jueves, 31 de diciembre de 2015

Santa María, Madre de Dios

1 de Enero


            Son muy parcas en datos las lecturas que la Iglesia propone hoy a nuestra consideración en esta solemnidad en la que honramos al Hijo y a la Madre, a la Madre y al Hijo. Pero... ¿qué puede un hijo decir de su madre? Casi prefiere no hablar. Y no porque falten motivos para ello, sino por exceso de los mismos. Por muchos que enumerásemos, siempre nos quedaríamos cortos. Yo siempre he dicho y escrito que la madre es el mejor y mayor invento de Dios. Es tan maravilloso que El mismo quiso vivir la experiencia. Porque la madre ha sido, es y será el símbolo del amor más tierno, desinteresado, valiente, arriesgado  y sufrido sobre la faz de la tierra.

            Aunque ya existe, al menos a nivel social, un día dedicado a las madres, yo quisiera señalar que hoy, 1º de año, octava de Navidad, día en que a Jesús se le impone el nombre, solemnidad de la maternidad divina de María, sería el más indicado para el recuerdo emocionado y agradecido de todas las madres.

            Tener una viva conciencia del papel materno que María ejerce en el crecimiento de nuestra vida cristiana, es una experiencia gratísima de la que no nos olvidaremos jamás, porque equivale a constatar el puesto que Ella tiene en la historia de mi salvación, que es sin duda lo más sustancial y decisivo en la vida del hombre, en mi vida.

            Y lo hermoso es que esta función la ejerce precisamente como Madre. Parece que con esto está dicho todo, y efectivamente es así. Al ser María la Madre del Cristo Total, nos adherimos a Ella como por cierto instinto, por una cierta necesidad biológico-espiritual o inercia vital, lo mismo que el recién nacido busca el calor, la protección, el cariño y el alimento de su madre.

            Si hacemos un recorrido por la historia del cristianismo, iniciado con el testimonio de los mismos Evangelios, ya aparece María con el título fundamental que justifica y da sentido a todos los títulos que la reflexión teológica y la piedad cristiana le irán añadiendo, como una larga letanía, en el correr de los siglos. Ella es la MADRE DE JESÚS. El desarrollo inicial de esta expresión normal es el de encajar en la figura histórica de Jesús, en su papel mesiánico, lo que hará de María la MADRE DEL MESIAS. Un grado ulterior de identificación del Mesías es su divinidad, empeño en que se aplicaron los grandes teólogos y santos de la primera época del cristianismo, dando como resultado –y no podía ser de otra manera- el que María sea considerada como la MADRE DE DIOS. A partir de esta verdad formulada con toda claridad, brotará en el pueblo cristiano una sincera y entrañable devoción a María que ya no cesará jamás, a pesar de los momentos de crisis.

            Pero lo admirable de esta, diríamos, constatación multisecular de la devoción mariana ha sido el arraigo tan profundo en el corazón de los fieles de todos los tiempos. Porque no se trata sólo de una devoción teórica, meramente racional o basada en meros principios, sino que brota de una experiencia personal, entrañable, directa como consta por los infinitos testimonios de quienes han vivido su devoción mariana como algo muy íntimo y personal, con una vivencia de filiación que puede entroncar en  el legado de Jesús a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”.

            Nosotros hacemos exégesis y hermenéutica de estas palabras que también se dirigieron directamente a María: “Ahí tienes a tu hijo.” Pero María no tuvo necesidad de que se las interpretaran, sino que penetró inmediatamente en el sentido profundo del mensaje de su Hijo. Enseguida las llevó a su corazón en el que encontraban eco perfecto todas las palabras y gestos de Jesús, de acuerdo con los planes de Dios.

            La experiencia del cristiano respecto a su relación con María no puede tener otro signo que el positivo, porque María, como nos dice el Papa actual, “es la sonrisa de Dios”. María representa el lado más amable de la divinidad, cual es el de su condición maternal.

            Hay quienes han creído ver un peligro, para un maduro crecimiento de la vida cristiana, en ese matiz proteccionista o socorrista con que, a veces, monopolizamos la función de María, y en la que centramos nuestra devoción. Pero yo os digo: no tengáis miedo en buscar los brazos siempre acogedores de la Madre, “refugio de los pecadores” y “consoladora de los afligidos”. No tengáis miedo de sobrepasaros...

