra sociedad, nuestro alrededor, estamos como entonces necesitados, hasta más necesitados que entonces, del cumplimiento de las promesas, de justicia y derecho, de salvación y tranquilidad. Su nombre será: Señor-nuestra-justicia.

La llegada del Señor, su conocimiento, el encuentro personal con Él, debe colmarnos y rebosarnos en amor mutuo y amor a todos (2ª lectura) No nos puede dejar indiferentes, nos debe hacer levadura que fermenta nuestro entorno, que cambia nuestro alrededor. Esta es la actitud correcta en espera de su segunda venida, la definitiva, con estremecimiento y estruendo de cielos y tierra, con poder y majestad... entonces sabremos que llega y será nuestra liberación.

Dios viene, Dios nos viene. Viene para nosotros, para cada uno de nosotros. Que no estemos llenos de las cosas que saturan pero no llenan, que invaden pero no llenan. Dios nos viene, preparemos los caminos, preparemos los corazones.

Fr. J.L.

Jeremías 33, 14-16

Salmo 24                       R/. A ti, Señor levanto mi alma
Primera carta a los Tesalonicenses 3, 12-4, 2
Lucas 21, 25-28. 34-36

El arbol de Jesse (1485). Jan Mostaert
Rijks Museum (Holanda)

sábado, 14 de noviembre de 2015

El final: hoy, mañana...

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)

 

El domingo pasado, el próximo, el presente vienen marcados con tintes apocalípticos, el final de los tiempos, la parusía del Señor, su retorno en gloria.

Las lecturas vienen cargadas de símbolos; desajustes naturales, el sol, la luna, las estrellas, los astros... todo un catastrófico caos que enmarca el orden plenificado y personalizado, el Hijo del Hombre entre las nubes, con gran poder y majestad.

Entre tanto terrorífico fin un oasis de calma y confianza en el salmo responsorial: Dios es nuestro refugio, que nos protege. El Señor es el lote de mi heredad... mi suerte está en tu mano... me saciarás de gozo en tu presencia, de alegría perpetua a tu derecha... Confianza que humaniza.

Cristo, Palabra encarnada del Padre es lo único que permanece y permanecerá. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán.

Cristo, única ofrenda  que salva, auto-ofrecido por los la salvación de todos, reorganizador del caos, luz de las tinieblas...

Gracias a la pasión y resurrección de Cristo cada día es fin del mundo y cada día es también nueva creación. Cada día es caos y cada día es orden. Cada día es muerte y cada día es rebrotar de vida. Porque Cristo es el sentido de la vida dentro del sinsentido del vivir diario.

Con todo, aspiramos a un mundo mejor, a una vida mejor. Un mundo humanizado, que nos hace aquí lo más parecido a dioses, ser muy humanos. Un mundo con paz entre los hombres, con armonía con la naturaleza, sin sufrimiento en los corazones... Un reino que no es de este mundo pero que podemos vivir ya aquí. Nos queda mucho por hacer en este mundo y Dios es paciente para que hagamos nuestras tareas.

El día y la hora nadie lo sabe... Tenemos tiempo, aprovechémoslo.

Fr. J.L.

Profecía de Daniel 12, 1-3
Salmo 15,5. 8. 9-10. 11            R/.Protégeme, Dios mío, que me refugio en ti
Carta a los Hebreos 10, 11-14. 18
Marcos 13, 24-32


El Juicio Final -tríptico- (1467). Hans Memling
Muzeum Narodowe (Gdansk, Polonia)

sábado, 7 de noviembre de 2015

Dar-se = humanizar

XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (B)

 

Lo poco es mucho para el Reino de Dios, con lo escaso que llena, que desborda, que dura, que no faltará.

Dios no es fachada, es cimiento, fundamento.

