domingo, 8 de diciembre de 2019

Toda pura eres María...


INMACULADA CONCEPCIÓN


Cuatro son los personajes que el adviento nos presenta como guías y modelos en la espera del Señor: Isaías, cuyas profecías alusivas al Mesías vamos escuchado a lo largo del adviento; Juan el Bautista, el precursor, la voz que clama en el desierto preparad un camino al Señor... ; María la Madre que espera el nacimiento de un hijo del que sabe que no sabe, del que le han dicho -que de él hablaron los antiguos profetas- pero no entiende, que lleva en su seno y es Hijo de Dios...; y por último san José, el esposo de María.

Isaías, Juan, María y José.

Pero hoy toca hablar de María. María en el misterio de su Inmaculada Concepción. Y si es un misterio confirmado con un Dogma pues poco vamos a poder explicar.

El Catecismo de la Iglesia Católica nos dice que María para ser la Madre del Salvador fue dotada con dones a la medida de una misión tan importante (LG 56) El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como "llena de gracia" (Lc 1, 28) En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. (CIC 490)

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María "llena de gracia" por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803) (CIC 491)

Esta "resplandeciente santidad del todo singular" de la que ella fue "enriquecida desde el primer instante de su concepción" (LG 56), le viene toda entera de Cristo: ella es "redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo" (LG 53). El Padre la ha "bendecido [...] con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo" (Ef 1, 3) más que a ninguna otra persona creada. Él la ha "elegido en él antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia, en el amor" (cf. Ef 1, 4) (CIC 492)

Los Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios "la Toda Santa" (Panaghia), la celebran "como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada y hecha una nueva criatura por el Espíritu Santo" (LG 56) Por la gracia de Dios, María ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida. (CIC 493)

El Evangelio que hemos escuchado, el relato de la Anunciación -otro misterio con su propio dogma- nos enseña que la Madre de Jesús, fue una mujer sencilla, de un pueblo humilde casi perdido. Dios elige lo sencillo y concede sus favores y dones a quienes no se sienten importantes. Dios se sirve de nuestras pobrezas para hacer sus grandezas.

El pasado domingo, el Papa Francisco firmaba una Carta Apostólica titulada: Admirabile signum, sobre el significado y el valor del belén. En ella al hablar de María nos dice: es una madre que contempla a su hijo y lo muestra a cuantos vienen a visitarlo. Su imagen hace pensar en el gran misterio que ha envuelto a esta joven cuando Dios ha llamado a la puerta de su corazón inmaculado. Ante el anuncio del ángel, que le pedía que fuera la madre de Dios, María respondió con obediencia plena y total. Sus palabras: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38), son para todos nosotros el testimonio del abandono en la fe a la voluntad de Dios. Con aquel “sí”, María se convertía en la madre del Hijo de Dios sin perder su virginidad, antes bien consagrándola gracias a Él. Vemos en ella a la Madre de Dios que no tiene a su Hijo sólo para sí misma, sino que pide a todos que obedezcan a su palabra y la pongan en práctica (cf. Jn 2,5). Os invito a leerla en este enlace.

Que sepamos, desde nuestra pequeñez y pobreza dar nuestro sí al Señor, como María, para que haga en nosotros su obra, obras que siempre serán grandes. Que con nuestras obras y palabras siempre mostremos a Dios.
  
Feliz día del Señor.
Feliz día de la Inmaculada

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20
Salmo 97, 1. 2-3ab. 3c-4 R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas

San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12
San Lucas 1. 26-38

Fr. J.L.

Inmaculada Concepción (1630). Francisco Zurbarán
Museo del Prado (Madrid)

domingo, 3 de noviembre de 2019

Y que digan...


XXXI Domingo del Tiempo Ordinario 


Hoy el Evangelio nos ha presentado Zaqueo, un personaje de actitud casi infantil y no solo por su estatura. Un personaje que nos cuestiona.

