1 de Noviembre de 2010
Esto
implica la llamada y la necesidad de tender a la santidad si queremos mantener
nuestra identidad como cristianos; llamada, además, de carácter universal que a
nadie excluye y de la que nadie debe sentirse excluido. El precepto del Señor
es claro: Sed santos como lo es vuestro
Padre celestial. Este es el programa y el proyecto de vida del discípulo y
del seguidor de Cristo.
Pero
apurando un poco más las cosas, podría afirmarse que la santidad se identifica
con la vida misma del hombre. No olvidemos que somos imagen, hechura, reflejo,
réplica de nuestro Creador, que es la Santidad misma por definición. O, si preferimos
utilizar la de S. Juan Dios es amor,
nos encontramos con la misma realidad dicha con otras palabras. La santidad es
Amor, es Caridad. Los teólogos hablan indistintamente de caridad perfecta y de
santidad.
Humildemente
tenaces en el cultivo de esta caridad fueron los que llamamos SANTOS, a quienes
globalmente recordamos y veneramos en esta Solemnidad: Una muchedumbre innumerable (“¿Son muchos los que se salvan?”), incontable -leemos en el Apocalipsis- de toda raza, lengua, pueblo y nación;
porque el amor, como Dios que es su fuente, no tiene color, ni sexo, ni etnia,
ni lengua... El es el SER, y su comunicación es el LOGOS. Viviendo, además, en
la eternidad, son a-temporales "desde Abel hasta el último justo": su
testimonio y su ejemplo son actualísimos y siguen constituyendo un estímulo
para la humanidad de hoy.
S.
Agustín, S. Bernardo, S. Ignacio, Santa Teresa... y otros muchos santos y
santas se decían: “¿Por qué si estos y estas lo han conseguido, no voy a poder
conseguirlo yo?” ¡Vaya si lo consiguieron! Cada cual según su condición, cada
cual en su puesto, en su momento, en su circunstancia. Cada cual irrepetible.
Porque se trata de una responsabilidad personal e intransferible, individual,
exclusiva. Aquí no vale escudarse o disimular nuestra cobardía en una especie
de santidad colectiva, o reservada para determinados estamentos, grupos o
géneros de vida. No, cada miembro del Cuerpo tiene su peculiar función que debe
desarrollar a la perfección. Yo tengo que ser San Yo Mismo.
Pero
estamos todavía en la arena, en el campo de batalla, en la Iglesia Militante ,
en el Valle de Lágrimas, en el trabajo, en el esfuerzo, en la lucha, en el
peligro, en la tentación, en el pecado. Por eso miramos a estos hermanos
nuestros que también sufrieron los mismos avatares que nosotros; les pedimos
que nos ayuden y que intercedan por nosotros; nos alegramos también de su
triunfo, de la bienaventuranza de que disfrutan; los tomamos como modelos de
identificación, como dechados de virtud; los asociamos a los ángeles y sobre
todo a Jesucristo que es el Santo de los Santos, corona de los Santos,
admirable en sus Santos y premio eterno de todos los Santos.
Ojalá,
como ellos, lleguemos un día a ser también nosotros honra de la Iglesia y glorificación de
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. Amén.
Fr. Jesús Marrodán (1-11-2010)
Libro del
Apocalipsis 7, 2-4, 9-14.
Salmo 23,
1-2. 3-4ab. 5-6. R/.
Este es el grupo que viene de a tu presencia, Señor
Primera
carta del Apóstol san Juan 3, 1-3
Evangelio de
San Mateo 5, 1-12
La Gloria de todos los Santos (s.XV). Giovanni Battista Ricci
Colegio de Corpus Christi (Valencia)