XII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo B)
Del libro de Job 38, 1.8-11
Sal 106 R/. Dad gracias al Señor, porque es eterna su misericordia
De la segunda carta de Pablo a los Corintios 5, 14-17
San Marcos 4, 35-40
El Domingo pasado la Palabra nos hablaba de la esperanza y el saber esperar, hoy nos lleva a otra de las virtudes teologales, la FE
Si siempre la Palabra de Dios se nos dirige a cada unos de nosotros, cuando hace unos días leí estos textos pensando qué deciros ahora, sentí que la situación narrada es para nosotros real y sobre todo actual. En la situación en que seguimos de pandemia, quién de nosotros cristianos practicantes, quién no ha pensado o incluso dicho: ¿dónde está Dios ahora?, ¿no hemos rezado sin saber muy bien qué pedir para que esto pasase pronto? ¿No se nos ha pasado por la cabeza que o Dios no estaba o simplemente estaba dormido?, ¿no hemos dicho, como los apóstoles: “Señor, no te importa que nos hundamos”?
No hace mucho, un periodista nos preguntaba qué hacíamos los monjes contra el covid, le contesté que hacíamos lo que todo el mundo podía y debía hacer. Nosotros, como casi todos, no trabajamos en laboratorios ni fabricamos soluciones médicas, así que nos queda: el cuidado de la higiene, las mascarillas, la distancia social… cumplir con lo que las autoridades mandan… lo que todos, y además rezamos -que todos también lo pueden- Por que la fe también ayuda en los momentos de crisis. Rezamos con toda la Iglesia que incluso el año pasado presentó una misa cuya oración colecta pide por los que en este tiempo han muerto, los que lloran, los enfermos, los moribundos, los trabajadores sanitarios, nuestros gobernantes y termina pidiendo: valentía para llegar a todos con amor glorificando juntos tu santo nombre.
Una vez leí que lo que mata la fe no es la incredulidad, sino el miedo. El miedo que paraliza a los apóstoles embarcados con Jesús. Miedo a la libertad, a los riesgos, al compromiso, a tomar decisiones que vinculan, nuestros muchos miedos. Buscamos seguridades, buscamos un dios milagrero, que nos facilite las cosas y soluciones los problemas de cada día.
Pero me he saltado el comienzo de Evangelio, allí Jesús dice a sus discípulos: Vamos a la otra orilla. Y esto supone un viaje, pero también cambios, dejar seguridades, arriesgar por lo distinto cuando no nuevo.
El miedo mata, paraliza. En cambio donde hay vida hay movimiento. (Tenemos a María correteando por la iglesia, es una niña pequeña, llena de vida, en movimiento, es lo lógico, los mayores formales y quietos, los niños en movimiento) Cuando el día de Pentecostés el Espíritu baja sobre los apóstoles, y el Espíritu es vida, no les queda más remedio que moverse, ponerse en marcha, salir y predicar la buena nueva del Señor
Y suele pasar que, como somos pendulares, tantas veces como dudamos de la presencia de Dios, otras tantas, al ver sus obras, su actuar en el mundo y en nuestras vidas no nos queda más que interrogarnos, como los testigos del hecho evangélico: ¿Quién es éste? ¡Hasta el viento y las aguas le obedecen!
Un cuentecillo de el jesuita Anthony de Mello cuenta, más o menos, que en un pobre poblado hubo unas grandes inundaciones. Un habitante del lugar, que tenía mucha fe, pidió al Señor que lo socorriese. Pasaron con un carro cuando ya se podía circular malamente y él no quiso montar, porque confiaba en su dios lo salvase. Creció el agua y se subió al piso superior. Estando allí pasaron con una lancha pero tampoco quiso montar, porque confiaba en su dios. Las aguas siguieron creciendo y tuvo que subirse al tejado, intentaron recogerlo con un helicóptero pero él se negó, porque confiaba en que su dios vendría a salvarle. El agua siguió subiendo y al final se ahogó.
Cuando llegó al cielo se encaró con Dios, diciéndole que para qué había servido su mucha fe, su testimonio y perseverancia. Dios no menos sorprendido le dijo que le había enviado un carro, una barca y hasta un helicóptero y que no los había aprovechado.
A ver si los que estamos dormidos, o mirando para otro lado, o simplemente montándonos nuestro propio dios (otra vez en minúsculas), somos nosotros, porque Dios siempre está y nos quiere vivos y en movimiento.
Que sepamos encontrarle y pedirle, que sepamos reconocerlo y admirarlo.
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Feliz Domingo
fr. Jl
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