Domingo de Ramos
Mañana es Domingo de Ramos.
En
una única celebración se nos presentan dos evangelios, dos formas de afrontar
la gloria del Dios humanado.
En
la bendición de los Ramos escuchamos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén.
Entrada gloriosa, gozosa, bulliciosa, emotiva, festiva, humilde... y rodeado
por la gente sencilla, por el pueblo llano, por los que mantenían la esperanza
de mejorar, por lo que deseaban un Salvador. Casi infantil, o por lo menos con
espíritu de niño.
En
la Eucarística
escuchamos el relato de Pasión. Suplicio doliente, oscuro, triste, abandono...
y maquinado por quienes eran los poderosos, los entendidos, los mandatarios,
los pudientes, los que estaban bien como estaban y no necesitaban nada, ni
Salvador ni salvación.
En
ambos relatos, como en dos caras de una misma moneda, encontramos la glorificación
de Jesús, Hijo de Dios, el Rey humilde de los pobres y el Rey que entrega su
vida por salvar a la humanidad, su pueblo. En ambos relatos la Salvación llega a todos,
aunque no se busque ni desee.
Cristo, a pesar de su
condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se
despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a
la muerte, y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le
concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda
rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua
proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Dirán,
y con razón, que una definición no debe contener en sí el término a definir,
pero este texto, que es íntegra la segunda lectura, de la carta a los
Filipenses, desarrolla de manera magistral el proceso salvador de Cristo Jesús:
Dejando "la chaqueta de Dios" para asumir la condición de esclavo, de lo más alto a lo más hundido, pasando por uno de tantos porque en
"lo más hondo" es donde estamos la mayoría; pasando incluso por la
peor muerte del momento, la cruz, el "no
va más" de lo rastrero, lo peor de lo peor. Pero como siempre Dios nos
sorprende, y de lo más ruin y fangoso vuelve a colocar a Cristo, triunfante y
glorioso, por encima de todo.
Y
en ese recuperar "la chaqueta de Dios" lo que Dios sí sabía y además
era su intención en este doloroso cambio
de vestuario, es que en ese descender y ascender de categoría divina a
humana y de ésta a la divina de nuevo, ese Hijo rebajado y enaltecido, iba a arrastrar
consigo toda la carga de humus del que forma parte al tomar la condición de un hombre cualquiera. Humus,
según la RAE : Capa superficial del suelo,
constituida por la descomposición de materiales animales y vegetales. Humus
del que salió el primer hombre, redimido ahora con toda la descendencia humana;
humus del humillado y del humilde, del hombre cargado de limitaciones y debilidades,
bajezas, sumisiones, pobrezas... Humus... muy humano, pero ahora salvado.
La
puerta de la Semana Santa
queda abierta con esta celebración. Podemos contemplar desde la barrera o
participar de lleno.
Podemos
aclamar con gozo al esperado Mesías que llega montado en un borrico; podemos
echar a correr ante el primer problema; podemos negar que le conocemos; podemos escupirle y burlarnos de su ridícula
realeza; podemos abuchearle y cargar sobre sus hombros el tosco madero de la
cruz; podemos zarandearle camino del Calvario; podemos disimular no querer ver,
mirando desde la distancia; podemos dar la espalda y creer que todo esto no va
con nosotros... Pero desde que el Dios humanado tomó parte de nuestro Humus
aunque nosotros no queramos ni verlo ni reconocerlo, Él sí lo quiere. Nos
reconoce, nos ama, y entrega su vida por todos.
Feliz
y Santa Semana.
Fr. J.L.
Ramos: Mateo 11, 1-10
Isaías 50, 4-7
Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24 R/. Dios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?
Filipenses 2, 6-11
Pasión: Marcos 15, 1-39
Entrada triunfal en Jerusalén. Fresco de Pietro Lorenzetti de 1320
Basílica de San Francisco, Asís (Italia)