sábado, 16 de febrero de 2019

Dichosos... Ay de vosotros


VI Domingo del Tiempo Ordinario (C)


Cuando hace unos días leí el Evangelio de hoy para ver que os podía contar, pensé: "bien, las bienaventuranzas, es fácil, es la esencia, el resumen de la enseñanza de Jesús"; pasados dos días las volví a leer me dije: "Sí, son la esencia, por eso son tan exigentes"
Además los textos evangélicos nos presentan dos versiones de las bienaventuranzas, las de Mateo y las que hemos escuchado hoy de Lucas. Mateo las sitúa en lo alto del monte, lugar característico del encuentro con Dios y por eso parecen más espirituales: Los pobres son de Espíritu, el hambre es de justicia... son más, nueve y un final conclusivo que sabe a décima, todas positivas y estimulantes.
Las bienaventuranzas proclamadas hoy, las de Lucas, lanzadas como flechas -como con saña- a nuestras conciencias, en el llano, después de bajar del monte Jesús con los doce. Y los pobres son de verdad pobres, el hambre es hambre que resuena en las tripas, los lloros amargo llanto, y lo mismo el odio, las exclusiones, los insultos y las proscripciones, como se dice en Castilla: al pan pan y al vino vino.
Pobres enfrentados a otros ricos, ay de vosotros los ricos, que en su bienes tienen su consuelo. Hambrientos opuestos a saciados, que pasaran hambre. Alegres, que harán duelo y llorarán.
Nos han tocado las duras, las encarnadas, sin aditivos ni anestesias. Solamente la causa que las produce puede ser el punto de esperanza, si son: por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
La alusión a los profetas y lo que los antepasados hacían con ellos nos invita a sentirnos profetas nosotros también, a ir contra corriente en un mundo que casi siempre va a la deriva, sin saber a dónde se dirige, donde hay ricos y pobres, saciados y hambrientos; odiados, insultados, perseguidos... frente a otros indignamente adulados y no pocas veces incensados -por los mismos eclesiásticos- por sus teneres y poseeres.
Quizás este ir contra corriente, nos lo aclare la primera lectura. Como si de una fotografía se tratara vemos primero el negativo y después el positivo: la diferencia entre quien confía en el hombre y en el Señor es como la diferencia entre un cardo plantado en el desierto, tierra árida, salobre e inhóspita y un árbol bien enraizado junco a corrientes de agua, que no siente el verano ni la sequía, sino que permanece verde y no deja de dar fruto.
Pobrezas, hambres, lloros, odio, exclusiones, insultos, proscripciones... por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Nos lo recuerda san Pablo en el breve trozo que hemos escuchado de la primera carta a los Corintios: el sentido de nuestra fe, y el sentido de nuestra vida es Cristo y éste resucitado, y por su causa podremos aguantar todo contratiempo, toda oposición, todo maltrato y menosprecio.
Hoy ser cristiano, y ser cristiano practicante no está de moda, no es guay a los ojos del mundo. Seguramente no nos facilitará la vida laboral, ni las relaciones con los amigos, a veces ni con la propia familia. Pero ser creyente en medio del mundo es fermentar la masa desde dentro. es gritar con la propia vida, cuestionar como los antiguos profetas. Me viene a la memoria la oración de san Francisco de Asís, un cristiano en esencia, un profeta que cuestionó en su tiempo y sigue cuestionando:

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto 
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.

Solo el creyente que mira de frente a Dios, que se pone en sus manos, que se deja hacer por Él siente que vale la pena serlo, que es estupendo, magnífico, formidable, óptimo, fantástico, excelente, sensacional...(todos sinónimos de guay)
Dichoso el que se goza en la ley del Señor y la medita noche y día... el Señor protege el camino de los justos...
Dejemos al Señor formar parte activa de nuestras vidas, formemos nosotros parte de la suya y nuestras vidas tendrán sentido y darán fruto.

Profeta Jeremías 17, 5-8
Salmo 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
I Carta de San Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20
Lucas 6, 17. 20-26

Fr. J.L.

Le sermon sur la montagne (1895-1897). James Tissot
Museo de Brooklyn