Asunción de María
No sabía el modo ni encontraba
las palabras adecuadas para comenzar esta homilía, que quiere ser un canto de
Felicitación a María, la Madre de Jesús y nuestra. He buscado ayuda en la
Escritura, pues ¿dónde fundamentar mejor cuanto digamos de este misterio de la Asunción que en la misma palabra de
Dios? Pero apenas hallamos alguna críptica mención en el libro del Apocalipsis,
en la imagen cósmica de la mujer vestida de sol, con la luna a sus pies y
coronada de doce estrellas.
Ante esta escasez de datos bíblicos, la
tarea de elaboración del Dogma ha sido ardua y prolija hasta llegar a su
proclamación en 1950. Necesitaba aguas abundantes, y no sólo el escaso
arroyuelo de la Escritura ,
para nutrir mi exposición e ilustrar mi homilía. Pero he aquí que topé no con
un caudaloso río sino con un océano, el océano de la piedad mariana que, desde
los primeros siglos del cristianismo hasta nuestros días, por boca, escritos,
testimonios y vida de panegiristas, escritores, teólogos, tratadistas, santos,
devotos, místicos, doctores y Papas han ilustrado y siguen ilustrando a la Iglesia de Dios con sólida
doctrina mariana en la que fundamentar el sentido y el contenido de la Fiesta de hoy. A punto he
estado de ahogarme felizmente en este mar, perdido entre la multitud de
documentos que hablan de María, y en concreto de su apoteósica Asunción a los
cielos.
Porque es este un Misterio que cuajó
hondamente en la devoción del pueblo cristiano, exteriorizada en el día de hoy,
15 de Agosto, en la celebración gozosa y solemne en tantos pueblos y ciudades.
Este es, ni más ni menos, el sentido de esta Fiesta: alegrarnos de la alegría
de nuestra Madre. Nuestro Papa actual lo ha expresado con claridad y belleza.
He querido dejarme guiar por los testimonios de este Pontífice que une a su
exquisito rigor teológico una acendrada devoción y piedad marianas, un gran
sentido pastoral y, en ocasiones, una gran brillantez literaria. Tenemos la
suerte de que los últimos Papas –al menos los que yo he conocido- desde Pío XII
a quien debemos la proclamación del Dogma de la Asunción de María en
cuerpo y alma a los cielos, hasta Benedicto XVI en quien me he inspirado
ampliamente para diseñar esta homilía, han sido grandes propagandistas de la
devoción mariana con su palabra y con su vida.
Dice el Papa: “Nosotros podemos alabar y
venerar a María porque es `feliz´, feliz para siempre. Y este es el contenido
de esta fiesta” (homilía 15-8-2006).O sea, que debemos alegrarnos de que María
nuestra Madre sea ya definitiva y absolutamente feliz. Viene a ser como nuestra
proclamación, ya sin riesgo ni sombra ni precariedad, de su bienaventuranza
tantas veces proclamada cuando vivía en este mundo. Efectivamente, se lo dijo
el Angel..., pero María tenía que dar su SI incondicional; se lo dijo
Isabel..., pero María llevaba la sombra de la pesadumbre y las dudas de José;
se lo dijo una sencilla aldeana, a voz en grito..., pero otras voces la
señalaban como la madre del loco; se lo dijo su propio Hijo..., pero con una
veladura de advertencia aparentemente áspera, para que no cimentara su
felicidad en la sangre o en la carne; ella misma profetizó que la llamarían
“dichosa” todas las generaciones..., pero también la han reconocido como la Dolorosa , por
antonomasia. Ahora ya han desaparecido los peros y nos toca a nosotros cantarle
a gritos que nos alegramos infinitamente de que Ella, como también nos ha
recordado el Papa, “está unida a Dios, porque vive con Dios y en Dios” (Id).
Esta alabanza que tributamos a María no
va en detrimento de la Gloria
debida a Dios, sino todo lo contrario: Estamos honrando a Dios de la mejor
manera que nos es posible a los redimidos que es utilizando, a la inversa, el
mismo camino que Dios usó para hacerse el encontradizo con el hombre. No
quisiera abusar de las citas pontificias, pero ¿cómo no remachar este pensamiento
con la autoridad y el prestigio de este gran teólogo que es, a la vez, el
Pastor de la Iglesia
universal? “Nosotros –dice el Papa- no alabamos suficientemente a Dios si no
alabamos a sus santos, sobre todo a la ´santa`.” Añadiendo un poco más adelante:
“Viendo el rostro de María, podemos ver, mejor que de otra manera, la belleza
de Dios” (15-8-2006). Es así, uniendo íntimamente a María con Dios, como
ensalzamos adecuadamente a esta Criatura excepcional, y al mismo tiempo al
Creador que la eligió por Esposa, Hija y Madre.
¿Cómo no alegrarnos? ¿Cómo no unir
nuestras voces a las de los innumerables coros de ángeles que la recibieron en
el cielo como a su Reina y Señora, manifestando, a su manera, el gozo de verla
poseyendo para siempre la gloria de la bienaventuranza? La liturgia monástica,
y en particular la cisterciense que tiene como Patrona de su Orden a la Asunción , siempre se ha
hecho eco de los cantos jubilosos de los ángeles desde sus coros monásticos,
celebrando con entusiasmo este Misterio. Todos esperamos llegar un día a
celebrar esta Fiesta en el cielo. Nos anima el hecho de que María, con su
maternal intercesión, nos prepara el camino de acceso a la Gloria. Por eso
nuestro corazón rebosa de la más firme esperanza. Y es también el Papa el que
nos dice el porqué de esta inquebrantable esperanza: porque “en el cielo
tenemos una madre. El cielo está abierto; el cielo tiene un corazón”.
Homilía predicada por el Abad Jesús el 15 de Agosto de 2005.
Apocalipsis 11, 19a; 12, 1. 3-6a. 10ab
Salmo 44,10bc.11-12ab.16 R/. De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir
Primera carta a los Corintios 15, 20-27a
Lucas 1, 39-56
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