XXIX Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Los últimos domingos están siendo un tanto monotemáticos, el asunto: la oración. Se nos ha hablado de la fe, el último del agradecimiento y en este de la insistencia y perseverancia.
Para explicar a sus discípulos cómo tenían que orar siempre sin desanimarse, les propuso esta parábola.
Y quizás con este versículo ya estamos servidos, orar siempre y sin desanimarse. Sabemos, por experiencia, que no es fácil ni lo uno ni lo otro. Sabemos que en ocasiones parece que nuestra oración no es escuchada, nos parece que Dios hace oídos sordos a nuestro grito, parece, parece... orar siempre y sin desanimarse.
A los monjes, San Benito en su Regla, nos invita a tener siempre en nuestra vida el recuerdo de Dios, la memoria Dei, a no anteponer nada a la obra de Dios. Según la distribución de las horas organiza ocho rezos diarios y otro por la noche, como rezamos en el salmo 118. Y en el capítulo XX nos dice el tono de nuestra oración: Si cuando queremos sugerir algo a hombres poderosos, no osamos hacerlo sino con humildad y reverencia, con cuánta mayor razón se ha de suplicar al Señor Dios de todas las cosas con toda humildad y pura devoción.
Y sepamos que seremos escuchados, no por hablar mucho, sino por la pureza de corazón y compunción de lágrimas. Por eso la oración debe ser breve y pura, a no ser que se prolongue por un afecto inspirado por la gracia divina...
Orar siempre y sin desanimarse. A esto ayuda, y no poco, que somos comunidad, que oramos juntos y compartiendo intenciones y necesidades; siete veces a lo lardo de la jornada la campana nos reúne para hacer la oración de la iglesia, para elevar la súplica comunitaria, por los amigos y los enemigos, por los de cerca y los de lejos, por conocidos y extraños, por los vivos y los muertos. Orar siempre y sin desanimarse. Aunque no veamos los frutos al momento; aunque los brazos se nos caigan como a Moisés y es la comunidad quien no pocas veces nos debe sujetar los brazos y mantener el tono orante y seguir compartiendo escaño en el coro, porque si mi espíritu no tiene el día a tono confío que el de mi hermano esté super afinado.
Cuentan, de la hoy Santa Teresa de Calcuta, en cierta ocasión fue a pedir dinero para abrir un centro para enfermos de sida a un afanado despacho de abogados donde ya tenían decidido el no por respuesta. Con todo la dejaron hablar y al final la dieron la respuesta preparada. Ella no cambio el rostro, sino que los invitó a rezar. Terminada la oración la respuesta seguía siendo "no" y Madre Teresa volvió a invitar a orar; y así se repitió varias veces hasta que los abogados soltaron el dinero necesario. Madre Teresa sabía de orar siempre y con perseverancia a los oídos de Dios y a los de el mundo.
Orar siempre y sin desanimarse. ¿Y qué pedir? Igual el problema de nuestra oración no escuchada es que no está bien pedido o lo pedido no está afinado. Fijaos en la viuda de la parábola del evangelio, alguien que pasa necesidad, que no tiene quien se ocupe de ella... y no pide dinero, ayudas, solicita justicia. Y tras la palabra "justicia" debería poner también ponerse: siempre y sin desanimarse.
Estamos ya en la recta final del Año de la Misericordia. Misericordia, que vista desde los países acomodados relacionamos con gran perdonanza, con compasión. Misericordia que entendida desde otras tierras más inestables, pensada en la cabeza del Papa Francisco, Misericordia sólo se puede entender como Justicia. Y a quien pide justicia, tenga seguro que será escuchado por Dios.
Pero, cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra? Orar siempre y sin desanimarse. Orar con fe, orar por la justicia. Orar a Dios sabiendo que el sabe mejor que nosotros lo que nos hace falta.
Exodo 17, 8-13
Salmo 120, 1-2. 3-4. 5-6. 7-8 R/. El auxilio me viene del Señor, que hizo el cielo y la tierra.
Segunda carta de san Pablo a Timoteo 3, 14, 4, 2
San Lucas 18, 1-8
Fr. J.L.
No hay comentarios:
Publicar un comentario