XVI Domingo del Tiempo Ordinario (B)
Jeremías 23, 1-6
Salmo 22 R/. El Señor es mi pastor, nada me falta
A los Efesios 2, 13-18
Marcos 6, 30-34
El Evangelio de hoy nos remite al del domingo pasado -que no escuchamos por celebrar la solemnidad de san Benito-, en el que los apóstoles eran enviados a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. Hoy, ya de vuelta, comentan con Jesús todo lo que habían hecho y enseñado. Y vemos un Jesús muy humano, entrañable, delicado, les dijo: Venid vosotros solos a un sitio tranquilo a descansar un poco. Esa misma invitación, Jesús nos la hace a cada uno de nosotros, Venid vosotros solos a un sitio tranquilo, venid a mi redil, formad parte de mi rebaño, saciaos de mi Pan y mi Palabra. Porque hoy -y más en estos tiempos de pandemia-, como entonces, la multitud anda como ovejas sin pastor, necesitada de un mensaje de vida, de una palabra de verdad, de milagros, de alegrías y caricias, de esperanza para seguir caminando, de sentido en su vida. Y Jesús se enternece, le da lástima la gente que busca -a veces sin saberlo- verdes praderas y fuentes tranquilas donde saciarse de Dios.
Ser del rebaño del Señor no es ser "borrego", en el sentido más peyorativo del término. Ser del rebaño del Señor es participar de su vida y de su reino, es hacerse Cristo para los otros y encontrar a Cristo en el prójimo y en el próximo.
Cristo enternecido, compasivo, misericordioso, que se compadece de las gentes porque andaban extenuadas y abandonadas, como ovejas sin pastor. Cristo, hombre en todo semejante a nosotros, no se avergüenza de exteriorizar sus sentimientos, y los evangelios no nos ocultan su dolor y su llanto (ante la muerte de su amigo lázaro Jn 11, 33 ss) Pero Jesús no se queda en el nivel de la compasión, tan humano como básico a la par que insuficiente. La misericordia de Jesús pasa del sentimiento a la acción. Una misericordia siempre eficaz, la que pide a sus discípulos, a los pastores de siempre.
Pero ay de los pastores que no hacen bien su trabajo -nos recuerda el profeta Jeremías en la primera lectura-. A lo largo de la Historia de la salvación el Señor suscitó profetas, sacerdotes, reyes, videntes, viudas e incluso niños en los que puso su palabra en sus bocas, su fuerza en su corazón, el reclamo en sus vidas y fueron para sus vecinos el grito de Dios. Guías del pueblo que hacían y decían lo que el Señor les mandaba hacer y decir; guías que llevaban al pueblo por los caminos de Dios y por ellos sentían su palabra, su obra, su caricia... Hoy, seguro que todos, podemos poner cara a buenos pastores, pastores con olor a oveja en ocurrente y repetida frase del Papa Francisco. El buen pastor da la vida por sus ovejas (Jn 10, 11) Ojala los pastores pusieran, pusiésemos, en práctica el Salmo 22, todos sentiríamos la misericordia entrañable de Dios en nuestras vidas.
El Señor es mi pastor, nada me falta. El Señor es el único Pastor -de quien todos los pastores deben ser imagen-, es reconciliación y unión, es paz, es cercanía -nos dice la Carta a los Efesios (segunda lectura)-. Con su muerte en la Cruz ha dado muerte al odio, a la división, a las dudas... El Señor es mi pastor, nada me falta. ...Quien a Dios tiene nada le falta sólo Dios basta. (Del "Nada te turbe" de Santa Teresa de Jesús)
fr. Jl
Feliz día del Señor