domingo, 27 de mayo de 2018

En el nombre de Dios, Uno y Trino


Domingo de la Santísima Trinidad (B)


Deuteronomio 4, 32-34. 39-40

Sal 32 R/. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad
Romanos 8, 16-20
Mateo 28, 16-20

La Trinidad es comunión de Personas divinas, las cuales son una con la otra, una para la otra y una en la otra: esta comunión es la vida de Dios, el misterio de amor del Dios vivo. Y Jesús nos reveló este misterio. Él nos habló de Dios como Padre; nos habló del Espíritu; y nos habló de sí mismo como Hijo de Dios. Y así nos reveló este misterio. Y cuando, resucitado, envió a los discípulos a evangelizar a todos los pueblos les dijo que los bautizaran «en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28, 19). Este mandato, Cristo lo encomienda en todo tiempo a la Iglesia. (Angelus de Papa Francisco, 31-05-2015)

Por lo tanto, la solemnidad litúrgica de hoy, al tiempo que nos hace contemplar el misterio estupendo del cual provenimos y hacia el cual vamos, nos renueva la misión de vivir la comunión con Dios y vivir la comunión entre nosotros según el modelo de la comunión divina. No estamos llamados a vivir los unos sin los otros, por encima o contra los demás, sino los unos con los otros, por los otros y en los otros. Esto significa acoger y testimoniar concordes la belleza del Evangelio; vivir el amor recíproco y hacia todos, compartiendo alegrías y sufrimientos, aprendiendo a pedir y conceder el perdón, valorizando los diversos carismas. En una palabra, se nos encomienda la tarea de edificar comunidades eclesiales que sean cada vez más familia y familias cada vez más iglesia, capaces de reflejar el esplendor de la Trinidad y evangelizar, no sólo con las palabras, sino con la fuerza del amor de Dios que habita en nosotros. 

El camino de la vida cristiana es, en efecto, un camino esencialmente «trinitario»: el Espíritu Santo nos guía al pleno conocimiento de las enseñanzas de Cristo, y también nos recuerda lo que Jesús nos enseñó; y Jesús, a su vez, vino al mundo para hacernos conocer al Padre, para guiarnos hacia Él, para reconciliarnos con Él. Todo, en la vida cristiana, gira alrededor del misterio trinitario y se realiza en orden a este misterio infinito. Todos los sacramentos, también los sacramentales y muchas de nuestras devociones, comienzan y terminan en nombre con la bendición trinitaria.. Cualquier obra que empezamos, -antes más que ahora- algunos todavía lo hacen, comienzan en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Aún se puede ver , no sin sorpresa y admiración a alguien que sale de su casa y se santiguan comenzando así su actividad diaria las tres Divinas Personas Intentemos pues, mantener siempre elevado el «tono» de nuestra vida, recordándonos para qué fin, para cuál gloria nosotros existimos, trabajamos, luchamos y sufrimos; y a cuál inmenso premio estamos llamados. Este misterio abraza toda nuestra vida y todo nuestro ser cristiano. 

En este último domingo del mes de mayo, el mes de María, nos encomendamos a la Virgen María. Que Ella, quien más que cualquier otra criatura, ha conocido, adorado, amado el misterio de la Santísima Trinidad, nos guíe de la mano; nos ayude a percibir, en los acontecimientos del mundo, los signos de la presencia de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo; nos conceda amar al Señor Jesús con todo el corazón, para caminar hacia la visión de la Trinidad, meta maravillosa a la cual tiende nuestra vida. Le pedimos también que ayude a la Iglesia en general y a esta Iglesia monástica de Cardeña, a ser misterio de comunión y comunidad hospitalaria, donde toda persona, de cualquier clase, credo y condición, pueda encontrar acogida y sentirse hija de Dios, querida y amada. 