¡Cuidado con los escribas!, cuidado con los que dicen y no hacen, con aquellos que su vida no irradia Evangelio. Cuidado con los que solo son fachada... y al menor aire se desploman sobre con -quien con buena fe- espera a su vera Palabras de Vida. "Las apariencias engañan" como casi siempre el refranero popular atina... proporcionalmente es mucho más fuerte una hormiga que un elefante. Fuerte no es lo mismo que pesado; brillante no es siempre valioso; leído no tiene por qué ser aprendido.

En lo humano se queda su paga y, casi siempre, en lo humano termina su recuerdo.

Los de sólidos cimientos, los que se dan en vez de dar cosa, bienes o dineros; los que se entregan en servicio a los demás; los que ponen al otro antes del yo;... Como la viuda de Evangelio que da lo que tenía para vivir; como la viuda de Sarepta, que se quitó de comer ella y su hijo para ofrecer su pan al profeta del Señor... Estos son los que no esperan de los hombres, sino que confían ciegamente en Dios; estos son los que quedan para siempre, los que la historia recuerda, los que la fe ensalza, Los que anteponen a un Dios Que mantiene su fidelidad perpetuamente, que hace justicia a los oprimidos, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos. El Señor abre los ojos al ciego, el Señor endereza a los que ya se doblan, el Señor ama a los justos, el Señor guarda a los peregrinos. Sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente, tu Dios, Sión, de edad en edad.  Los que se fían de Dios sin contrapartidas.

Cristo se ha manifestado una sola vez y su recuerdo, y su presencia dura veinte siglos después. Su salvación es eterna, de una vez para siempre. La segunda vez vendrá en gloria.

Fr. J.L.

Primer libro de los Reyes 17, 10-16
Salmo 145, 7.8-9a. 9bc-10                              R/. Alaba, alma mía, al Señor
Hebreos 9, 24-28
Marcos 12, 38-44


Adoración del nombre de Dios o La Gloria (1772). Francisco de Goya.
Basílica de Nuestra Señora del Pilar de Zaragoza

sábado, 31 de octubre de 2015

Todos los Santos

1 de Noviembre de 2010

 
La SANTIDAD en la Iglesia constituye una de sus Notas características; y no puede ser de otra manera, pues los bautizados nos hemos incorporado a Cristo que es el SANTO por excelencia. Por lo tanto si formamos un solo Cuerpo con Cristo nuestra Cabeza, no hay alternativa posible. Además se trata de una exigencia moral que debe corresponderse con la realidad ontológica que acabamos de apuntar, evidentemente desde la órbita de la fe y de la gracia que es en la que nos movemos los cristianos.

Esto implica la llamada y la necesidad de tender a la santidad si queremos mantener nuestra identidad como cristianos; llamada, además, de carácter universal que a nadie excluye y de la que nadie debe sentirse excluido. El precepto del Señor es claro: Sed santos como lo es vuestro Padre celestial. Este es el programa y el proyecto de vida del discípulo y del seguidor de Cristo.

La Iglesia en su catequesis secular siempre ha mantenido este principio, incluso lo ha dejado reflejado en su legislación básica. Muchos no lo saben, pero en el Código de Derecho Canónico, concretamente en el canon 210, podemos leer el siguiente texto: “Todos los fieles (christifideles) deben esforzarse, según su propia condición, por llevar una vida santa...” Sin duda se trata de un texto legislativo que recoge la solicitud pastoral de la Iglesia que se ha manifestado de modo inequívoco en el pasado Concilio en el capítulo 5 de la Lumen Gentium, insistiendo en el aspecto de la universalidad de esta obligación. La santidad se identifica, pues, con la vida cristiana.

Pero apurando un poco más las cosas, podría afirmarse que la santidad se identifica con la vida misma del hombre. No olvidemos que somos imagen, hechura, reflejo, réplica de nuestro Creador, que es la Santidad misma por definición. O, si preferimos utilizar la de S. Juan Dios es amor, nos encontramos con la misma realidad dicha con otras palabras. La santidad es Amor, es Caridad. Los teólogos hablan indistintamente de caridad perfecta y de santidad.

