martes, 5 de enero de 2016

Epifanía

Epifanía. Esta palabra griega significa manifestación, desvelamiento, hacerse patente algo, esclarecimiento, iluminación. La luz que desvela las zonas oscuras podría ser el icono, la imagen de este fenómeno por el que llegamos a conocer algo que ignorábamos. “El pueblo que andaba en tinieblas vio una luz grande”. En el acontecimiento que hoy nos narra Mateo, la luz es justamente la de una estrella. Todos nacemos con estrella; también Jesús de Nazaret. Este astro, convertido en cometa ya no falta en ningún Belén que se precie. Fue ella la que guió a los tres famosos personajes desde tierras lejanas hasta la cueva o casa-cueva de Belén. Los Magos no dudan de que esta estrella es la del Mesías-Rey, y por eso vienen a presentarle sus presentes y rendirle pleitesía a Quien creen merecedor de ella por su mesianismo, por su realeza y, tal vez, por su divinidad. Los planteamientos de estos curiosos magos o sabios o astrónomos son muy sencillos: un punto luminoso en el cielo marca una ruta que hay que seguir, pues hay profecías y oráculos que asocian este fenómeno luminoso con la aparición del Mesías Salvador. Toda su fe, su confianza y su voluntad están puestas en una estrella a la que siguen sin vacilar.

Pero llega un momento en que la estrella desaparece de su vista. Un momento dramático para quienes no disponen de otra señal, otra clave, otros indicadores de ruta. Se apagó la luz y de nuevo las tinieblas se enseñorean de las mente y de los corazones de estos intrépidos buscadores que no han dudado en abandonar sus países de origen, su seguridad, lo familiar, lo conocido, lo concreto para lanzarse al riesgo siguiendo a una enigmática estrella que, al final, les ha jugado una mala pasada. Campo abonado para el desaliento, para la desilusión y para, en definitiva, desistir de su empeño. Porque la trayectoria de esta peripecia vital de los Magos que Mateo nos cuenta no es más que la parábola en acción de toda vocación, de toda llamada, de todo seguimiento, de la persecución de un ideal, de todo proyecto vital.

¡Cuántos se desaniman, no ya ante el apagón total, sino ante el más insignificante parpadeo o guiño sospechoso del astro que les guía! ¡Cuántos desconfían y vuelven la espalda al proyecto ante las más mínimas dificultades! ¡Cuántos se dan media vuelta pues consideran que todos los caminos están bloqueados o que sencillamente los propios caminos han desaparecido! ¿Qué hacen nuestros viajeros ante una situación tan crítica y dolorosa, tan desoladora y frustrante? Preguntar. Alguien podrá darles alguna pista para reanudar el viaje; no están dispuestos a perder la ilusión y echarán mano de las mediaciones humanas y terrenas ya que han desaparecido los indicadores del cielo. Los oráculos de los profetas coinciden con lo que ellos piensan y tratan de recomponer el mapa para proseguir la búsqueda, pues saben que el objetivo no está muy lejos. Tal vez les extrañe un poco que la gente no haya demostrado excesivo entusiasmo ante tan colosal acontecimiento. Ellos continúan impertérritos.

La narración de Mateo sigue siendo deliciosa. Una vez informados por Herodes, reemprenden el camino y ¡ahora sí, ahora reaparece la estrella más firme, más rutilante, más fidedigna y segura, y también más anhelada, más necesaria, más querida, más implicada en la misión de encontrar al Rey-Mesías! Y el Evangelista no sabe cómo expresar el gozo que estos tenaces buscadores experimentan al aparecer la estrella: “gavisi sunt gaudio, magno, valde”. Tres calificativos in crescendo para ponderar el grado máximo de alegría. No era para menos: siempre la felicidad es más intensa cuando ha precedido el dolor; y la luz es más clara cuanto más cerrada hayan sido la noche o las tinieblas; y es más ardiente el amor de quien ha sido más perdonado; y más agradece quien más ha recibido.

Dios premió la constancia, la fidelidad y la humildad de los Magos, pues al fin encontraron al que con tanto empeño habían buscado: “Vieron al Niño y a María, su madre”. Mateo no menciona a S. José, pero la iconografía abundantísima de este pasaje evangélico nunca ha omitido la figura del Santo Patriarca dentro de la escena. Tal vez la comitiva no era tan fastuosa como los artistas nos la representan; tal vez los regalos no fueran tan abundantes y maravillosos como para que José pudiera pagarse una casa, como apuntan algunos bienintencionados novelistas. Ya hemos comentado de paso que el hecho del nacimiento del Mesías no tuvo excesiva notoriedad, y el evento de los Magos no supuso una noticia de primer orden para magnificar el hecho, máxime que los tales forasteros, una vez cumplida su misión, se alejaron discretamente del lugar, avisados por esa voz interior a la que ellos eran tan dóciles, por el peligro que el Niño podría experimentar si llegaba a oídos de Herodes el lugar y sitio exactos del emplazamiento de la Sagrada Familia. Pero ya habían visto al Salvador y ahora ya no necesitaban estrella para que les guiase a sus lugares de origen. La estrella se había instalado definitivamente dentro de sus corazones.

Isaías 60, 1-6
Salmo 71         R/. Se postrarán ante ti, Señor, todos los pueblos de la tierra.
San Pablo a los Efesios 3, 2-3a., 5-6
Mateo 2, 1-2


Abad Jesús Marrodán


Detalle de la Adoración de los Reyes Magos. Códice de Roda (s. X-XI)
Real Academia de la Historia (Madrid)





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