1 de Enero
Son
muy parcas en datos las lecturas que la Iglesia propone hoy a nuestra
consideración en esta solemnidad en la que honramos al Hijo y a la Madre, a la
Madre y al Hijo. Pero... ¿qué puede un hijo decir de su madre? Casi prefiere no
hablar. Y no porque falten motivos para ello, sino por exceso de los mismos.
Por muchos que enumerásemos, siempre nos quedaríamos cortos. Yo siempre he
dicho y escrito que la madre es el mejor y mayor invento de Dios. Es tan
maravilloso que El mismo quiso vivir la experiencia. Porque la madre ha sido,
es y será el símbolo del amor más tierno, desinteresado, valiente,
arriesgado y sufrido sobre la faz de la
tierra.
Aunque
ya existe, al menos a nivel social, un día dedicado a las madres, yo quisiera
señalar que hoy, 1º de año, octava de Navidad, día en que a Jesús se le impone
el nombre, solemnidad de la maternidad divina de María, sería el más indicado
para el recuerdo emocionado y agradecido de todas las madres.
Tener
una viva conciencia del papel materno que María ejerce en el crecimiento de
nuestra vida cristiana, es una experiencia gratísima de la que no nos
olvidaremos jamás, porque equivale a constatar el puesto que Ella tiene en la
historia de mi salvación, que es sin duda lo más sustancial y decisivo en la
vida del hombre, en mi vida.
Y
lo hermoso es que esta función la ejerce precisamente como Madre. Parece que
con esto está dicho todo, y efectivamente es así. Al ser María la Madre del
Cristo Total, nos adherimos a Ella como por cierto instinto, por una cierta
necesidad biológico-espiritual o inercia vital, lo mismo que el recién nacido
busca el calor, la protección, el cariño y el alimento de su madre.
Si
hacemos un recorrido por la historia del cristianismo, iniciado con el testimonio
de los mismos Evangelios, ya aparece María con el título fundamental que
justifica y da sentido a todos los títulos que la reflexión teológica y la
piedad cristiana le irán añadiendo, como una larga letanía, en el correr de los
siglos. Ella es la MADRE DE JESÚS. El desarrollo inicial de esta expresión
normal es el de encajar en la figura histórica de Jesús, en su papel mesiánico,
lo que hará de María la MADRE DEL MESIAS. Un grado ulterior de identificación
del Mesías es su divinidad, empeño en que se aplicaron los grandes teólogos y
santos de la primera época del cristianismo, dando como resultado –y no podía
ser de otra manera- el que María sea considerada como la MADRE DE DIOS. A
partir de esta verdad formulada con toda claridad, brotará en el pueblo
cristiano una sincera y entrañable devoción a María que ya no cesará jamás, a
pesar de los momentos de crisis.
Pero
lo admirable de esta, diríamos, constatación multisecular de la devoción
mariana ha sido el arraigo tan profundo en el corazón de los fieles de todos
los tiempos. Porque no se trata sólo de una devoción teórica, meramente
racional o basada en meros principios, sino que brota de una experiencia
personal, entrañable, directa como consta por los infinitos testimonios de
quienes han vivido su devoción mariana como algo muy íntimo y personal, con una
vivencia de filiación que puede entroncar en
el legado de Jesús a Juan: “Ahí tienes a tu Madre”.
Nosotros
hacemos exégesis y hermenéutica de estas palabras que también se dirigieron
directamente a María: “Ahí tienes a tu hijo.” Pero María no tuvo necesidad de
que se las interpretaran, sino que penetró inmediatamente en el sentido
profundo del mensaje de su Hijo. Enseguida las llevó a su corazón en el que
encontraban eco perfecto todas las palabras y gestos de Jesús, de acuerdo con
los planes de Dios.
La
experiencia del cristiano respecto a su relación con María no puede tener otro
signo que el positivo, porque María, como nos dice el Papa actual, “es la
sonrisa de Dios”. María representa el lado más amable de la divinidad, cual es
el de su condición maternal.
Hay
quienes han creído ver un peligro, para un maduro crecimiento de la vida
cristiana, en ese matiz proteccionista o socorrista con que, a veces,
monopolizamos la función de María, y en la que centramos nuestra devoción. Pero
yo os digo: no tengáis miedo en buscar los brazos siempre acogedores de la
Madre, “refugio de los pecadores” y “consoladora de los afligidos”. No tengáis
miedo de sobrepasaros...
Pero
no debemos olvidar algo que es muy importante para nuestro crecimiento
espiritual: María es también modelo perfecto de buena cristiana. Pensemos que
la vida de la Virgen va paralela a la de su Hijo con idéntica finalidad
soteriológica. El es Redentor y Modelo; ella es Corredentora y Ejemplar.
Que
la Madre de Dios y nuestra interceda por nosotros. Amén.
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