            Pero no debemos olvidar algo que es muy importante para nuestro crecimiento espiritual: María es también modelo perfecto de buena cristiana. Pensemos que la vida de la Virgen va paralela a la de su Hijo con idéntica finalidad soteriológica. El es Redentor y Modelo; ella es Corredentora y Ejemplar.

            Que la Madre de Dios y nuestra interceda por nosotros. Amén.


Abad Jesús Marrodán


Virgen con niño atribuida a Felipe Bigarny (s.XVI)
Museo Nacional Colegio de San Gregorio (Valladolid)

jueves, 24 de diciembre de 2015

Navidad. Misa de Mediodía


En la pasada Media Noche nos embargaba un sentimiento de ternura, como puede despertarlo el nacimiento de cualquier ser humano, y nos alborozábamos por la buena noticia de nuestra salvación manifestada precisamente en esta señal tan entrañable, y que es la que los mismos ángeles dieron a los pastores de Belén: “Veréis a una joven madre y a un bebé envuelto entre pañales.” Signo entrañable realmente, ungido de ternura, sencillez y humanidad; signo que no hace daño a los ojos, ni a los oídos ni al tacto, ni aterroriza el corazón del hombre como aquellos de que nos habla el A. T. Signo de lenguaje inteligible para todas las gentes y culturas de todos los tiempos.

Pero enseguida nos hemos postrado ante el Recién Nacido, y su luz se ha hecho cada vez más deslumbrante; hemos dejado que el Misterio nos invada y nos sobrecoja; hemos vislumbrado las maravillas de Dios y su gran amor al hombre. Hemos penetrado más agudamente en la carne tierna del Infante para ir mucho más allá de la apariencia y hemos quedado anonadados al descubrir la presencia de Dios en, con, como y para nosotros.

Desde una experiencia pospascual la Iglesia pone a nuestra consideración unos textos de enorme densidad teológica, para que podamos abarcar el proyecto salvífico de Jesús en su totalidad, para que veamos que este Niño es el Logos Eterno de Dios y que es a su vez el Redentor de la humanidad; que ha venido a compartir nuestra condición, pero, al mismo tiempo, a sobredimensionarla, a elevarnos también a su categoría de Dios.

 El autor de la carta a los Hebreos nos hace caer en la cuenta de que el Niño recién nacido es el Hijo de Dios por quien todo ha sido hecho, que con sólo su palabra poderosa sostiene el mundo, que después de cumplir fielmente su misión en la tierra tiene un puesto glorioso a la derecha de Dios encumbrado sobre todos los ángeles, pues su nombre –su dignidad- sobrepasa la de cualquier ser creado terreno o celeste, y que merece por lo tanto la adoración de ángeles y hombres.

También San Juan nos ha condensado en el inicio de su Evangelio el testimonio de quien ha convivido con el Mesías y ha seguido su trayectoria, su arco vital, el camino recorrido para dar cumplimiento al plan de Dios, y nos habla del Logos increado que está junto a Dios y que es Dios; Palabra que ha dado origen al Universo de tal modo que sin ella, sin el Logos nada se hizo de lo que se ha hecho. La Palabra era y es la Luz verdadera que ilumina a todo hombre. Esta luz se hizo cercana, vino a los suyos, a su casa, al colectivo humano, obra también de su potencia creadora. Juan revive el misterio divino-humano del Logos, que es el Mesías, que es Jesús de Nazaret con quien él comió y bebió. Porque la Palabra se hizo carne y plantó su tienda entre nosotros. Esta carnalidad del Logos no se le olvidará jamás a Juan: “lo que hemos visto, oído y palpado del Verbo de la vida, de eso os hablamos.

El Apóstol se lamenta de que el mundo no haya conocido la obra del Logos encarnado. El fue testigo ocular de cómo sus contemporáneos rechazaban el mensaje y la doctrina de Jesús, y sobre todo fue testigo cualificado de cómo el hombre quiso apagar los ecos de esta Palabra divina ahogándola en su propia sangre. Vino a los suyos y no le recibieron. Pero por fortuna este rechazo no ha sido universal, sino que muchos han aceptado la salvación de Dios y a éstos les ha concedido adquirir su misma condición de hijos.