Humildemente tenaces en el cultivo de esta caridad fueron los que llamamos SANTOS, a quienes globalmente recordamos y veneramos en esta Solemnidad: Una muchedumbre innumerable (“¿Son muchos los que se salvan?”), incontable -leemos en el Apocalipsis- de toda raza, lengua, pueblo y nación; porque el amor, como Dios que es su fuente, no tiene color, ni sexo, ni etnia, ni lengua... El es el SER, y su comunicación es el LOGOS. Viviendo, además, en la eternidad, son a-temporales "desde Abel hasta el último justo": su testimonio y su ejemplo son actualísimos y siguen constituyendo un estímulo para la humanidad de hoy.

S. Agustín, S. Bernardo, S. Ignacio, Santa Teresa... y otros muchos santos y santas se decían: “¿Por qué si estos y estas lo han conseguido, no voy a poder conseguirlo yo?” ¡Vaya si lo consiguieron! Cada cual según su condición, cada cual en su puesto, en su momento, en su circunstancia. Cada cual irrepetible. Porque se trata de una responsabilidad personal e intransferible, individual, exclusiva. Aquí no vale escudarse o disimular nuestra cobardía en una especie de santidad colectiva, o reservada para determinados estamentos, grupos o géneros de vida. No, cada miembro del Cuerpo tiene su peculiar función que debe desarrollar a la perfección. Yo tengo que ser San Yo Mismo.

Pero estamos todavía en la arena, en el campo de batalla, en la Iglesia Militante, en el Valle de Lágrimas, en el trabajo, en el esfuerzo, en la lucha, en el peligro, en la tentación, en el pecado. Por eso miramos a estos hermanos nuestros que también sufrieron los mismos avatares que nosotros; les pedimos que nos ayuden y que intercedan por nosotros; nos alegramos también de su triunfo, de la bienaventuranza de que disfrutan; los tomamos como modelos de identificación, como dechados de virtud; los asociamos a los ángeles y sobre todo a Jesucristo que es el Santo de los Santos, corona de los Santos, admirable en sus Santos y premio eterno de todos los Santos.

Ojalá, como ellos, lleguemos un día a ser también nosotros honra de la Iglesia y glorificación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.



Fr. Jesús Marrodán (1-11-2010)

Libro del Apocalipsis 7, 2-4, 9-14.
Salmo 23, 1-2. 3-4ab. 5-6.                            R/. Este es el grupo que viene de a tu presencia, Señor
Primera carta del Apóstol san Juan 3, 1-3
Evangelio de San Mateo 5, 1-12

La Gloria de todos los Santos (s.XV). Giovanni Battista Ricci 
Colegio de Corpus Christi (Valencia)

sábado, 17 de octubre de 2015

El otro Reino

XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (B)

  

El escalafón humano es direccional y diametralmente opuesto al escalafón celestial. Lo que aquí es subir allí es bajar. Lo que aquí es crecer allí es disminuir. Lo que aquí es prosperar allí es retroceder. lo que aquí es crecer allí es disminuir, lo que aquí es pérdida allí es ganancia. Lo que aquí es dar la vida allí es recibirla.

Santiago y Juan, como los otros diez, siguen viviendo desde lo humano, por más que Jesús hable de "otro reino", porque su Reino, no es de este mundo.

¿Sois capaces de beber el cáliz que yo he de beber, o de bautizaros con el bautismo con que yo me voy a bautizar?» Contestaron: «Lo somos.» A los apóstoles no les falta ímpetu, tampoco arrogancia y bastante ambición.

Hoy, por desgracia, seguimos encontrando más de lo mismo en la sociedad, en la Iglesia, en nosotros mismos. Los cargos suelen ser cargas, rara vez escaparates de lucimiento. Para que un brillante quede bien tallado y luzca en todo su esplendor hay que romper muchos cristales antes. Aun así ambicionamos puestos para nuestro lucro y lucimiento, no para servir.

