XXIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Las lecturas que hemos escuchado nos
proponen dos temas principales:
La elección, por parte de Dios, del
necesitado y/o rechazado, y que es principalmente a éstos, a quien va dirigida
su salvación.
Sólo el débil necesita que le digan que
sea fuerte, sólo el miedoso precisa oír: no
temas. Y además no temas ni te sientas débil porque es el mismo Dios, en persona, quien nos volverá a
elevar, quien nos salvará. La primera lectura es todo un chute de optimismo, de
esperanza mesiánica, de querer encontrarse y caminar al lado de ese Dios que en
verdad salva.
Y esta profecía se cumple en Jesús, eso es
lo que esperaba no ya el sordo casi mudo del Evangelio, sino también aquellos
que se presenta trayéndole ante Jesús y
le piden que le imponga las manos.
Jesús, dice el Evangelio, se aparta de la
gente, parece que se esconde para no ser visto realizando el milagro, pocas
veces vemos esto en los evangelios, estamos acostumbrados a otros modos:
convierte el agua en vino ante los invitados a una boda; multiplica los panes
delante de unos 5000 hombres sin contar
mujeres y niños; cura a un endemoniado en la sinagoga un sábado cuando la
gente está reunida para la oración; resucita a su amigo Lázaro ante muchos
amigos y curiosos; cura a un paralítico al que tienen que descolgar en su
camilla desde el tejado porque la aglomeración de gente impedía meterle por la
puerta... solamente recuerdo otra ocasión que para hacer el milagro despide al
gentío, para resucitar a la hija de Jairo donde manda salir de la casa a las
plañideras y a la gente que se lamentaba y lloraba, y solamente con los padres de
la niña y sus íntimos la llama para que vuelva a la vida.
Un segundo paralelismo guardan estos dos
relatos: En ambos se conservan palabras en la lengua propia de Jesús, el arameo.
En el de la hija de Jairo: Talita cumi; que traducido es: Muchacha, a ti te digo, levántate (Mc 5,
41) Y en el de hoy: Effetá, esto es:
Ábrete.
Y todavía una tercera coincidencia: no contéis a nadie lo que a pasado (Mc
5, 43) les dice a los padres de la niña; y en el relato de hoy: les mandó que no lo dijeran a nadie.
En la celebración del sacramento del Bautismo,
al final de todo, está el rito del Effatá (es optativo y he de decir que jamás
lo he visto hacer y lo he hecho en los bautizos que he presidido). La oración
que acompaña al gesto de tocar los oídos y la boca del bautizado dice: El Señor Jesús, que hizo oír a los sordos y
hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su palabra y proclamar la
fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Amén. (Luego suelo decir a los
padres que si ese niño es cura o religioso, o la niña monja o religiosa, me
pueden echar la culpa a mí)
Effetá, que el Señor nos conceda escuchar su palabra y
proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios.
Effetá, Ábrete.
También hoy se nos dice a nosotros, effetá.
Dejar en manos del Señor nuestras sorderas y "mudeces", nuestras cojeras
y cegueras, los malos espíritus, humos o caracteres que de vez en cuando se nos
escapan y más a menudo dejamos salir con libertad. Dejar que el Señor se ocupe,
nos sane, que obre sus maravillas en nosotros.
El todo
lo ha hecho bien aplicado a Jesús en el evangelio debe ser un recordatorio
para su pueblo, para la Iglesia, para cada uno de nosotros que la formamos.
Jesús sana, alimenta, da vida, impulsa, ilusiona, ilumina... mejora, une,
unifica... y sin mirar a quién. A eso nos invita también Santiago el la segunda
lectura: Dios y los favoritismos, grupillos, capillitas, llámese como se quiera
no casan.
Que nuestro criterio sea el corazón de
Dios y su mucha misericordia, y no las apariencias o los criterios humanos que
tantas veces nos fallan.
Isaías 35,
4-7a
Salmo 145 R/. Alaba, alma mía, al Señor
Carta de Santiago 7, 31-37
San Marcos 7,
31-37
Feliz Domingo
Fr. J.L.
La hija de Jairo (1500). Paolo Veronese
Musée du Louvre (París)