II Domingo de Adviento (Ciclo C)
Dios
viene. Su llegada a nosotros es un cambio de vida, cambio total. Se terminó el
duelo y la pena, la tristeza y el miedo, si Dios nos llega sólo podemos ser
reflejo de su gloria, sobrante de justicia, rezumado de paz.
Nosotros
lo esperamos. Y la espera debe ser activa, como cuando esperamos a alguien
deseado y amado a quien hace tiempo que no vemos, o a alguien importante que
trae beneficios... los montes se aplanarán los valles se rellenarán, los
árboles aromáticos le harán sombra y perfumarán su camino...
Dios guiará a su pueblo
con alegría a la luz de su gloria, con la misericordia y la justicia... Gloria, misericordia, justicia. Este es
el grito de todo hombre y de todo pueblo. Esto es personalizado en el Dios
hecho hombre, el Dios que nos viene. Por eso con el salmista podemos gritar: El Señor ha estado grande con nosotros, y
estamos alegres.
Su fruto, la justicia, que
viene por Jesucristo, para gloria y alabanza de Dios. Quien inició en vosotros
la buena obra, la llevará a termino.
Esta frase escrita por san Pablo, copiada por San Benito en la Regla de los Monjes y usada
tanto en el rito de la profesión monástica, como en el de ordenación, resume el
cambio que debemos reflejar tras nuestro encuentro con el Dios que viene, por
que Él es el sentido de nuestra vida, quien la conduce y su final, de su mano alegría y luz de su gloria, con la
misericordia y la justicia...
El
Evangelio nos sitúa en un punto concreto de la historia. La cita cronológica de
autoridades civiles y religiosas coloca a Juan, el precursor, y por el a Cristo
en un momento y un lugar fiable. Su grito, el anuncio de un esperado Salvador
al que hay que preparar caminos y prepararse interiormente: Una voz grita en el desierto: Preparad el
camino del Señor, allanad sus senderos; elévense los valles, desciendan los
montes y colinas; que lo torcido se enderece, lo escabroso se iguale. Y todos
verán la salvación de Dios. Este año, para la pasada de La Vuelta Ciclista a
España, vimos con sorpresa cómo adecentaban los accesos del monasterio, podaban
los árboles, limpiaban las cunetas, desbrozaban malezas... iba a pasa La Vuelta... y Burgos, y
Castilla y león, tenían que dar buena imagen.
Pues
es Dios mismo quien nos viene y lo exterior le da un poco igual. Adecentemos los accesos a nuestra alma,
podemos ramajes que estorban, limpiemos nuestras lindes, desbrocemos malezas
enmarañantes...
Hagamos
de nuestro alma y de nuestro corazón un espacio acogedor al Dios que viene.
Fr. J.L.
Baruc 5, 1-9
Salmo 125 R/El Señor ha estado grande entre nosotros, y estamos alegres
Carta a los Filipenses 1, 4-6, 8-11
Lucas 3, 1-6
Vendedora de Flores. Diego Rivera
Museo de México
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