El domingo 27 de mayo, solemnidad de la Santísima Trinidad, se celebra la Jornada Pro Orantibus. Los obispos españoles, en el Año Jubilar Teresiano, proponen como lema la invitación de Santa Teresa, “Solo quiero que le miréis a Él“. Además manifiestan “el agradecimiento y, a la vez, el apoyo paternal a los innumerables hombres y mujeres que esparcidos por la geografía española mantienen vivo el ideal religioso de la vida contemplativa”.

En España, según datos de diciembre de 2017, hay 801 monasterios de vida contemplativa (35 masculinos y 766 femeninos) y 9.195 religiosos y religiosas (340 masculinos y 8.855 femeninas). 

Según los datos que se están recopilando, en los monasterios españoles hay aproximadamente 150 postulantes; 250 novicias y 450 profesas temporales. En las congregaciones religiosas femeninas habría alrededor de un 26% de extranjeras. 

Buscando el rostro de Dios 

Desde que el papa san Juan Pablo II en su exhortación Vita consecrata, en 1996, propuso a todos los consagrados «contemplar el rostro radiante de Cristo» (VC, n. 14) con el fin de reconocer los rasgos esen­ciales de la vida consagrada, el Magisterio pontificio ha desarrollado una teología espiritual centrada en la búsqueda del rostro de Dios. 

El documento Caminar desde Cristo (2002), después de afirmar que «las personas consagradas, contemplando el rostro crucificado y glorioso de Cristo y testimoniando su amor en el mundo, acogen con gozo, al inicio del tercer milenio el camino que la vida consagrada debe emprender» (CdC, n. 1), se preguntaba y respondía: «¿dónde contemplar concreta­mente el rostro de Cristo? Hay una multiplicidad de presencias que es preciso descubrir de manera siempre nueva» (CdC, n. 23). 

Años después, El servicio de la autoridad y la obediencia (2008) presen­tó la vida consagrada como testimonio de la búsqueda de Dios, e ilu­minó el ejercicio de la autoridad y la vivencia de la obediencia a partir del Salmo 26: «Tu rostro buscaré, Señor» (SAO, n. 1). 

«La búsqueda del rostro de Dios» (VDQ, n. 1) vuelve a ser el punto de partida de la constitución apostólica Vultum Dei Quaerere (2016) sobre la vida contemplativa femenina. Se afirma que las personas consagradas «son llamadas a descubrir los signos de la presencia de Dios en la vida cotidiana (…) en un mundo que ignora su presencia» (VDQ, n. 2). 

Y para superar los actuales desafíos de la vida consagrada la Congre­gación vaticana para la vida consagrada (CIVCSVA) ofrece en A vino nuevo en odres nuevos (2017) orientaciones concretas que parten de «la novedad del estilo con que Jesús revela al mundo el rostro misericor­dioso del Padre» (VNON, n. 1). 

La búsqueda de Dios pertenece a la historia del hombre. La bús­queda de lo divino, incluso muchas veces de modo inconsciente (cf. SAO, n. 1), forma parte del aspecto religioso del ser humano. «Tu rostro buscaré» (Sal 26, 8) cantaba el salmista del Antiguo Testamen­to. Y Jesucristo provocaba esta búsqueda entre sus seguidores: ¿qué buscáis? (Jn 1, 38). «Nadie podrá quitar nunca del corazón de la per­sona humana la búsqueda de Aquel de quien la Biblia dice “Él lo es todo” (Si 43, 27) como tampoco la de los caminos para alcanzarlo» (SAO, n. 1). 

La búsqueda de Dios no es pura curiosidad, ni simple ansia de saber o capricho humano. El hombre busca agradar a Dios pues reconoce que la divina voluntad es «una voluntad amiga, benévola, que quiere nue­stra realización, que desea sobre todo la libre respuesta de amor al amor suyo, para convertirnos en instrumentos del amor divino» (SAO, n. 4). 

