domingo, 24 de marzo de 2019

Tiempo y medios que nos da Dios


III Domingo de Cuaresma (C)


Corremos y recorremos el tiempo de cuaresma, sin casi darnos cuenta estamos por la mitad, tercer domingo de cuaresma.
El evangelio que hemos escuchado nos deja dos temas en el aire: por una parte el por qué del mal, de la desgracia, por qué a unos les pasan cosas que no pasan a otros (los galileos que mató Pilato entre los sacrificios del templo de Jerusalén y aquellos que murieron aplastados por la torre de Siloé).  Esta misma semana llamaba una señora para encargar unas misas gregorianas por su hija, fallecida este pasado verano con 38 años, ejerciendo una carrera que la gustaba, con sus proyectos de pareja, feliz con su vida... y un día, se acabó. Me decía esta mujer "ya me podía haber muerto yo en vez de ella, con lo llena de vida que estaba, con lo que tenía aún por vivir..." Compasión, pasar con, pasar por.
Pero en el evangelio parece que los que preguntan a Jesús quieren encontrar razones por qué pasa, por qué a estos si y a otros no, ¿acaso eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
No se si tenían alguna culpa o no, pero sí que Dios no es indiferente al padecimiento de su pueblos, nos lo decía la primera lectura: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo... "
Dios se compadece, perdona, Dios nos busca, la parábola de higuera estéril que hemos escuchado hoy nos lo recuerda, idea que llevamos escuchando en los evangelios de toda la semana pasada: compasión; igualdad; servir y entregarse; Lázaro y el rico; la justicia del señor de la viña para con los labradores homicidas; y ayer el corazón del padre bueno del hijo pródigo.

Pero volvamos al evangelio de hoy. Nuestra separación de Dios supone siempre esterilidad de vida y de frutos, esterilidad existencial en esencia. Con todo Dios no tiene tiempo y por lo tanto tampoco prisa, nos da espacio de conversión , de volver, de dar frutos... Una espera en esperanza, una espera para no quedarse sentados, el cavado y abonado de la higuera supone una colaboración de nuestra parte. Nos hace responsables de nuestra propia salvación, corresponsables con Él. Ni todo lo hace Dios, ni todo los hacemos nosotros, ambas actitudes en exclusiva se han considerado heréticas a lo largo de la historia.

¿Qué hacer?, ¿cómo cavar y abonar nuestra higuera? ¿cómo colaborar en nuestra propia salvación? Las prácticas de la Cuaresma son conocidas: la oración, el ayuno y la abstinencia, la limosna.

Dejo a san Bernardo que nos de su versión del ayuno, el ayuno de nuestros sentidos: Ayune pues el ojo que saqueó al alma, ayune el oído, ayune la lengua, ayune la mano, ayune también el alma misma. Ayunen los ojos de miradas curiosas, y de toda licencia, para que dichosamente humillados, si antes vagaban infelizmente en la culpa, estén ahora refrenados en la penitencia. Ayune el oído, que tenía una ansia desordenada de oír, de las fábulas, y rumores, de todo lo que sea ocioso, y no pertenezca de algún modo a la salud del alma. Ayune la lengua de la detracción y murmuración, de las palabras vanas, inútiles y de risa: algunas veces también por el respeto de la gravedad del silencio, ayune aun de aquellas, que otro tiempo pudieran parecer necesarias. Ayune la mano de las señales ociosas, y de todas las obras, que no sean mandadas: pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de la propia voluntad. Pues sin este ayuno todos los demás son reprobados por Dios, como está escrito: Porque en los días de vuestros ayunos se encuentra vuestra voluntad. (Sermón III sobre la Cuaresma)
El camino esta abierto delante de nosotros, confiemos en la misericordia del Señor, que es compasivo y misericordioso, más que en nuestras fuerzas; nos lo dice san Pablo: el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.
Seamos compasivos como Dios es compasivo; seamos pacientes con los otros y con nosotros mismos. Volvamos al Señor, espera nuestros frutos, frutos abundantes, frutos de buenas obras.

Exodo 3, 1-8a. 13-15
Salmo 102 R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
I Carta de San Pablo a los Corintios 10, 1-6. 10-12
Lucas 13, 1-9


Fr. J.L.

Parábola de la higuera estéril (1840) Grabado de Jan Luyken para la Biblia Bowyer
Bolton Museum (Lancaster, Reino Unido)

miércoles, 13 de marzo de 2019

Funeral de M. Cecilia

Monasterio de las Huelgas de Burgos

14 de marzo de 2019


Cada vez que participo en un funeral de una monja o de un monje me vienen muchos recuerdos y emociones encontradas.
San Benito, en su Regla, la Regla que seguimos los monjes y las monjas cistercienses, organiza la vida de los monasterios bajando a detalles minuciosos en cantidad de detalles: sobre los momentos de oración (cómo, dónde, cuándo...), sobre la comida, la bebida (horas, cantidades, variedades...), la ropa, las salidas del monasterio, el trabajo manual, la lectura, los horarios...
Curiosamente nada dice de la muerte de un miembro de la comunidad. Daría la impresión de que en la vida monástica, como debería ser en toda vida cristiana, la muerte está asumida e integrada. El que: "él nos lleve a todos juntos a la vida eterna" con que termina el capítulo 72 nos da la pista: la comunidad es para nosotros la herramienta de salvación, taller, altar, calvario.
A lo largo de la prolongada vida monástica de nuestra hermana Cecilia ha tenido ocasión de gozar y sufrir, de vivir lo que es la comunidad.
Desde un pueblo llamado La Aldea, un pueblo que parece sin nombre propio, una chavalita de 17 años, llegó a Burgos, y Burgos significa pequeña ciudad, en la alta edad media cualquier asentamiento de población; nuestra hermana Cecilia salió de un pueblo sin nombre a una ciudad anónima.
Desde su sencillez de niña, de la gente sencilla de la que nos habla el evangelio, fue empapándose de Dios. Lo que recibió en el bautismo, creció en la confirmación, y reavivó por su profesión monástica. Su entrega en la vida diaria pasó por el acompañamiento del coro con el órgano, la sacristía, la ropería...  hasta que la enfermedad la fue retirando de la vida ordinaria. Con todo rezumaba lo aprendido con los años, la obediencia (siempre a la vera de M. Mercedes), la asiduidad al oficio, su colaboración en el lavadero, el estar con la comunidad, dándose sin medida, por sus hermanas de comunidad, al Dios que bien sabía, como Job que: mi defensor está vivo y que al final se levantara a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; yo mismo lo veré.
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Te damos gracias, Padre, por la vida de nuestra hermana Cecilia, por su entrega, por sus muchas horas ante al sagrario, por su sonrisa, por sus formas de decir (que -por lo menos yo- nunca sabía si hablaba en serio o en broma) Te damos gracias, Padre, por que siguiendo a Cristo, como Él, cargó con su yugo y aprended de él, que es manso y humilde de corazón, y encontró en él su descanso. Y aprendió y nos enseñó que su yugo es llevadero y su carga ligera.
M. Cecilia, descansa en paz.

Lectura del libro de Job 19:1,23-27
Salmo 26 R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 6, 3-9
Mateo 11:25-30

Fr. J.L.


Madre Cecilia Villa Fresno
"Jesús, yo soy toda tuya,toda tuya y para siempre”