Zaqueo es un personaje cuanto menos curioso; jefe de publicanos y rico, poderoso en el tener, deseoso en su buscar, y éste es el primer impulso, “buscar”. Zaqueo quiere ver a Jesús, lo busca, lo persigue, lo pre-sigue y, aun cuando siendo grande era pequeño; siendo rico, necesitado; con buena imagen pero incapaz de enfrentarse a sí mismo. Dejando atrás su propio ego, no le importa adentrarse entre la gente, adelantarse a ellos y subirse a una higuera -un árbol a su medida, bajito como él- con una inocencia y descaro de niño. Dejando atrás su propia vergüenza, el qué dirán, el siempre se ha hecho así.

Zaqueo busca a Jesús y Jesús se hace el encontradizo, de frente, el que busca encuentra, así nos lo recuerda en otro sitio en Evangelio: el que pide recibe, el que busca encuentra y a quien llama se le abre. Zaqueo baja enseguida porque hoy tengo que alojarme en tu casa.

Y Jesús cambia su vida, como cambia la de cualquiera que le deje ser parte de ella.

La alegría de ese encuentro -Zaqueo le recibió muy contento-, la novedad de recibir a Jesús en su propia casa, en su propia vida y el cambio que produce en lo que a sus “teneres” se refiere, como nos relata el Evangelio. Curiosamente, primero da a los que no debe, la mitad de mis bienes se la entrego a los pobres; Y después a los que podría deber: Y si de alguno me he aprovechado... cuatro veces más.

Hoy ha entrado la salvación a esta casa. Jesús salva, y cuando le dejamos entrar, entra -y a veces avasalla, sí- pero todo cambia, todo se ve con otros ojos, todo se siente de otras formas.  

Podríamos ver la actitud de “los otros” que critican a Jesús por entrar a quedarse en casa de un pecador, pero para qué... ni hacen ni deja hacer... el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido si se deja encontrar. Y el qué dirán... para el cajón.

Este Dios buscado y encontrado en el relato de Zaqueo es el mismo que nos describe la primera lectura, un Dios para todos, que no puede no querer lo que ha creado por y con amor; que corrige poco a poco, hasta con ternura, dando siempre tiempo y espacio, sin violentar, dando una nueva oportunidad para volver a Él. Un Dios amoroso.

El salmo 144 es la respuesta coherente de la criatura a su Creador-Criador, un Dios-Bendición.
La misma idea nos recuerda san Pablo en la segunda lectura, que en todo y por vuestra causa sea honrado nuestro Señor Jesucristo. En la honra que le damos somos honrados por Él.

El día del Señor es y será. Vivamos como sabiendo que el Señor está cerca, sin prisa pero sin pausa. Olvidemos el qué dirán, los prejuicios, los miedos a las novedades, el siempre se ha hecho así. Seamos libres para vivir la fe, porque Dios nos hizo y nos quiere libres. Vivamos como Dios quiere, como Dios nos quiere.

Feliz día del Señor.

Sabiduría 11, 22-12, 2
Salmo 144      R/. Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.
Segunda carta de san Pablo a los Tesalonicenses 1, 11-2, 2
San Lucas 19, 1-10

Fr. J.L.

Conversión de Zaqueo (1581-1644). Bernardo Strozzi
Musee des Beaux-Arts (Nantes, Francia)


sábado, 12 de octubre de 2019

Santa Maria el Pilar


12 de Octubre de 2019

 

En la Palabra de Dios de que hemos escuchado, la primera, tomada del libro de la Crónicas, nos hablaba del Arca de la Alianza, que presidía al Pueblo de Israel. La Iglesia la considera prefiguración y anuncio de lo que sería la Virgen María, Nuevo Arca de la Alianza, en medio de un nuevo Pueblo de Dios. Porque, como escuchábamos en el Evangelio de san Lucas, ella, en sus entrañas, llevó al mismo Dios. Por eso “Dichosa la madre que dio a luz tal hijo”. Finalmente, y ya metidos propiamente en la Fiesta que celebramos, hemos recitado con el Salmo 26, “el Señor me ha coronado de gloria y sobre la columna me ha exaltado”. Así es Nuestra Señora del Pilar.

