V Domingo de Cuaresma
Nos
acercamos a la pasión. Huele a pasión... el ambiente se tensa.
Ha
llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre... y para ser
glorificado, morir. La lógica de Dios. Si
el grano de trigo no cae en tierra y muere queda infecundo, pero si muere da
mucho fruto.
Dios
no quiere la muerte... espera el fruto.
Jesús
de "agita" y como hombre,
ante el camino del sufrimiento y la muerte, se revela: "Padre, líbrame de esta hora". Sólo
mirando desde el plan de Dios se puede, ante el sufrimiento, se puede seguir
caminando hacia delante. Sólo desde el plan de Dios se puede entender el
camino.
El camino de la Cruz no se comprende con
parámetros humanos, sólo comprendido en el encaje del recorrido de la Historia de Salvación
encontraremos el momento culminante. El entretejido de alianzas y traiciones, la
alianza con Moisés en el Sinaí, con Noé tras el diluvio, con Abrahán por la
circuncisión, con Joadá y el rey David, amores
y desamores entre Dios y los hombres, nos lleva del paraíso a la redención,
hasta la última alianza sellada por la pasión, muerte y resurrección de Cristo,
Hijo de Dios encarnado.
Por
la muerte al fruto. Por el sufrimiento y la obediencia del Hijo a la salvación
de todos.
Una
Ley metida en el pecho, escrita en el corazón, con perdón y reencuentro. La nueva Ley, la Vida que mana de la Cruz , no es cosa que nos
venga de fuera, está en nuestro interior, brota de nosotros mismos. En cada uno
de nosotros hay algo que enterrar, algo que debería morir, algo que deberíamos
cambiar, algo que beberíamos mejorar... sólo muriendo podemos dar fruto.
La
nueva alianza que hace Dios con todos los hombres, con cada uno de nosotros por
Cristo es una nueva historia de amor, una nueva posibilidad que caminar por el
camino del amor, y Dios no se cansa de renovar su alianza aunque le seamos
infieles una y otra vez. Jamás comprenderemos el infinito amor de Dios a los
hombres, a cada uno de nosotros, con los criterios humanos.
Dios
nos busca, nos ama, nos elige, nos espera... y nos salva, a pesar de nosotros
mismos.
Fr. J.L.
Jeremías 31, 31-34
Sal 50 R/. Oh Dios, crea en mí un corazón puro
Hebreos 5 ,7-9
Juan 12, 20-33
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