Llegarás indefectiblemente por una
carretera estrecha. Habrás visto algunos pueblos, pequeños, con jardines de
plantas supervivientes del frío de Castilla que florecerán tímidamente, trémulas
por las heladas de la primavera, e
iglesias, mas grandes y más pequeñas, cargadas de románico en todas sus
piedras, con sus adornados campanarios de nidos de cigüeñas.
El verde intenso de la poca hierba que ha soportado las heladas se torna pleno
al comenzar la primavera y se olvidan los infinitos tonos de marrón de la
tierra al cubrirse del cereal que es el pan de esta tierra. Y al llegar casi a
los pies de La Demanda, en lo alto de un valle, y no por eso menos valle...
Ahí, está el Monasterio.
Verde.
Paz.
Silencio a penas roto por el rumor de las
hojas de los árboles.
Agua y piedras.
Construcción magnífica cargada de
memoria que contará, callada su historia, y que en función de su narrador,
incorporará, mil leyendas, mil verdades y otras tantas historias, para, al
final, quienes buscan otra clase de verdad, la encuentren en el sencillo
silencio de sus muros, en la encantadora acogida de sus monjes, en el sereno y
cálido frío de su entorno y en la belleza sin igual que te hace respirar la paz
que da este lugar.
Cuántas veces, sin conocer la razón,
sentada en las escaleras de la puerta y observando los árboles completamente
llenos de flores, o viendo el entorno completamente blanco, cubierto por la
nieve, me he preguntado cuál es la razón por la que, allí, parece que se para
el tiempo, que va más despacio, que entras en otra dimensión.
Muchas veces, he pensado que sus
moradores, los monjes, puede que sean capaces de imprimir en el Monasterio y en
su entorno esa paz. O puede que el simple hecho de vivir apartados del mundo y
incontaminados de nuestras prisas y de nuestros ritmos frenéticos, haga que el
tiempo vaya más despacio.
Puede ser que la calidez de la
voz del monje que contesta al timbre y abre la puerta haga que el mundo, cuando
llegas a San Pedro de Cardeña, se haga un poco más amable y más humano...
Puede ser que la cercana sonrisa
del hermano hospedero, que ve más allá de lo que se ve, haga que quienes llegan también
vean y den más valor a lo que no se ve,
a las cosas pequeñas.
Puede ser que el Padre Abad, difícilmente
diferenciable del resto de los hermanos en apariencia, te recuerde en cualquier
conversación, que su ritmo de vida, es Monástico. Y con eso, si aún no has
incorporado en tu cuerpo y tu mente, que en San Pedro de Cardeña, el tiempo, no
corre a la misma velocidad que fuera, esa sencilla frase, te hará darte cuenta
de la realidad.
Pararse a contemplar el agua del
estanque. Mirar desde dentro, por una
ventana de la hospedería el paisaje o simplemente quedarse quieto en el
claustro a escuchar el silencio, o el canto interminable del los pájaros del
patio es un aliciente vital que encanta a quienes lo hemos vivido, tanto por su
continente como por su contenido, humano y Divino.
A veces se hace largo y difícil llegar a San Pedro de Cardeña porque no somos capaces de ver, con los ojos del alma, dónde está. Es necesario que nos pongan en el camino...pero una vez llegas al Monasterio, nada es igual... Sus muros cargados de Historia (sí, con mayúsculas), de esa Historia que puedes llegar a sentir y cuyo peso cae sobre tus hombros transportándote cientos de años hacia atrás... Sus gentes, sencillas y nobles... Sus campos que inundan de Paz al viajero... Sus cantos al caer la noche... Todo hace que de alguna manera añores volver antes de partir. Creyente o no, San Pedro de Cardeña te roba un pedacito del corazón que quedará allí escondido para siempre.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus palabras y por tu participación en este nuevo Blog, y que como toda nueva aventura, la hemos iniciado con convicción y entusiasmo, pero obviamente, también con la humilde incertidumbre sobre su acogida. Así que tu visita y aportación, nos ha aligerado alegremente esa carga. Gracias de nuevo y que el Señor te acompañe.
ResponderEliminarCiertamente el entorno del Monasterio, es sin duda nuestro mejor aliado por muchas razones. Como citas, su historia, la belleza de su entorno y sus gentes, nos hacen sentir pequeños seres privilegiados en este mundo, receptores de un paz y una calma que son los acompañantes idóneos en nuestro constante camino interior de fe y espiritualidad.
Algo que nos complace ser capaces de transmitir y compartir con todos aquellos que nos ofrecen el regalo de su visita, y de palabras como las tuyas.
Gracias.