VI Domingo de Pascua (C)
La lectura evangélica que hemos escuchado,
tienen todo su sentido escuchada ya al final de la Pascua, anunciando la
presencia del Espíritu, en la Iglesia, en cada comunidad y en cada cristiano.
Lectura que físicamente forma parte del discurso de la despedida de Jesús en la
última cena, antes de su pasión.
Pero nosotros tenemos la suerte de oírla
hoy, y escucharla ya habiendo recibido el Espíritu Santo. Espíritu que asiste y
da sentido, que la gobierna iluminando a los sucesores de los Apóstoles y a
cuantos formamos la Iglesia, que marca y llena toda vida cristiana.
También el Evangelio nos hablaba del amor
relacional entre la unidad trinitaria; de la Palabra, que nos llega del Padre
encarnada en el Hijo encarnado; de la paz que deja siempre el verdadero
encuentro con la presencia de Dios entre nosotros...
Elementos todos que nos hacen ser pueblo
de Dios, ciudad de Dios, semejante a la que nos describe la segunda lectura,
del libro del Apocalipsis: una ciudad llena de esplendor cual refulgente piedra
preciosa; rodeada de una muralla alta y fuerte, pero también embocada a todos
los caminos, por sus doce puertas -una por cada tribu de Israel, el pueblo
preferido por Dios- custodiadas por ángeles, orientadas a todos los puntos
cardinales, abiertas a todos los pueblos, los de antes y los de ahora,
representados en los doce basamentos nombrados con los nombres de los apóstoles
-imagen de las nuevas doce tribus del nuevo pueblo de Dios, la expansión de la
buena nueva del Evangelio a todos los pueblos, razas, culturas y lenguas-. En
esta ciudad no hay templo, sencillamente porque no es necesario, simplemente
porque todo es templo. Su Templo es Dios mismo que habita en medio de ella. Y
la ilumina llenándola de su gloria, luz que ilumina a cuantos viven en la
ciudad.
¿Un sueño?, ¿un ideal?,... ¡mucho trabajo
le queda al Espíritu!
Tampoco debemos desanimarnos. Ya en los
inicios de la Iglesia había problemas, había diferencias, había -como sigue
pasando hoy- mucha intervención -por no decir caciquería- humana y poco dejar trabajar al Espíritu.
El libro de los Hechos de los Apóstoles de
donde hemos escuchado la primera lectura, y que se nos ha leído y releído
durante la Pascua nos lo dice muchas veces... nos cuenta los progresos de la
incipiente comunidad eclesial y también los problemas, las diferencias entre
sus miembros, los conflictos entre unos y otros.
Ya terminadas las campañas políticas y
saturados de palabras y palabras y más palabras y no pocas promesas que no
veremos cumplidas..., pensaba al encontrarme con este texto de los Hechos, que
lástima, que nuestros políticos no se hayan topado con él. Creo que se podría
aplicar en cualquier tendencia política: buscar el bien, aún más, lo mejor para
todos, desechando alarmas e inquietudes innecesarias; decidir todos de común
acuerdo -apóstoles, presbíteros con toda la Iglesia- en un diálogo franco y
constructivo; asistidos por quien sabe más -preguntar es de sabios- que los
reunidos y antes citados, el Espíritu Santo; sin querer imponer más cargas que
las indispensables... (suena a campaña, ¿verdad?)
Vivir en Dios es facilísimo siempre que
dejemos al Espíritu que sea Él quien guíe nuestra barca, nuestra vida, nuestra
Iglesia.
El sueño de la nueva Jerusalén
apocalíptica sería entonces una realidad factible.
Ven, Espíritu Santo, como Iglesia te
necesitamos... te queda tarea.
Feliz Domingo
Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29
Salmo 66 R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben
Apocalípsis 21, 10-14. 21-23
Juan 14, 23-29
Fr. J.L.