Como veis, tanto en la carta a los Hebreos como en la perícopa del Evangelio de Juan se hace como una especie de recapitulación de la vida de Cristo, el Verbo que se hace hombre para salvar al hombre, pero sólo al que acoge su palabra y la pone por obra. Está claro que sólo se salva quien desea ser salvado. Podemos, mediante un uso perverso de nuestra libertad, rechazar el mensaje salvador y dar la espalda a la luz; lo que no podemos impedir es que la Luz siga brillando, que la Palabra siga enseñando, que el Poder de Dios se siga ejerciendo de modo que puedan “todos los confines de la tierra contemplar la victoria de nuestro Dios”.

Abad Jesús Marrodán

The Nativity width the adoration of the Sepherds (1554). 
Giorgio Vasari. Colección privada

Misa de Medianoche (Navidad)


“¡No la debemos dormir la Noche Santa!”. La noche en que María dio a luz a su hijo que, además de ser hombre, era Dios. Una experiencia inédita para quien calificamos de Omnipotente: poder contemplar la luz con ojos humanos, sentir en su cuerpo los besos y las caricias de una madre primeriza impresionada, emocionada, sobrecogida, pero a la vez plenamente consciente de su papel de sus deberes y derechos de maternidad, con ese instinto que ellas poseen para cuidar a esos seres tan indefensos y menesterosos como son los recién nacidos. Esto que nos parece tan normal en cualquier nacimiento, se convierte en algo estremecedor cuando pensamos que este Recién Nacido es el DIOS DEL UNIVERSO.

Y enseguida nos formulamos la pregunta: “¿Por qué?” o “¿para qué?” o, mejor aún, “¿por quién?”. Y al saber la respuesta es cuando nos sentimos literalmente abrumados, como incapaces de asimilar tanta grandeza y bondad. Es cierto que la repetimos de memoria al recitar nuestro credo “propter nos homines et propter nostram salutem descendit de coelis”; por nosotros y por nuestra salvación ocurrió la Navidad, pero, si nos detenemos un poco, sentimos un escalofrío al notar de forma tan evidente y entrañable el gran amor con que Dios nos ama.

Este desbordamiento del amor divino es la derivada natural de la condición de Dios, de su misma naturaleza, que es Misericordia y Generosidad sin medida. Es verdad que al pecado, desde un cierto punto de vista y en razón justamente del Ofendido, puede atribuírsele una superlativa nota de exceso, de maldad infinita que, de hecho, sólo Dios podía saldar en estricta justicia, pero hay modos y modos. Dios, decimos en nuestro humilde lenguaje, se excedió.

En el Domingo IV de Adviento encontrábamos un simpático ejemplo de la “medida” de nuestro pecado que habrá de ser absorbido por la sanación del Mesías, el Salvador, como le llamamos. Ya sabéis que en el canto gregoriano se enfatizan algunas palabras o frases más importantes a base de una riqueza melódica y neumática que ponen de relieve y subrayan fuertemente la palabra o palabras principales. Suele ocurrir esto en las piezas más estructuradas y ricas, musicalmente hablando, como los Aleluyas. Precisamente, mientras la schola cantaba el texto del Aleluya del Domingo pasado reparé, con cierta extrañeza, en que la palabra más adornada y de larga vocalización era justamente “pecado” (facinora, en latín), como haciéndonos caer en la cuenta de que la malicia de nuestro pecado de ayer, se redime con la Salvación de hoy (hodie, en latín, que escuchábamos en el Aleluya); además enseguida asocié el “facinora ampliamente adornado, con el consolador texto pascual “O felix culpa” que nos trajo tal Salvador.


Esta bellísima realidad de que dónde abundó el pecado sobreabunda la gracia, es justamente lo que estamos viviendo en esta Noche Santa. Por  eso “no la debemos dormir”, la debemos celebrar, la debemos cantar, la debemos disfrutar, la debemos proclamar y la debemos sentir y aprovechar con toda la intensidad del cuerpo , de la mente, del corazón y del alma y del espíritu. Hoy nos ha nacido un SALVADOR.

