domingo, 16 de agosto de 2020

Señor, socórreme

  XX Domingo del Tiempo Ordinario (A)

 

Isaías 56, 1. 6-7

Salmo 66              R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben

A los Romanos 11, 13-15. 29-32

San Mateo 15, 21-28

 

El Evangelio de este día, el relato de la cananea, quizás con la respuesta de Jesús a su Madre en la boda de Caná “¿Qué tenemos que ver tú y yo, mujer?” y las palabras a Pedro “¡Ponte detrás de mí, Satanás! Eres para mí piedra de tropiezo, porque tú piensas como los hombres, no como Dios”. Como digo, quizás la respuesta de Jesús hoy a la Cananea sea de las frases más duras del Evangelio.

Ante el grito de una madre angustiada, que pide compasión para con su hija pequeña, Jesús se hace el desentendido. Y Jesús no le respondió nada... El silencio de Dios.

El silencio de Dios, a menudo, nos atormenta. No hace mucho, una niña de once años, en el margen de una semana por dos veces, me exigía respuesta al por qué Dios permite cosas como el Covid-19, donde se nos limitan libertades; donde hay enfermos aislados de todos, incluso de quienes los quieren; donde mueren solos por falta de medios en los hospitales… y no tuve respuesta para esta niña cuyos padres trabajan en un hospital y sabe que algún vecino, algún abuelo de sus amigas, muchos desconocidos… han muerto y no han podido ser llorados, acompañados, despedidos. Quizás a un adulto se le pueda hablar de resignación, de co-rredención, de paciencia, de poder ayudar y acompañar, de orar unos por otros… pero a una niña...

El silencio de Dios… Pero ¿dónde queda la misericordia?

Los apóstoles, no por misericordia sino por evitar la molestia, le dicen: Atiéndela, que viene detrás gritando. Nos molesta, por lo menos así, se callará y nos dejará en paz…

El no es de los nuestros resuena en este texto en palabras de Jesús, la mujer es cananea una extranjera y solo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.

Pero el amor de una madre puede al silencio de Dios…, puede más que el desprecio.

Lo alcanzó, se postró ante él, y le pidió: Señor, socórreme. Y he aquí la frase que cae como una losa, dura como la que más: “No está bien echar a los perros el pan de los hijos. Y aún así, después de la “patada” -nunca mejor como un perrillo- vuelve, reclama y responde a Jesús: “Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.

Jesús le respondió: “Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.” En aquel momento quedó curada su hija.

Perseverar en la oración, insistir en la oración, aunque no veamos respuesta, aunque la respuesta nos sienta como patada al perrillo.

Nuestro Dios es el Dios de la misericordia, el Dios del amor, el Dios de la justicia, el Dios de todos –de los nuestros y de los que creemos que no son de los nuestros aunque siempre son de Dios-.

Una mujer cananea, una extranjera –cuanto prejuicio entonces y ahora-. Extranjeros de los que nos hablaba la primera lectura del libro de Isaías, que aman al Señor y lo sirven y tienen cabida en la casa del Señor, en el corazón de Dios. Extranjeros –no judíos- los gentiles de los que Pablo se hace apóstol, elegidos -por sus meritos- para espolear en la fe a los que se creen elegidos por herencia.

Decía el Papa Francisco hace pocos días: La renovada conciencia de la dignidad de todo ser humano tiene serias implicaciones sociales, económicas y políticas, porque el creyente, al contemplar al prójimo como un hermano y no como un extraño, lo mira con compasión y empatía, no con desprecio o enemistad. Y contemplando el mundo a la luz de la fe, se esfuerza por desarrollar, con la ayuda de la gracia, su creatividad y su entusiasmo para resolver los dramas de la historia. (Papa Francisco, audiencia general 5/08/20)

Todo ser humano tiene sitio en el corazón de Dios, para todos Dios tiene oídos, por ero con el salmista podemos decir:

Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben.

Que Dios nos bendiga; que le teman hasta los confines del orbe.

 

 

Feliz Domingo

 

fr. jl

 

 

 

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