ASCENSIÓN DEL SEÑOR
(VII Domingo de Pascua -B-)
Celebramos la Ascensión del Señor, según el relato evangélico, cuarenta días después de Resurrección, como decía el refrán: tres jueves hay en el año que relucen más que el sol, Jueves Santo, Corpus Christi y el día de la Ascensión. Lo de en jueves ya pasó a la historia hace años en muchas diócesis igual que el Corpus Christi. Pero relucir, reluce, tanto que ciega.
Es, la Ascensión una de las fiestas más antiguas del calendario litúrgico, hasta el punto de que San Agustín la hace remontar a la época apostólica. En el siglo XV se la dotó de octava. Antes de la última reforma litúrgica, al terminar de cantar el evangelio, el diácono apagaba el Cirio Pascual, indicando con eso que Cristo Resucitado, a quien el cirio ha representado en el presbiterio, desapareció entonces de la vista de los apóstoles. En la catedral de Milán se simbolizaba este misterio haciendo elevarse hacia la bóveda el propio Cirio Pascual encendido, hasta que desaparecía de la vista de los fieles.
En muchos sitios, incluidos monasterios de nuestra Orden, en esta solemnidad se retiran del Cirio los cinco clavos con incienso colocados solemnemente en la Vigilia Pascual, en recuerdo de las cinco llagas de Jesús que una vez pasado este día ya no están a la vista de todos, sino presentes en su cuerpo místico, que es la Iglesia.
Cristo asciende, porque había descendido, se transfigura porque por su encarnación y pasión había sido desfigurado. La ascensión que nos relatan los evangelios es cuestión de fe. Marca el final de una etapa y el comienzo de otra. Jesús deja de estar presente de forma física y se manifiesta en nuevos signos que invitan y anuncian su presencia como Buena Nueva, su realidad en la comunidad de todos los creyentes.
Por un lado -dice el Papa Francisco-, la Ascensión orienta nuestra mirada al cielo, donde Jesús glorificado se sienta a la derecha de Dios. Por otro, nos recuerda el inicio de la misión de la Iglesia: Jesús resucitado ha subido al cielo y manda a sus discípulos a difundir el Evangelio en todo el mundo”.
La Ascensión nos exhorta a levantar la mirada al cielo, para después dirigirlo rápidamente a la tierra, llevando adelante las tareas que el Señor resucitado nos confía.
La misión confiada por Jesús a los apóstoles ha proseguido a través de los siglos, y prosigue todavía hoy: requiere la colaboración de todos nosotros. Cada uno, en efecto, por el bautismo que ha recibido está habilitado por su parte para anunciar el Evangelio La Ascensión del Señor al cielo, mientras inaugura una nueva forma de presencia de Jesús en medio de nosotros, nos pide que tengamos ojos y corazón para encontrarlo, para servirlo y para testimoniarlo a los demás. Se trata de ser hombres y mujeres de la Ascensión, es decir, buscadores de Cristo a lo largo de los caminos de nuestro tiempo, llevando su palabra de salvación hasta los confines de la tierra. En este itinerario encontramos a Cristo mismo en nuestros hermanos, especialmente en los más pobres, en aquellos que sufren en carne propia la dura y mortificante experiencia de las viejas y nuevas pobrezas. Como al inicio Cristo Resucitado envió a sus discípulos con la fuerza del Espíritu Santo, así hoy Él nos envía a todos nosotros, con la misma fuerza, para poner signos concretos y visibles de esperanza. Porque Jesús nos da la esperanza, se fue al cielo y abrió las puertas del cielo y la esperanza de que lleguemos allí.
La Iglesia y cada uno de nosotros, como miembros de ella que somos, recibimos la misión de un Jesús muerto, resucitado y ascendido al cielo. Misión de fe, de comunidad, de fermento en una nueva creación.
Que la Virgen María, estamos en el mes de mayo, que como Madre del Señor muerto y Resucitado animó la fe de la primera comunidad de discípulos, nos ayude también a nosotros a mantener nuestros corazones en alto, así como nos exhorta a hacer la Liturgia. Y que al mismo tiempo nos ayude a tener los pies en la tierra y a sembrar con coraje el Evangelio en las situaciones concretas de la vida y la historia.
Feliz día de la Ascensión
fr. jl