Abad Jesús Marrodán

La Adoración de los Pastores (1605). Pieter Paul Rubens
Pinacoteca Cívica di Fermo (Italia)

sábado, 19 de diciembre de 2015

Un Dios...desde abajo

IV Domingo de Adviento (Ciclo C)

  
María se puso en camino. Cuarto domingo y cuarta vez que lo dicen: nuestro adviento no es estático sino dinámico; es activo, no pasivo. María, en su adviento, en su esperar al Señor, su hijo, el Hijo de Dios, se pone en camino, va con prisa para ayudar, a servir, a transmitir la alegría que nos da el saber que Dios está con nosotros, que Dios nos viene. Viene a nosotros y nos transforma, viene y nos vive.

Con su venida a hacer la voluntad de Dios (2ª lectura) todos quedamos justificados, santificados, redimidos de una vez para siempre.

María se puso en camino y fue a prisa a la montaña a servir. Lo decía el Papa Francisco, no hace mucho, ante un auditorio de presbíteros y religiosas y religiosos: Dios siempre que llama llama para servir, llama al servicio de los demás, no para que nos sirvan. María es llamada a ser Madre de Dios, a ser portadora de su Palabra hecha carne y de su alegría, a hacerse sierva y manos -en manos de Dios- para todos y para siempre.

Dios nos viene desde abajo... a un pueblo de Judá... de el que ni se dice el nombre. Sin nombre, pero importante para Dios. Miqueas (1ª lectura) profetiza sobre Belén: Belén de Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá... Aquí sabemos el nombre, en ella nacería David el Rey, allí nacería Jesús. Pequeña pero con largo pasado y futuro inmemorial.

Dios viene desde abajo, desde lo sencillo. No busca palacios, ni poderío; su fuerza y su poder no los da el mundo, vienen de Dios. Dios viene de abajo y busca lo sencillo, desde la pequeñez de su esclava, siguiendo por un pesebre porque no encontraron sitio en la posada, hasta la Cruz. Dios se rodea de sencillos e invita a buscar la sencillez de los niños.

Como Belén, largo pasado y futuro para recordar, así somos nosotros con el paso de Dios por nuestras vidas. De ser pequeños, insignificantes, anónimos... pasamos a ser hijos de Dios, hijos en el Hijo, herederos con Cristo del reino eterno.

Sólo un Dios que se abajó hasta la condición de esclavo y pasó como uno de tantos puede ofrecerse con nosotros, innominados insignificantes, y llenarnos de la alegría de que todo lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.

Fr. J.L.

Miqueas 5, 1-4
Salmo 79          R/. Oh Dios, restáuranos, que brille tu rostro y nos salve
Carta a los Hebreos 10, 10-15
Lucas 1, 39-45

La Anunciación (1660). B.E.Murillo
Museo del Prado (Madrid)

sábado, 12 de diciembre de 2015

Motivos para la alegría

III Domingo de Adviento (Ciclo C)


Hoy el mundo tiene cara larga, no hay alegría, no hay motivos de esperanza, así estaba el pueblos de Israel hace 2000 años. Para nosotros hoy, el morado se vuelve rosa; la espera se ilusiona; la esperanza es alegría.

Estad siempre alegres en el Señor; os lo repito, estad alegres. Que vuestra mesura la conozca todo el mundo. El Señor está cerca.

Alegría por el perdón, alegría por la libertad, alegría por que Dios está en medio de nosotros. Dios salva, se goza y se complace en ti, te ama y se alegra con júbilo como en día de fiesta.

Siempre alegres, el Señor está cerca. Con Él próximo no hay de qué preocuparse, todo es gracia, y todo debe ser dar gracias. Su paz nos guarda.

Y yo... ¿qué hago? ¿qué tengo que hacer? -Lo repetimos cada domingo- nuestra espera no es pasiva, no es un esperar sentados, no. Es una espera hacendosa.

A Juan le hacen tres preguntas, tres variados personajes representantes de la sociedad del momento. A los tres en su medida les responde: JUSTICIA. Este es el camino alfombrado por el que tienen que pasar el Justo, el Hijo de Dios, el Dios humanado. Justicia entre los hombres, camino despejado para Dios. Vaciarse de uno mismo para dejarle sitio a Él dentro de nosotros, ese es el pesebre que busca, no palacios, no grandezas, sólo el corazón del justo.

