domingo, 13 de febrero de 2022

Confía en el Señor

 VI Domingo del Tiempo Ordinario (C)

Profeta Jeremías  17, 5-8
Salmo 1                R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
I Carta de San Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20
Lucas 6, 17. 20-26

 

 

Si tuviéramos que resumir las lecturas de este domingo en una frase nos bastaría con tomar el texto del salmo responsorial que hemos cantado hace un momento: “Dichoso quien ha puesto su confianza en el Señor”. Eso es la cuestión que hoy nos presenta la Palabra de Dios. ¿En qué o en quién ponemos nosotros nuestra esperanza, nuestra confianza?, ¿en manos de quién nos dejamos caer?, ¿por quién nos dejamos querer?

En el noviciado -ya me han oído unas cuantas veces- contar que en mi época mala del seminario tenía escrito en un folio y pegado detrás de la puerta del cuarto, un versículo del salmo 19 que decía: Unos confían en sus carros, otros en su caballería, nosotros invocamos el nombre del Señor. Era mi auto invitación a poner mi confianza en el Señor, ya que otros señores de la tierra me habían fallado.

¿Es malo confiar en los otros? creo que no, incluso es bueno, me atrevo a decir que es necesario. Pero nuestro corazón solo para el Señor. Quien confía en el Señor será un árbol plantado junto al agua, que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde; en año de sequía no se inquieta, no deja de dar fruto. Y esto será bueno para todos los que están en su círculo, a su alrededor, familias, amigos… Cuando somos autosuficientes, cuando no necesitamos ni a Dios ni a los otros, ni nada ni nadie, rechazamos la esperanza, anulamos la confianza.

Y nuestra confianza en Dios radica en la resurrección de Jesucristo. En la vida que trae para nosotros su resurrección, porque dando la vuelta al argumento de la segunda lectura si creemos que Cristo ha resucitado y vive, la fe tienen sentido; no vivimos en nuestro pecado; los muertos, los que sufren, los que tienen necesidad… no se han perdido, tienen todavía una línea de flotación, una senda de liberación. Si Cristo es nuestra esperanza somos las gentes más agraciadas, graciosos y graciosas por las gracias que nos vienen de Dios. Gracias que, a su vez, derramamos.

Desde esta confianza ciega en Dios. Confianza que da sentido pleno a nuestro vivir podemos leer las bienaventuranzas con los ojos de la fe.

Ser pobre, pasar hambre, llorar, ser odiados, excluidos, insultados y proscritos, ser infamados… no es plato de gusto para nadie, humanamente nadie quiere todo esto. Humanamente preferiríamos lo contrario, ser ricos, alabados, prestigiosos, adulados… Bien podríamos hilvanar aquí lo del ciento por uno, o lo recibido aquí -en este mundo- por el rico y el pobre Lázaro. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo nos decía el evangelio de hoy.

A lo largo de la historia muchos hombres y mujeres han vivido, y vivido con radicalidad, las bienaventuranzas, el dar sentido a sus vidas desde Cristo, el dar importancia a lo que tiene importancia, el llegar a dar la vida porque creían que Cristo la dio por todos y por todos resucitó, y así y en Él esperan también resucitar.

Dos acontecimientos eclesiales:

Hoy se celebra la Campaña Contra el Hambre con el lema: “nuestra indiferencia los condena al olvido” Las cifras son tremendas: según el informe titulado “el Estado de la Seguridad Alimentaria y la Nutrición en el Mundo” (FAO 2021), alrededor de 811 millones de personas pasaron hambre en 2020, unos 118 millones más que el año anterior. El mismo informe dice que 2370 millones de personas, casi el tercio de la población mundial, carecieron de acceso a alimentos adecuados. Según el Banco Mundial en 2021 el número de personas viviendo en pobreza extrema ha podido alcanzar los 745 millones a finales de ese año, 100 millones más desde que comenzó la pandemia. Pandemia que ha desencadenado la peor crisis laboral en más de 90 años. Se han perdido más de 255 millones de empleos por la situación creada por la pandemia. (OIT, 2021) Si unimos la desigual distribución de las vacunas contra el Covid-19 dependiendo si se vive en un país rico o pobre y los daños causados por las catástrofes naturales producidas por el cambio climático casi siempre en zonas ya de por sí deprimidas, la cosa se complica aún más. Cifras que nos aplastan… ¿y nosotros qué podemos hacer? Pues no sé cuánto pero sí que sé que algo todos podemos. En el Evangelio de ayer escuchábamos una multiplicación de los panes y los peses, ¿Cuántos panes tenéis?... siete y unos peces… ¡cuánto se puede hacer con pocos! Quien nos necesita está ahí, delante nuestra, al lado nuestro. Si “nuestra indiferencia los condena al olvido”, nuestro diferenciarles y reconocerles les posibilitará salir del hoyo.

El segundo acontecimiento La Asamblea Diocesana. Febrero, marzo y abril están siendo tiempo de querer dar brío y vida a la diócesis en todos los sentidos, a todos los niveles y en todos los campos. Después de más de dos años de reflexión y diálogos llega el tiempo de las propuestas. Quizás alguno de los presentes esté participando en la Asamblea, pero todos como diócesis debemos rezar para que el Espíritu Santo haga su trabajo y el pequeño pan que aporta cada uno sirva para saciar a muchos y ser así la lavadura que fermenta toda la masa.

Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor… depósito que no nos impide seguir trabajando por un mundo mejor.

Dejemos al Señor formar parte activa de nuestras vidas, formemos nosotros parte de la suya y nuestras vidas tendrán sentido y darán fruto para el bien de todos.

Feliz domingo

 

 

Feliz domingo

Feliz domingo

Feliz domingo.

fr. jl