El Papa Francisco insiste a tiempo y destiempo, y además da ejemplo cumpliendo la palabra evangélica sin glosa ni adorno: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; y el que quiera ser primero, sea esclavo de todos. Porque el Hijo del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. Dar la vida no por el cargo, sino por los servidos, por los de abajo.

Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. Vosotros, nada de eso. El Evangelio no va por ese camino. En el Evangelio no hay tronos, ni siquiera sillas, hay gente en camino, buscadores y servidores, vida en movimiento como el agua que donde llega lleva vida. Testigos que no pueden callar su experiencia de vida, que son impulsados a compartir y comunicar el gozo del encuentro con el Resucitado en sus vidas. Id y proclamad lo que habéis visto y oído, no "sentaos aquí, a mi diestra y a mi siniestra".

Id y proclamad lo que habéis visto y oído. y beberéis el cáliz que yo he de beber, y os bautizareis con el bautismo con que yo me voy a bautizar.

Fr. J.L.


Isaías 53, 10-11
Salmo 32, 4-5. 18-19. 20 y 22
                R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti.
Hebreos 4, 14-16
Marcos 10, 35-45

Altar de la Sede Petrina. 
Basílica del Vaticano (Roma)

lunes, 12 de octubre de 2015

En medio...

Virgen del Pilar


Como el arca de la alianza se coloca en medio de la tienda; como María está en medio de los apóstoles después de la Ascensión de Jesús, aglutinando y orando en comunión.
 
El Pilar... la columna central que sostiene el edificio apostólico; que mantiene la fe del pueblo; que anima al Apóstol Santiago a seguir anunciando a Cristo hasta el fin de la tierra, hasta el fin de sus días...

María centro de la Iglesia, la apostólica, la del principio y la de ahora que peregrina no pocas veces sin rumbo claro, como el Apóstol en Cesaraugusta a las orillas del Ebro.

Santa María del Pilar, (cantamos en el himno de la liturgia de este día) desde tu columna oteas, diriges, sostienes, alientas, proteges y guías al pueblo que peregrina, estos tus hijos.

Dichoso el vientre que te llevó y los pechos que te criaron. Ole tu Madre. No, mejor, dichoso quien escucha la palabra de Dios y la cumple... Y que mejor oyente, "escuchante" y cumplidora de la Palabra de Dios que María, la Esclava del Señor, la Madre de Dios. Dichosa tú que has creído, porque lo que te ha dicho el Señor, se cumplirá. Dichosa tú que llevaste en tu seno a Cristo, le diste a luz y le criaste... Dichosa tú que has creído y te has fiado ciegamente de Dios.

María es la primera discípula y oyente por excelencia de la Palabra de Dios. Ella conservaba en su corazón todas las cosas de la vida de su Hijo y las meditaba; lo acompañó durante su ministerio público y permaneció firme al pie de la Cruz, como sólo sabe y puede hacer una madre. Vivió siempre en el "SI" dado en la Encarnación como respuesta al Ángel, sin dudar en ningún momento.

María, ciertamente, es la Madre de Jesús digna de toda alabanza, pero es antes que madre la primera creyente como recuerda San Agustín: “María concibió antes en su mente que en su vientre”, en Ella precedió la fe a la concepción. Madre de Dios, Espejo de justicia, Sede de sabiduría, Causa de nuestra alegría, Vaso espiritual, Vaso venerable, Vaso insigne de devoción, Rosa mística, Torre de David, Torre de marfil, Casa de oro, Arca de la fe, Puerta del cielo, Estrella de la mañana, Salud de los enfermos, Refugio de los pecadores, Consuelo de los tristes, auxilio de los cristianos... son algunos de lo "piropos" marianos de las letanías de nuestra Señora, María es grande, muy grande.