La imagen de Juan, el Bautista, la Voz que grita en el desierto -¿quién escucha en la soledad del desierto?, ¿para quién se grita en el desierto?- trabajar para Dios es siempre trabajar de balde y no pocas veces -humanamente hablando- trabajo inútil, como predicar en el desierto. Juan, quien bautiza con agua, el que no es digno ni de desatar la correa de la sandalia del Salvador... Juan el mejor ejemplo de deshacerse, de desaparecer. de perderse para ser encontrado, de vaciamiento del yo propio, de apagarse para que brille la Luz verdadera, Cristo Señor.

Fr. J.L.

Sofonias 3, 14-18a
Salmo: Isaias 12, 2-3. 4bed. 5-6     R/Gritad jubilosos: "Qué grande es en medio de ti el Santo de Israel"
Carta a los Filipenses 4, 4-7
Lucas 3, 10-18

San Juan Bautista predicando en el desierto (1650-1655). Pier Francesco Mola
Museo Thyssen -Bornemisza (Madrid)

lunes, 7 de diciembre de 2015

Inmaculada Concepción

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Salmo 97, 1. 2-3ab. 3c-4       R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravilla
San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12
San Lucas 1. 26-38

“Quiero Hacer memorable tu nombre por generaciones y generaciones, y los pueblos te alabarán por los siglos de los siglos” (Salmo 44).
   
María, debido a la sencillez de su corazón que concede a los que la poseen el don de ver a Dios y penetrar en sus planes, proclamó alborozada ante Isabel el gran privilegio de que era objeto: “Engrandece mi alma a Señor... Me llamarán bienaventurada todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí... Su misericordia alcanza de generación en generación”.

Porque sin duda alguna, por medio de María se han realizado los acontecimientos más altos de la historia de la salvación. María es la elegida como Madre del Salvador del mundo y así surge ab aeterno en la mente de Dios. Por eso en los albores de la humanidad, mucho antes de su existencia física aparece ya la figura de María y de su descendencia como antagonista de las fuerzas del mal. Notemos que la primera aparición de María en la Sagrada Escritura es como opositora a la serpiente del mal, la enemiga de la humanidad..., y la última, en el Apocalipsis, de la misma manera, como opuesta al dragón infernal. Este antagonismo comienza históricamente desde el momento de su concepción que para nosotros ya es su Concepción Inmaculada.

Este Misterio comprende o engloba tres aspectos a tener en cuenta cuando hablamos de la santidad de María: Que no tuvo pecado de origen con el que todos nacemos; que estuvo llena de gracia desde el instante mismo de su concepción; y que le fue concedido el don de la impecabilidad. Sin duda que se trata de un privilegio singular de carácter abiertamente sobrenatural, pero “nada hay imposible para Dios”, como le recordará a Ella misma Gabriel.

Suele decirse que Dios da la gracia en proporción de la misión que cada uno debe desempeñar en el mundo. Si María estaba destinada a ser la Corredentora de la humanidad como Cooperadora activa en el Evento salvífico, era necesario que lo hiciera desde el estado de gracia y desde el comienzo mismo de su ser; lo mismo que afirmamos del Salvador, su Hijo, que inició su obra salvadora desde el instante mismo de su Encarnación, es decir: desde el momento en que María pronunció su SI  al requerimiento de Gabriel en la Anunciación.

No olvidemos que María entra de lleno en el orden hipostático relativo y por consiguiente las enemistades de María con Satanás de que nos habla el Génesis son la mismísimas (“ipsisimas”, nos dice el Papa Pío IX en la Bula “Ineffabilis Deus”) que las de Cristo: totales, absolutas ontológica, moral y cronológicamente consideradas.

En María no hubo jamás el paso de pecado a gracia, como se da en todos los mortales, y por eso hablamos de privilegio singular. Y aquí es donde tropezaron grandes sabios teólogos e incluso algunos santos que no lograban conciliar la carencia de pecado original en María con su calidad de criatura redimida, si la redención, como nos recuerda S. Pablo, fue UNIVERSAL

El argumento teológico de la gracia preveniente salió al paso de esta dificultad que operaba como freno a la formulación del Dogma, pero que no impedía que el pueblo cristiano, en particular el pueblo español, defendiera con calor y devoción la celebración de la fiesta de la Inmaculada  incluso mucho antes de 1845 en el que fue proclamado el Dogma.

