II Domingo de Adviento (C)
Hemos escuchado la lectura del evangelio de Lucas, lectura en la que no habla Jesús, ni siquiera aparece físicamente, y hemos proclamado Palabra del Señor. Jesús no está pero se le anuncia, se le espera.
Cuando una autoridad llega a una ciudad, se hace un bando municipal para que de entalonen balcones, adecentes fachadas... que se de una buena imagen a quien viene de visita. No hace muchos años la Vuelta Ciclista a España paso por delante del monasterio, por la BU-801 y previamente la asfaltaron y limpiaron la maleza de las cunetas... y hasta hoy.
Juan hoy, con palabras de Isaías nos
propone el mismo bando, nos hace la misma invitación. Nos mueve a la conversión
a volver al Señor, a facilitar su llegada, a quitar obstáculos, a limpiar
y engalanar nuestra fachada y sobre todo
nuestro interior.
Y partiendo de este texto el Papa
Francisco dice: Y quizá nosotros nos preguntamos: «¿Por qué nos deberíamos
convertir? La conversión concierne a quien de ateo se vuelve creyente, de
pecador se hace justo, pero nosotros no tenemos necesidad, ¡ya somos
cristianos! Entonces estamos bien». Pensando así, no nos damos cuenta de que es
precisamente de esta presunción que debemos convertirnos —que somos cristianos,
todos buenos, que estamos bien—: de la suposición de que, en general, va bien
así y no necesitamos ningún tipo de conversión. ...
La voz del Bautista grita también hoy en
los desiertos de la humanidad, que son —¿cuáles son los desiertos de hoy?— las
mentes cerradas y los corazones duros, y nos hace preguntarnos si en realidad
estamos en el buen camino, viviendo una vida según el Evangelio. Hoy, como
entonces, nos advierte con las palabras del profeta Isaías: «Preparad el camino
del Señor, allanad sus senderos» (v. 4). Es una apremiante invitación a abrir
el corazón y acoger la salvación que Dios nos ofrece incesantemente, casi con
terquedad, porque nos quiere a todos libres de la esclavitud del pecado. Pero
el texto del profeta expande esa voz, preanunciando que «toda carne verá la
salvación de Dios» (v. 6). Y la salvación se ofrece a todo hombre, todo pueblo,
sin excepción, a cada uno de nosotros. Ninguno de nosotros puede decir: «Yo soy
santo, yo soy perfecto, yo ya estoy salvado». No. Siempre debemos acoger este
ofrecimiento de la salvación. ... Dios quiere que todos los hombres se salven
por medio de Jesucristo, el único mediador (cf. 1 Tim 2, 4-6).
Por lo tanto, cada uno de nosotros está
llamado a dar a conocer a Jesús a quienes todavía no lo conocen. ... Abrir
puertas engalanar fachadas e interiores, demostrar con nuestra vida y palabra
que éste que viene, nos importa, me importa, y por eso me preparo y por eso
invito a otros a que se preparen también. «¡Ay de mí si no anuncio el
Evangelio!» (1 Cor 9, 16), declaraba san Pablo. Si a nosotros el Señor Jesús
nos ha cambiado la vida, y nos la cambia cada vez que acudimos a Él, ¿cómo no
sentir la pasión de darlo a conocer a todos los que conocemos en el trabajo, en
la escuela, en el vecindario, en el hospital, en distintos lugares de reunión?
Si miramos a nuestro alrededor, nos encontramos con personas que estarían
disponibles para iniciar o reiniciar un camino de fe, si se encontrasen con
cristianos enamorados de Jesús. ¿No deberíamos y no podríamos ser nosotros esos
cristianos? Os dejo esta pregunta: «¿De verdad estoy enamorado de Jesús? ¿Estoy
convencido de que Jesús me ofrece y me da la salvación?». Y, si estoy
enamorado, debo darlo a conocer. Pero tenemos que ser valientes: bajar las
montañas del orgullo y la rivalidad, llenar barrancos excavados por la
indiferencia y la apatía, enderezar los caminos de nuestras perezas y de
nuestros compromisos. (Cf Papa Francisco. Ángelus del II domingo de adviento
2015).
Nuestra conversión la comenzó el Señor, haciéndose uno de tantos, Y Dios que comenzó en nosotros esta obra buena, él mismo la llevara adelante siempre que nosotros queramos.
Nuestra conversión la comenzó el Señor, haciéndose uno de tantos, Y Dios que comenzó en nosotros esta obra buena, él mismo la llevara adelante siempre que nosotros queramos.
Profeta Baruc 5, 1-9
Salmo 125 R/. El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.
San Pablo a los Filipenses 1, 4. 8-11
Lucas 3, 1-6
Fr. J.L.
Museo Nacional Thyssen-Bornemisza (Madrid)