Protege a los pueblos Hispanos que hoy celebran su descubrimiento, Protege al Pueblo de España que la tiene por patrona, protege a numerosas asociaciones y organizaciones que confían en ella. En Zaragoza era común pedir un manto del Pilar para morir bajo el manto, bajo la protección de la Virgen del Pilar, como el niño que desesperado se cobija bajo las faldas de su madre. Casi 175.000 personas llevan el nombre del Pilar en España.

Desde el cielo nos acompaña en el camino de la vida y, como Madre, siempre está atenta a interceder por nosotros en nuestras necesidades como en las bodas de Caná. Pero también, como Madre, nos recuerda lo que dijo entonces a los sirvientes: Haced lo que Él os diga. Así nosotros también destacaremos por escuchar la Palabra de Dios y ponerla en práctica.

Mujer, aquí tienes a tus hijos. Hermanos, aquí tenemos una Madre.

Fr. J.L.

Crónicas 15, 3-4.15-16; 15, 1-2
Salmo 26              R.- El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado
Hechos de los Apóstoles 1, 12- 14
Lucas 11, 27-28

La Virgen del Pilar (s.XVIII). José Campeche
Smithsonian American Art Museum (Washington)

viernes, 9 de octubre de 2015

Comprar el Reino

XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)


¿Qué haré para heredar la vida eterna?

Muchos son los caminos que conducen a Dios, a la vida eterna. El encuentro con Dios se puede dar en el silencio, por la palabra, en un accidente, por un acontecimiento familiar, por una nueva vida o una muerte, un amigo o un desconocido, hasta un enemigo, en la contemplación de la naturaleza... lo único que no lleva a Dios es el dinero, a Dios no se le compra, Dios es gratis, gratuidad y gratitud.

El dinero es necesario, (todos comemos todos los días, hay que mantener estos grandes edificios), pero no lleva a Dios, es más, casi siempre por su mal uso y abuso, separa de Dios.

Cuántas veces conocemos y vemos gente sencilla que vive con lo justo, y a veces ni tan siquiera con esto, y son felices; y otros, a los que no falta de nada y en abundancia, apegados a sus riquezas, pero tristes y solos, desviviéndose en la preocupación de guardar y acrecentar su pobre riqueza.

Las riquezas que se apolillan y herrumbran, tesoros de la tierra para la tierra; los tesoros del cielo para el cielo.

La viuda pobre, el tesoro escondido, la perla preciosa... no pocas veces el Evangelio nos lo recuerda, dejar lo material y buscar lo importante, lo que hace crecer por dentro, lo que alimenta el espíritu.

La Sabiduría, como término bíblico, se traduce por conocimiento de Dios, por saboreo de Dios. Con Ella, nos dice la primera lectura, me vinieron todos los bienes. Oro, plata, piedras preciosas.. son nada ante ella. Incluso la salud y la belleza, que no son cosas materiales tangibles, brillan menos que Ella.

Cuando a uno sus riquezas no le dan para vivir ni le dan vida, abandonado en Dios, sentirá su mano protectora presente en su vida, como Padre, como Madre, desvividos por cada uno de sus hijos con un amor personal, individual y completo. La viuda de Sarepta preparó un pan para el profeta Elías con su última harina, y su resto de aceite, y en su confianza ciega en la palabra del profeta la harina no se acabó ni la alcuza se secó.

Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el reino de los cielos. Hoy todos estamos apegados, nos hacemos ricos, nos creemos ricos, con mil cosas. Cosas, simplemente cosas. Mi dinero, mi coche, mi móvil, mis libros, mis juguetes, mis tonterías... mi, mi, mi... mi yo.