Este privilegio excepcional de María que estaríamos tentados a contemplar como un mero dato biológico o biográfico sin mayores implicaciones en nuestra vida, adquiere un sentido nuevo cuando es considerado como esencialmente vinculado a la Historia de la Salvación, de nuestra salvación. Bien asentado esto, este privilegio y todos los demás de la virgen María nos sirven para ensalzar a nuestra Madre y alabar al Creador; para dar un sentido más real y profundo a nuestra devoción mariana que, desde esta óptica, no podemos considerar como algo potestativo o secundario, sino vital y esencial, ya que María es tipo de la Iglesia y modelo para todos su hijos. “Apareció una señal en el cielo”, nos dice el Apocalipsis. María es todo un SIGNO. El signo del poder, de la sabiduría y de la bondad de Dios para con el hombre. Dios nos prometió la salvación en el paraíso inmediatamente después del pecado, y allí aparece ya la Inmaculada como signo de esta salvación.

No sabemos exactamente qué día de qué año Maria vino al mundo. No tiene mayor importancia. Litúrgicamente lo recordamos hoy y lo revivimos, lo celebramos y nos felicitamos; porque tal día como hoy llega para los hombres la plenitud de los tiempos. Hoy despunta la Aurora que nos trae al Sol de Justicia. Hoy comienza a formarse el capullo que dará un fruto de salvación. Hoy, en el vientre de Ana, han brotado la esperanza, la alegría y la promesa de la recuperación del Paraíso perdido.

Abad Jesús Marrodán (8-12-2008)

La Inmaculada  Concepción del Escorial (1660/1665). 
B.E.Murillo. Museo del Prado

domingo, 6 de diciembre de 2015

Hoy...toca limpia

II Domingo de Adviento (Ciclo C)

  
Dios viene. Su llegada a nosotros es un cambio de vida, cambio total. Se terminó el duelo y la pena, la tristeza y el miedo, si Dios nos llega sólo podemos ser reflejo de su gloria, sobrante de justicia, rezumado de paz.

Nosotros lo esperamos. Y la espera debe ser activa, como cuando esperamos a alguien deseado y amado a quien hace tiempo que no vemos, o a alguien importante que trae beneficios... los montes se aplanarán los valles se rellenarán, los árboles aromáticos le harán sombra y perfumarán su camino...

Dios guiará a su pueblo con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia... Gloria, misericordia, justicia. Este es el grito de todo hombre y de todo pueblo. Esto es personalizado en el Dios hecho hombre, el Dios que nos viene. Por eso con el salmista podemos gritar: El Señor ha estado grande con nosotros, y estamos alegres.

Su fruto, la justicia, que viene por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios. Quien inició en vosotros la buena obra, la llevará a termino. Esta frase escrita por san Pablo, copiada por San Benito en la Regla de los Monjes y usada tanto en el rito de la profesión monástica, como en el de ordenación, resume el cambio que debemos reflejar tras nuestro encuentro con el Dios que viene, por que Él es el sentido de nuestra vida, quien la conduce y su final, de su mano alegría y luz de su gloria, con la misericordia y la justicia...

El Evangelio nos sitúa en un punto concreto de la historia. La cita cronológica de autoridades civiles y religiosas coloca a Juan, el precursor, y por el a Cristo en un momento y un lugar fiable. Su grito, el anuncio de un esperado Salvador al que hay que preparar caminos y prepararse interiormente: Una voz grita en el desierto: Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos verán la salvación de Dios. Este año, para la pasada de La Vuelta Ciclista a España, vimos con sorpresa cómo adecentaban los accesos del monasterio, podaban los árboles, limpiaban las cunetas, desbrozaban malezas... iba a pasa La Vuelta... y Burgos, y Castilla y león, tenían que dar buena imagen.

Pues es Dios mismo quien nos viene y lo exterior le da un poco igual.  Adecentemos los accesos a nuestra alma, podemos ramajes que estorban, limpiemos nuestras lindes, desbrocemos malezas enmarañantes...

Hagamos de nuestro alma y de nuestro corazón un espacio acogedor al Dios que viene.

Fr. J.L.

Baruc 5, 1-9
Salmo 125           R/El Señor ha estado grande entre nosotros, y estamos alegres
Carta a los Filipenses 1, 4-6, 8-11
Lucas 3, 1-6

Vendedora de Flores. Diego Rivera
Museo de México