El Concilio Vaticano II nos recordó que María, La Virgen, es espejo de todas las Virtudes humanas. También el Papa Francisco nos recuerda que la Virgen tuvo al menos cinco detalles valiosos y actuales para nosotros: el sí a la Vida, la “prontitud” para atender a los demás, el estar cerca de los más necesitados, el espíritu de contemplación de las cosas de la vida a la luz de Dios y, finalmente, la audacia para abrir nuevos caminos de evangelización.

Pero es la oración colecta quien nos reenvía a la temática del domingo pasado, si recordáis hablábamos de la fe y la esperanza que nos llevaban a la caridad. Hoy hemos pedido al Señor que nos dé, por medio de su Madre, «fortaleza en la fe, seguridad en la esperanza y constancia en el amor».

Fortaleza en la fe. Como su prima Isabel le decimos a María: «Dichosa tú que has creído» (Lc 1, 45). Ella creyó y confió siempre en Dios. Siempre unida a Dios con la firmeza indestructible de su fe. Una fe que se tradujo en actitud de permanente disponibilidad: «Aquí está la esclava del Señor. Hágase en mí según tu Palabra» (Lc 1, 38).
Seguridad en la esperanza. Todos buscamos seguridad, buscamos apoyos, raramente en la fe. María permaneció fielmente unida a su Hijo, en la hora de la Pasión, en comunión de amor, dolor y esperanza. Conservó la esperanza el sábado santo cuando parecía que todo había terminado.
Según la piadosa tradición, María visitó y confortó al apóstol Santiago, que predicaba el Evangelio junto al río Ebro a su paso por Zaragoza. Ella alentó a Santiago en el comienzo de los duros trabajos por el Evangelio. También hoy, la Madre del Señor, nos impulsa y acompaña en nuestra evangelización para actuar con firmeza de fe y audacia apostólica. No hay transmisión del Evangelio sin María, como no hay alumbramiento sin madre, ya que el Evangelio es el mismo Jesucristo, no simples palabras, ideas o principios.

Constancia en el amor. «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones con el Espíritu Santo que se nos ha dado». María ha vivido a la sombra del Espíritu y bajo sus impulsos durante toda su vida. Este amor, que llenó su corazón, le proporcionó una mirada nueva para ver la realidad. Nada humano le fue extraño. Todo lo miró y lo vivió desde la mirada de Dios sobre ella.
Haznos Señor, por María: fuertes en la fe, seguros en la esperanza y constantes en el amor.

A María nos encomendamos. Pedimos por nuestras familias, amigos y bienhechores, recordamos a la Guardia Civil y a cuantos se acogen bajo el patrocinio de la Virgen del Pilar; también a todos difuntos, especialmente a los que han muerto cumpliendo su deber, que, bajo el manto protector de la Virgen del Pilar, gocen ya del premio eterno.

Que María, la Virgen del Pilar nos conceda amar más y mejor a Jesús, su Hijo, y que a todos, nos ayude a ser más hermanos y solidarios unos de otros.

1 Libro de las Crónicas 15,3-4.15-16;16,1-2
Salmo 26              R/. El señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado.
Evangelio de san Lucas 11, 27-28 


Fr. J.L.

Aparición de la Virgen del Pilar a Santiago y a sus discípulos zaragozanos
Francisco de Goya (1767). Colección Pascual de Quinto (Zaragoza)


lunes, 7 de octubre de 2019

Danos una fe que interrogue


XXVII Domingo del Tiempo Ordinario (C) 2019

 

Señor auméntanos la fe, esa es la petición que hacen los apóstoles a Jesús.

Fe, estudiamos la mayoría de los aquí presentes en el catecismo de Astete, es creer lo que no se ve. Y los apóstoles vieron y oyeron, contemplaron y palparon con sus manos nos dice la primera carta del apóstol Juan... y a pesar de todo le dicen a Jesús: auméntanos la fe.

