V Domingo de Pascua
Todos hemos visto las podas en los jardines en las viñas, en los frutales, hasta en las matas de los tomates se arrancan los chupones. Toda poda es un herir, un romper la rama ya crecida, parece dar un paso atrás pero bien sabemos que sirve para coger más impulso, para resurgir con más fuerza, para concentrar la sabia nueva en las ramas elegidas donde se concentrarán los frutos en el tiempo de la cosecha.
San Pablo, en la primera lectura, es un
podado por el viñador Dios. Él, maestro de la ley reconvertido en apóstol
fervoroso ve como desconfían de sus intenciones, como se le cierran las
puertas, como le tienen miedo. Los suyos le temen y a los otros les estorba,
tanto que deciden suprimirlo... buena poda.
San Juan, en la segunda lectura, nos
propone un criterio por el que conocemos que permanecemos en el Señor: Quien guarda sus mandamientos permanece en
Dios, y Dios en él; en esto conocemos que permanece en nosotros: por el
Espíritu que nos dio.
Dios en nosotros y nosotros en Él.
Como el sarmiento sin viña, como la rama
sin tronco, como la planta sin raíz, como el mar sin agua, como el día sin
luz... así es el cristiano sin Cristo.
Nuestra vida sólo tiene sentido y da
sentido si está fundamentada en Cristo, el Cristo
que habita en nosotros en palabras de San Pablo. Cristo resucitado es la savia
nueva que corre por las venas de la comunidad creyente, sólo así se puede dar
buen fruto, solo así seremos coherentes, sólo así daremos testimonio, sólo así
la luz de Cristo brillará en nosotros y se traducirá en buenas obras, y se
proyectará en sonrisas, y, sin querer, iluminaremos por doquier con nuestra
simple mirada, con nuestra humilde presencia.
Si
no permanecéis en mí... somos
sin-sentido y seguramente re-sentidos, nuestra vida deambulara sin norte, todo
serán quejas pues seremos protesta viviente, sin encontrar nuestra razón de ser,
desubicados personal, social y religiosamente. Estaremos secos, in-servibles,
in-sensibles, in-sulsos...
Hablamos de permanencia, hablamos de
cercanía, hablamos de trato asiduo, hablamos de comunión como participación en
común de bienes, hablamos de Dios en nosotros. Hablamos que sólo así obraremos
según Dios, y como, con Jesús, las obras
que yo hago en nombre de mi Padre, esas dan testimonio de mí (Jn 10, 25) No
nos harán falta grandes discursos, ni espectaculares milagros, ni masivas
conversiones, Dios irá haciendo su obra como la savia recorre la vid y llega al
extremo de cada sarmiento y termina dando un generoso racimo, con discreción,
en silencio, de día y de noche, este nublado o salga el sol... la savia fluye y
llega al sarmiento más minúsculo, al más insignificante... Dios está en
nosotros y obra por nosotros.
...sin
mí no podéis hacer nada. Con
Él... todo.
Sal 21, 26b-27. 28. 30. 31-32 R/. El Señor es mi alabanza en la gran asamblea
Primera carta del apóstol san Juan 3, 18-24
Juan 15, 1-8
Fr. J.L.
Icono ortodoxo del siglo XVI - Museo Bizantino de Atenas
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