San Bernardo escribe en La Apología: “Se exhiben preciosas imágenes de un santo o de una santa, y creen los fieles que es más poderoso cuanto más sobrecargado esté de policromía. Se agolpan los hombres para besarlo, les invitan a depositar sus ofrendas, quedan pasmados por el arte, pero salen sin admirar su santidad”.
No vamos a caer en el propio error del que nos avisa el mismo San Bernardo, refiriéndonos precisamente a él. No quedemos deslumbrados por su polifacética personalidad, por sus cualidades puramente humanas, por su sabiduría, sus dotes diplomáticas y de gobierno, por su verbo melifluo y por sus innegables dotes de escritor y de comunicador. No, fijémonos mejor en el SANTO; en el hombre que día a día fue trabajando su camino espiritual configurando su vida a la vida de Cristo según las palabras de San Pablo...
Porque la santidad no es otra cosa que la identificación con Cristo dejándose guiar por su Espíritu. Cristo, como Cabeza de la Iglesia, plenitud de la santidad; nosotros, los miembros, no podemos perder el hilo. Muchas veces lo expondría a su comunidad de palabra, pero también con su propia vida lo plasmó, siendo formador con su vida igual que con su palabra.
En Bernardo, como en cada uno de nosotros, hubo un proceso de crecimiento, desarrollo y madurez. Viendo la vida de San Bernardo y, sobre todo, sus escritos podemos encontrar elocuentes signos de ese ascender en madurez espiritual. Toda una serie de experiencias -muchas veces críticas y dolorosas- han ido señalando y puliendo su vida. El protagonismo humano -no pocas veces excesivo- da paso a la serena aceptación de la voluntad de Dios -por la prueba de la enfermedad-. Cuando el hombre acepta su derrota, su confianza y amor a Dios se van purificando. Impresionan las palabras de Bernardo ante el fracaso de la Cruzada que con tanto ardor y tal derroche de energía él había predicado y en cierto modo organizado, escritas en el libro II De Consideratione: “Prefiero que la murmuración de los hombres se produzca contra mí, antes que contra Dios. Es una suerte poder ser para Él como un escudo. No rehúso quedar sin gloria mientras no se quiebre la gloria de Dios”. Este es el Santo, que se hace pequeño para que Dios crezca.
Para que nuestro Santo no nos tache de “mirones”, comparemos nuestras vidas, nuestro Camino Laical, Clerical o Cisterciense con el que él vivió y pongámonos manos a la obra. Bernardo ya es San Bernardo, ya está en el cielo, participando de la CARIDAD (con mayúsculas) de la que tanto habló y escribió, y a la que sucumbió (charitate vulneratus) Somos miembros de la Iglesia, también de la Triunfante, en cuyo seno (el de la Iglesia) se vive en gozosa comunicación de bienes espirituales.
Y en todo su recorrido… María. Sin María, Bernardo, no habría sido el que fue. Bernardo, el “cantor de María”. Obligado referente para nosotros, ...en todo momento de necesidad... mira la Estrella, invoca a María... Cuando no nos quede recurso alguno... Piensa en María.
Que san Bernardo, el doctor melifluo, nuestro hermano nos proteja y acompañe.
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