XXXI Domingo del Tiempo Ordinario
Hoy el Evangelio nos ha presentado Zaqueo, un personaje de actitud casi infantil y no solo por su estatura. Un personaje que nos cuestiona.
Zaqueo
es un personaje cuanto menos curioso; jefe de publicanos y rico, poderoso en el
tener, deseoso en su buscar, y éste es el primer impulso, “buscar”. Zaqueo
quiere ver a Jesús, lo busca, lo persigue, lo pre-sigue y, aun cuando siendo
grande era pequeño; siendo rico, necesitado; con buena imagen pero incapaz de
enfrentarse a sí mismo. Dejando atrás su propio ego, no le importa adentrarse
entre la gente, adelantarse a ellos y subirse a una higuera -un árbol a su
medida, bajito como él- con una inocencia y descaro de niño. Dejando atrás su
propia vergüenza, el qué dirán, el siempre se ha hecho así.
Zaqueo
busca a Jesús y Jesús se hace el encontradizo, de frente, el que busca
encuentra, así nos lo recuerda en otro sitio en Evangelio: el que pide recibe,
el que busca encuentra y a quien llama se le abre. Zaqueo baja enseguida porque
hoy tengo que alojarme en tu casa.
Y
Jesús cambia su vida, como cambia la de cualquiera que le deje ser parte de ella.
La
alegría de ese encuentro -Zaqueo le
recibió muy contento-, la novedad de recibir a Jesús en su propia casa, en
su propia vida y el cambio que produce en lo que a sus “teneres” se refiere, como
nos relata el Evangelio. Curiosamente, primero da a los que no debe, la mitad de mis bienes se la entrego a los
pobres; Y después a los que podría deber: Y si de alguno me he aprovechado... cuatro veces más.
Hoy ha entrado la salvación
a esta casa. Jesús salva,
y cuando le dejamos entrar, entra -y a veces avasalla, sí- pero todo cambia,
todo se ve con otros ojos, todo se siente de otras formas.
Podríamos
ver la actitud de “los otros” que critican a Jesús por entrar a quedarse en
casa de un pecador, pero para qué... ni hacen
ni deja hacer... el Hijo del hombre
ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido si se deja encontrar. Y
el qué dirán... para el cajón.
Este
Dios buscado y encontrado en el relato de Zaqueo es el mismo que nos describe
la primera lectura, un Dios para todos, que no puede no querer lo que ha creado
por y con amor; que corrige poco a poco, hasta con ternura, dando siempre
tiempo y espacio, sin violentar, dando una nueva oportunidad para volver a Él.
Un Dios amoroso.
El
salmo 144 es la respuesta coherente de la criatura a su Creador-Criador, un
Dios-Bendición.
La
misma idea nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, que en todo y por
vuestra causa sea honrado nuestro Señor Jesucristo. En la honra que le damos
somos honrados por Él.
El
día del Señor es y será. Vivamos como sabiendo que el Señor está cerca, sin
prisa pero sin pausa. Olvidemos el qué dirán, los prejuicios, los miedos a las
novedades, el siempre se ha hecho así. Seamos libres para vivir la fe, porque Dios nos hizo y nos quiere libres. Vivamos
como Dios quiere, como Dios nos quiere.
Feliz
día del Señor.
Sabiduría 11, 22-12, 2
Salmo 144 R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses 1, 11-2, 2
San Lucas 19, 1-10
Fr. J.L.
Conversión de Zaqueo (1581-1644). Bernardo Strozzi
Musee des Beaux-Arts (Nantes, Francia)