XXVIII Domingo del Tiempo Ordinario (B)
¿Qué haré para heredar la
vida eterna?
Muchos
son los caminos que conducen a Dios, a la vida eterna. El encuentro con Dios se
puede dar en el silencio, por la palabra, en un accidente, por un
acontecimiento familiar, por una nueva vida o una muerte, un amigo o un
desconocido, hasta un enemigo, en la contemplación de la naturaleza... lo único
que no lleva a Dios es el dinero, a Dios no se le compra, Dios es gratis,
gratuidad y gratitud.
El
dinero es necesario, (todos comemos todos los días, hay que mantener estos
grandes edificios), pero no lleva a Dios, es más, casi siempre por su mal uso y
abuso, separa de Dios.
Cuántas
veces conocemos y vemos gente sencilla que vive con lo justo, y a veces ni tan
siquiera con esto, y son felices; y otros, a los que no falta de nada y en
abundancia, apegados a sus riquezas, pero tristes y solos, desviviéndose en la
preocupación de guardar y acrecentar su pobre riqueza.
Las
riquezas que se apolillan y herrumbran,
tesoros de la tierra para la tierra; los tesoros del cielo para el cielo.
La
viuda pobre, el tesoro escondido, la perla
preciosa... no pocas veces el Evangelio nos lo recuerda, dejar lo material y
buscar lo importante, lo que hace crecer por dentro, lo que alimenta el
espíritu.
La Sabiduría, como término bíblico, se traduce por conocimiento de Dios, por saboreo de Dios. Con Ella, nos dice la primera lectura, me vinieron todos los bienes. Oro, plata, piedras preciosas.. son nada ante ella. Incluso la salud y la belleza, que no son cosas
materiales tangibles, brillan menos que Ella.
Vemos
ricos a quienes sus riquezas no les dan para vivir ni mucho menos les dan vida.
Vemos otros, ricos o pobres, que abandonados en Dios, sienten su mano
protectora presente en sus vidas, como Padre, como Madre, desvividos por cada
uno de sus hijos con un amor personal, individual y completo.
Qué difícil les va a ser a
los ricos entrar en el reino de los cielos. Hoy todos estamos apegados, nos hacemos ricos, nos creemos
ricos, con mil cosas. Cosas, simplemente cosas. Mi dinero, mi coche, mi móvil,
mis libros, mis juguetes, mis tonterías... mi, mi, mi... mi yo.
Para
el diácono San Lorenzo, en los primeros siglos de la Iglesia, su riqueza eran
los pobres. Para muchos voluntarios hoy, en mil organizaciones religiosas o no,
su riqueza y la mejor paga, es la sonrisa de un anciano, o de un niño, de un enfermo,
o de cualquier necesitado en quien emplean su tiempo y su saber, o el ver que
una comunidad prospera con su ayuda en dignidad o educación... Estos bienes,
estas riquezas llenan mucho y a la vez son bien livianas para pasar por la puerta
estrecha, por el ojo de la aguja. La riqueza de la
Iglesia son los pobres, la autoridad el servicio, el que quiera ganar su vida
que la pierda... esta es la dinámica del Evangelio.
En
la mentalidad humana el dinero lo puede todo, lo consigue todo, pero no, no nos
confundamos. Podremos comprar libros, pero no inteligencia; compraremos comida,
pero no apetito; adornos, pero no belleza; casa, pero no un hogar; medicinas,
pero no salud; diversión, pero no felicidad; un crucifijo, pero no un Salvador.
Podremos compara cosas, nunca valores, jamás la salvación.
Jesús, le miró con cariño. Nos mira con cariño. Lo que es imposible para los hombres es
posible para Dios, Dios lo puede todo. Donde
está nuestro tesoro allí está nuestro corazón. Que nuestro corazón esté en
Dios, en los necesitados, en servir... nuestra riqueza ya será grande aquí y
nuestra recompensa eterna en el cielo.
Sabiduría 7, 7-11
Salmo 89, 12-13. 14-15. 16-17 R/. Sácianos
de tu misericordia, Señor,
Hebreos 4, 12-13
Marcos 10, 17-30
Fr. J.L.
Lázaro y el rico Epulón (1570 aprox.) Leandro Bassano
Museo del Prado (Madrid)