II Domingo de Cuaresma (B)
Dos montañas aparecen en las lecturas de hoy; más de
50 montes o montañas aparecen con nombre propio en el Antiguo Testamento. Unas
cuantas aparecen también en los Evangelios y en el libro del Apocalipsis, de
ellas sólo tres tienen nombre propio: el monte Tabor, el de los Olivos y el
Calvario. Todas son un lugar elevado donde se siente cerca a Dios, donde se le
escucha y incluso se le habla, dónde se le ofrecen sacrificios y ofrendas, donde
hace promesas y entrega sus mandatos.
Los montes y montañas siempre han estado vinculados
a esa cercanía de Dios. Incluso muchos monasterios están situados en altos o lo
llevan en su nombre... Monte Athos, Monte Casino, Mont San Bernard, Montesión,
Mont de Cats...
Incluso nuestro altar, el término altar, trae una
idea similar, por definición: plataforma
elevada donde se ofrece el sacrificio, la montaña dentro del templo, el
lugar de intercambio con Dios.
Dos
montañas y dos Palabras de Dios.
Dios
llama a Abrahán y dos veces responde con la misma respuesta, Aquí me tienes. Actitud de escucha,
repuesta pronta, disponibilidad total. Lo narrado en el texto nos puede
resultar hasta cruel, ¿qué padre es capaz de sacrificar a su hijo? No nos habla
de la actitud de Isaac, sí en la parte omitida de sus dudas sobre lo que iban a
hacer, pero con todo Isaac confía en su padre Abrahán, que a su vez confía plenamente
en Dios.
En
el Evangelio Dios se manifiesta en una
montaña alta, montaña sin nombre en el evangelio de Marcos. Montaña para
encontrarse, para escuchar, para aprender, para purificar nuestros ojos y todo
lo que ven.
Escuchar
la Palabra, como Abrahán, como los apóstoles, escuchar la voz del Padre, algo
muy evangélico, muy monástico, muy cuaresmal.
Subir a la montaña y contemplar, y gozar
de la visión de Dios en todo su esplendor y escuchar su palabra y llenarnos de
ella, y hasta palpar la tentación de querer quedarnos en eso, sólo en eso... qué bien se está aquí, hagamos tres
tiendas...
Subir a la montaña y escuchar la Palabra
del Señor, recibir y no estancarse, bajar y vivir la palabra recibida.
Subir y bajar para compartir su Palabra,
para irradiar entre los demás la gloria de Cristo, al mismo Cristo en nosotros,
entre nosotros: Lo bien que se está aquí y lo bueno que es el Señor.
Subir y bajar para que se cumpla la
revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados Moisés y Elías, que
representan la Ley de los profetas, significando que todo termina y comienza en
Jesús, en su pasión y su gloria.
La cuaresma es nuestro tiempo, nuestra
oportunidad de subir a alguna montaña espiritual, de buscar un momento para
leer la Palabra, para escuchar al Señor... para encontrarnos en el silencio.
Nuestro tiempo para caminar hacia la
Pascua.
Salmo 115 R/. Caminaré en presencia del Señor en el país de la vida
Carta a los Romanos 8, 31b-34
San Marcos 9, 2-10
Feliz
Domingo
Fr. J.L.
Trasfigurazione di Cristo (1480-1485). Giovanni Bellini
Museo de Capodimonte (Nápoles)