XVII Domingo del Tiempo Ordinario (C)
El tema que llena la Palabra de este
domingo es la oración y principalmente la petición de los discípulos a Jesús,
hecha grito en la Iglesia: Señor, enséñanos
a orar.
Santa Teresa Jesús decía que orar es habla de amor con aquel que sabemos
que nos ama. Y sólo en ese sentido podemos dirigirnos a Dios llamándole papá, incluso papaíto... habla de amor con
aquel que sabemos que nos ama.
A lo largo del Antiguo Testamento
encontramos muchos diálogos entre Dios y los hombre, entre los hombres y Dios.
Adán en el paraíso conversaba con Dios;
Caín y Abel; Noé; Abrahán en ocasiones hasta impertinente, como en el relato
que hemos escuchado en la primera lectura, que llega a parecer una subasta de
la misericordia de Dios. También Isaac, incluso Agar -una mujer y esclava
(cosas veredes en la historia de salvación de un Dios que ama a sus hijos)
tiene una reparadora conversación de tú a tú con Dios. Jacob... todos los
patriarcas tratan familiarmente con Dios recorriendo su propio camino de
salvación.
Es con José -el de las vacas flacas y las
vacas gordas-, penúltimo hijo de Jacob cuando cambia la forma de relación con
Dios, ya no se encuentran, ni hablan personalmente... y aparece por sueños e
intermediarios, los profetas, los videntes. Hasta que nos topamos con Moisés
-de quien se dice que hablaba con Dios cara a cara-.
Con el rey David encontramos las formulas
oracionales, los salmos con los que David eleva su oración a Dios y hoy
seguimos cantando los monjes y toda la Iglesia.
Surgen los profetas, voz de Dios para el
pueblo.
Y tiene que llegar Jesús, el Hijo de Dios,
para poder llamar a Dios, papá; y como dice el Papa Francisco, esta es la clave
de la oración: llamar a Dios papá; no se puede decir papá sin sentir la
plenitud de esta palabra, pues todos somos hijos; al rezar a un papá, oramos a
un Dios omnipotente que nos es cercano. Un Dios que nos ha dado la vida, como
padre, que nos lleva de la mano; que nos conoce desde antes de nuestro
nacimiento. Que es Padre nuestro, y eso nos hace hermanos los unos de los
otros.
Señor,
enséñanos a orar... Padre nuestro...
El
radicalismo evangélico -nos decía nuestro antiguo Abad General hace ya unos
años- es algo utópico y el Padrenuestro lo expresa a la perfección. ¡Hace ya
dos milenios que los cristianos rezamos esta oración, no obstante: la voluntad
del Padre no es cumplida, su Reino no viene y el reino del mal parece
prevalecer por doquier! ¿Qué más utópico que trabajar y procurar pan abundante
para todos, cuando la realidad es que vivimos en un mundo en donde un tercio de
la población se muere de hambre y otro tercio no tiene lo necesario? ¿Qué más
utópico que apostar por el perdón y perdonar para instaurar el Reinado de Dios,
cuando vivimos en un mundo en donde la justicia no tiene en cuenta el perdón y
muchas veces está al servicio de la violencia?
Recordemos
que utopía no es equivalente a lo inexistente o lo irrealizable. El sentido
profundo de la utopía consiste en: la crítica de lo que existe y la
proclamación de un proyecto de lo que podría existir para gozo de todos. Una
utopía genuina provoca la imaginación prospectiva para percibir en el presente
algo todavía ignorado que se encuentra inscrito en él, y para orientar hacia un
futuro mejor. La auténtica utopía sostiene además la esperanza por la confianza
que da a las fuerzas inventivas del espíritu y del corazón humano.
Si
todos los humanos creyéramos en Dios y nos comportáramos como hijas e hijos
suyos, existiría la fraternidad universal, a nadie le faltaría el pan material
y todos nos gozaríamos compartiendo el Pan espiritual. Si los cristianos
oráramos y viviéramos como el Señor nos enseñó estaríamos más unidos, habría
más comunión entre las iglesias, la religión no sería jamás el opio del pueblo,
el mundo entero sería un cenobio y nosotros seríamos ya desde hoy las semillas
de ese mundo nuevo. El que sea capaz de soñar, que sueñe.
Señor,
enséñanos a orar... Padre nuestro...
Señor,
enséñanos a vivir el... Padre nuestro...
Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8 R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
San Pablo a los Colosenses 2, 12-14
San Lucas 11, 1-13
Fr. J.L.
La Oración (1842) - Edouard Frère
Wolverhamptom Art Gallry (Reino Unido)