XXIV Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Ése acoge a los pecadores y come con ellos. El desprecio de ese "ése" innominal del inicio del evangelio de hoy, ése referente a Jesús, está en relación con ese otro ese hijo tuyo en boca del hermano mayor de la parábola del Hijo Pródigo, del Padre Misericordioso o de Nosotros en el Hermano Mayor.
Dolor propio en la dicha ajena, alegría en la pena. Y es que alegrarse por lo bueno del otro, porque el otro recapacita, porque el otro vuelve... parece que nos duele. Hacer del otro el referente, no la medida competitiva sino nuestra alegría, por la oveja encontrada, por la moneda hallada, por el hijo vuelto... que en su ida y regreso se lo gastó todo, despilfarrando de mala manera... que el gasto en la búsqueda de una moneda fue mayor que el valor de la encontrada... que mientras buscas la oveja perdida se te pueden escapar las otras 99... Sí, todo es cierto y posible en los razonamientos humanos, no en los de Dios. Si entendiésemos los razonamientos de Dios nos sonaría a misericordia, mísere-cordis, poner nuestro corazón en la miseria del otro.
Dios tuvo compasión, se fió de mí, me hizo capaz, dice San Pablo de sí mismo; y como él, podemos decirlo todos. Dejemos de ser el hijo mayor, dejemos de juzgar a "ése" porque se junta con ese otro... que qué pinta, porque hace o deshace... sin pensar que Dios se puede estar sirviendo de él o de ella para sus planes y cualquiera puede ser -aún sin saberlo- herramienta en manos de Dios. San Pablo, en uno de sus arrebatos de humildad, se autodefine: blasfemo, perseguidor e insolente, el primero de los pecadores... un joyita que diríamos hoy. Y de él Dios se sirvió para hacer una gran obra.
Dios puede hacer del más corto, feo, tarado, bala perdida... su gran obra, su herramienta, su medio de salvación para cualquiera de nosotros, entre nosotros.
La Historia de la Salvación está llena de joyitas: Adán un ingenuo fácilmente manejable; Caín un fraticida; Abrahán un carcamal cuestionador; Jacob un roba herencias; Moisés un tartaja; David un pica flores de jardín ajeno; Rajab una prostituta; Pedro... lo dejaremos en bruto; Santiago y Juan genéticamente ambiciosos; Tomás incrédulo ante la evidencia. Podríamos seguir pero esto se iba a alargar mucho. Dios se sirvió de todos ellos para llevarnos a todos a la salvación. Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores. Y a veces, sirviéndose para ello de otros pecadores.
Acuérdate, le dice Moisés a Dios, acuérdate de tus siervos, de lo que hiciste por ellos, de lo que prometiste, de tu amor para con ellos... y el Señor se arrepintió de la amenaza que había pronunciado contra su pueblo. Acuérdate, tú también, de todo lo que el Señor ha hecho contigo en tu vida, de todas las cosas, personas, momentos, gestos... que, a veces sin enterarnos, han sido herramientas y presencia de Dios en nuestras vidas. El Hijo Pródigo recuerda la casa de su padre y regresa.
Acuérdate, reconoce y da gracias, y alégrate con quien se alegra como se alegran en los cielos por un solo pecador que se arrepiente.
Acuérdate y acoge, fíate y Dios te hará capaz.
Nunca es tarde para buscar la mirada cálida de Jesús misericordioso aunque estemos perdidos en las tinieblas de la desesperanza.
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