Para el diácono San Lorenzo en los primeros siglos de la Iglesia, su riqueza eran los pobres. Para muchos voluntarios hoy, en mil organizaciones religiosas o no, su riqueza y la mejor paga, es la sonrisa de un anciano, o de un niño enfermo, o de cualquier necesitado en quien emplean su tiempo y su saber, o el ver que una comunidad prospera con su ayuda en dignidad o educación... Estos bienes, estas riquezas llenan mucho y a la vez son bien livianas para pasar por la puerta estrecha, por el ojo de la aguja. La riqueza de la Iglesia son los pobres, la autoridad el servicio, el que quiera ganar su vida que la pierda... esta es la dinámica del Evangelio.

En la mentalidad humana el dinero lo puede todo, lo consigue todo, pero no, no nos confundamos. Podremos comprar libros, pero no inteligencia; compraremos comida, pero no apetito; adornos, pero no belleza; casa, pero no un hogar; medicinas, pero no salud; diversión, pero no felicidad; un crucifijo, pero no un Salvador. Podremos compara cosas, nunca valores, jamás la salvación.

Jesús, le miró con cariño. Nos mira con cariño. Lo que es imposible para los hombres es posible para Dios, Dios lo puede todo. Donde está nuestro tesoro allí está nuestro corazón. Que nuestro corazón esté en Dios, en los necesitados, en servir... nuestra riqueza ya será grande aquí y nuestra recompensa eterna en el cielo.

Fr. J.L.

Sabiduría 7, 7-11
Salmo 89, 12-13. 14-15. 16-17       R/. Sácianos de tu misericordia, Señor,
Hebreos 4, 12-13
Marcos 10, 17-30

Cristo y el jóven rico (1899). Heinrich Hoffman
Iglesia de Riverside (Nueva York, Estados Unidos)

sábado, 5 de septiembre de 2015

Effetá

XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)


La presencia de Dios en nuestras vidas debe cambiarnos, debe soltar nuestras 'mudeces' y abrir nuestras sorderas, debe darnos fortaleza y espantar nuestros miedos, debe clarear nuestras ceguera, reparar nuestros miembros tullidos... debe hacernos como agua en el desierto, que donde lleguemos seamos transformadores para mejor.

Debe cambiar nuestras vidas, arreglarnos, mejorarnos.

Aceptar a Dios en nuestras vidas es comenzar a hacer presente a Dios en las vidas de los otros, a ser mediadores, sus intermediarios.

Dios ha elegido lo pobre del mundo, lo que no vale, lo falto, lo necesitado,... a nosotros..., para hacernos ricos, herederos, mensajeros.

En nuestra pobreza y necesidad, por nuestra pobreza y necesidad, postramos el poder de Dios, pues si no es por Él por nuestras fuerzas poco podemos hacer. Dios, como un día en María, la joven de Nazaret, hace obras grandes siembre que demos nuestro "SÍ".

«Effetá», "ábrete". Media docena de veces los evangelios citan palabras en arameo, la lengua de Jesús, se supone que palabras dichas realmente por Jesús en el momento narrado.

«Effetá», "ábrete". Ser sordomudo es una forma de vivir aislado. Hoy hay muchos aislados y pocos sordomudos; muchos auto-incomunicados que pueden oír y hablar perfectamente pero prefieren vivir "su vida" sin comunicar ni comunicarse, buscando siempre la razón de sus males en los otros. «Effetá», "ábrete". Rebusca en tu interior. «Effetá», "ábrete". Deja que el Señor te sane. «Effetá», "ábrete".  

Ábrete el Señor, deja que actúe en ti y su riqueza te desbordará... y serás palabra para el mudo, melodía para el sordo, fortaleza para el tullido, alegría para el triste, fuerza para el cansado, fe para el que duda, apoyo para el que tropieza... Dios no nos obliga a entrar el su juego, sólo si nosotros queremos podremos hacer sus obras.

Fr. J.L.

Isaías 35, 4-7a
Salmo 145, 7. 8-9a. 9bc-10             R/. Alaba, alma mía, al Señor
Carta de Santiago 2, 1-5
Marcos 7, 31-37

Jesús cura a un sordomudo (1635). Bartholomeus Breenbergh
Museo del Louvre (París)