II Domingo de Cuaresma
¡Qué difícil es entender a Dios!
¿Cómo puede Dios pedir a Abraham que sacrifique
a su hijo? el hijo buscado y esperado, el hijo de la ancianidad, el fruto de la
promesa hecha por el mismo Dios. Bien pudo Abraham inventar el dicho: "Dios
aprieta pero no ahoga"
¿Cómo puede Cristo, el Dios encarnado, pedir a
Pedro, a Santiago y a Juan, sus tres predilectos de entre los apóstoles, que no
cuenten lo que han visto en lo alto del Tabor, cuando han contemplado en el
reflejo de la resurrección unida a una tradición milenaria de la Ley y los
Profetas? Aquí quizás fue más prudencia que misterio; una vez más y no era la
primera ni será la última, los elegidos para guiar la Iglesia no entienden ni
comprenden, confunden y se asustan.
Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra
nosotros?
A Dios no hay quién lo entienda..., pero siempre
está presente y vigilante para con nosotros; no tanto para ver si somos buenos o
malos cuanto para ejercer de PADRE.
Dios entregó a la muerte a su propio Hijo, sí lo
entregó pero para SALVACIÓN, no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
por todos nosotros, ¿cómo no nos dará todo con él?
A Dios no hay quien lo entienda... pero sabe muy
bien lo que hace, aunque no lo entendamos, aunque nos confunda y, no pocas
veces, salgamos corriendo.
Génesis 22,1-2. 9-13. 15-18
Sal 115,10.15.16-17.18-19 Caminaré en presencia del Señor en el país de la vidaRomanos 8, 31b-34
Marcos 9, 2-10
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