La inspiración originaria de la vida consagrada «está en la búsqueda de la conformación cada vez más plena con el Señor» (VC, n. 37). En efecto, el consagrado, con su vida y misión, es signo profético que te­stimonia al mundo los rasgos esenciales de la persona, plenamente humana y divina, de Cristo. «La persona consagrada es testimonio de compromiso gozoso, al tiempo que laborioso, de la búsqueda asidua de la voluntad divina» (SAO, n. 1) y de los medios para conocerla y para vivirla con perseverancia. 

Más aún, «para cada consagrado y consagrada el gran desafío consi­ste en la capacidad de seguir buscando a Dios con los ojos de la fe en un mundo que ignora su presencia» (VDQ, n. 2). El apartarse del mundo les permite descubrir con mejor perspectiva la presencia de Dios en el corazón del mundo y, al mismo tiempo, sus comunidades son luz en el candelero y ciudad en lo alto de la montaña (cf. Mt 5, 14-15) que indica el camino que debiera recorrer la humanidad. 

De modo especial, la vida contemplativa es la forma de consagración privilegiada por la que tantos hombres y mujeres, dejando la vida se­gún el mundo, buscan a Dios y se dedican a Él, no anteponiendo nada al amor de Cristo (cf. VC, n. 6). «Los monasterios han sido y siguen siendo, en el corazón de la Iglesia y del mundo, un signo elocuente de comunión, un lugar acogedor para quienes buscan a Dios y las cosas del espíritu» (VC, n. 6). 

La dinámica propia de la vida contemplativa, que armoniza la vida interior y el trabajo, junto con la obediencia, la estabilidad, la celebra­ción de la liturgia y la meditación de la Palabra se convierte en una verdadera «peregrinación en busca del Dios verdadero» y en un «ca­mino de configuración a Cristo Señor» (VDQ, n. 1), cuya fuente es la contemplación del rostro de trasfigurado por la Pasión, muerte y Re­surrección del Hijo de Dios. 

En el Año Jubilar Teresiano 

¡Quién mejor que la santa andariega, peregrina por los caminos del espíritu, para indicarnos la necesidad de contemplar a Jesús! «Solo quiero que le miréis a Él» es la fuerte invitación de santa Teresa a todos nosotros en el primer Año Jubilar Teresiano concedido por el santo padre a la Iglesia española y en particular a la diócesis abulense. 

Los obispos españoles proponen dicha invitación como lema de la Jornada «Pro orantibus» de este año y, de este modo manifiestan el agradecimiento y, a la vez, el apoyo paternal a los innumerables hom­bres y mujeres que esparcidos por la geografía española mantienen vivo el ideal religioso de la vida contemplativa. 

«Solo quiero que le miréis a Él» implica una doble peregrinación en la espiritualidad de santa Teresa, que recoge magistralmente en uno de sus poemas que lleva el título: «Alma, buscarte has en Mí», pero que concluye con el verso «y a Mí buscarme has en ti». 

El primer momento de esta peregrinación consiste en un camino de interioridad: «a Mí buscarme has en ti», en la que la persona contem­plativa, y con ella todo bautizado, peregrina hacia su interior dónde descubrirá, gozosa, la presencia del amor divino y la respuesta del amor humano a su Dios y Esposo. 

La trascendencia es el camino ascendente de la peregrinación espi­ritual. El corazón que ha descubierto y contemplado a Dios en su interior, se eleva hacia Él y acoge su indicación: «Alma, buscarte has en Mí». Se trata ahora de descubrir como la propia alma está inmersa en Dios como el agua en la esponja (cf. Relación 45). 

En esta jornada de la vida contemplativa, que la Iglesia en España celebra el domingo de la Santísima Trinidad, invitamos a todos los hombres y mujeres que, siguiendo la invitación divina, han asumido esta forma de consagración, a buscar a Cristo en su propio corazón y descubrirse ellos mismos en el Corazón de Cristo. Así serán auténticos testimonios para todos los fieles y para el mundo entero. 

Madrid, 27 de mayo de 2018
Solemnidad de la Santísima Trinidad