Si retrocedemos por el texto evangélico de Lucas, el verso y medio anterior nos invita a corregir, y también a perdonar: si tu hermano te ofende, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo; y si te ofende siete veces en un día y siete veces vuelve a decirte "Me arrepiento", lo perdonarás.

No me extraña que los apóstoles pidiesen fe.

Pero si retrocedemos los tres versículos anteriores nos habla del escándalo y que mejor sería que al escandaloso, de sencillos y pequeños, le atasen una piedra de molino al cuello y lo tirasen al mar.
Más fe, Señor.

También nosotros necesitamos que nos aumentes la fe, y vivir con coherencia.
Fe para creer; fe para desde Dios, desde el amor que Dios nos tiene, saber corregir y perdonar; fe para ser testigos y no motivo de escándalo.

Señor, auméntanos la fe.

El profeta Habacuc, como hemos escuchado en la primera lectura, también pide al Señor, y pide a gritos, incluso con violencia; y en su grito haya esperanza, porque el justo por su fe vivirá. Si se retrasa, espera, pues llegará y no tardará.

Y las lecturas nos han llevado de la fe a la esperaza y de la esperaza a la fe y por el mismo catecismo que antes citaba sabemos que están siempre van de la mano con la caridad.

Una caridad que es poner en práctica la fe, dar cuerpo a la esperanza y para ello el Papa Francisco nos ha propuesto un octubre misionero extraordinario.

Octubre es, desde hace muchos años, un mes misionero por excelencia: el mes del DOMUND -lo celebraremos dentro de dos domingos-; mes que comienza con la celebración de Santa Teresa del Niño Jesús, patrona de las misiones.

El Papa al proponer este mes misionero extraordinario, nos invita a todos a vivir y dar testimonio de la vida divina de la que como bautizados participamos, una riqueza que nos desborda y por eso nos debe mover a dar, a comunicar, a compartir; testimoniando como comunidad, como pueblo de salvación, filiación divina, fraternidad universal.

Desde una actitud de conversión, de volver a Dios para dar lo que Dios nos da.

Por ser cristianos somos misioneros, no nos podemos guardar el tesoro de la fe. Cuantas veces hemos oído hablar de la fe de sacristía...(socialmente se nos empuja a encerrar la fe en el ámbito privado, sin símbolos, sin actos públicos, sin toques de campanas...) No, la fe es para vivirla y vivirla cada uno en su interior, pero también en su vecindario, en su puesto de trabajo, con sus amistades, en los colegios... todo bautizado es hijo de Dios, en camino de salvación, y si hijos de Dios hermanos unos de otros.

Hoy nuestras calles son «tierra de misión» y el sabernos y vivirnos como hijos de Dios es nuestra mejor catequesis, nuestro mayor testimonio.

También octubre es mes mariano, el mes del rosario, mañana celebraremos Nuestra Señora del Rosario. María es la primera creyente, la primer testigo, ejemplo y apoyo; siempre madre. También el próximo sábado celebraremos el Pilar, María sostén y apoyo del apóstol Santiago en su evangelizar por España (aprovecho para recordar que la Eucaristía la celebraremos también a las 11 h. de la mañana).

Señor, auméntanos la fe.
Que sepamos ser tus testigos allá donde estemos.
  
Feliz Domingo

Habacuc 1, 2-3; 2, 2-4
Salmo 94              R/. Ojalá escuchéis hoy la voz del señor: «No endurezcáis vuestro corazón».
Carta a los Timoteo 1, 6-8. 13-14
Evangelio de san Lucas 17, 5-10

 Fr. J.L.


domingo, 1 de septiembre de 2019

El camino correcto, la dirección contraria

XXII Domingo del Tiempo Ordinario (C)


El pasado domingo se nos hablaba de pasar por la puerta estrecha, como paso obligado de entrada en el Reino. Hoy las lecturas nos sugieren la misma idea, es la humildad lo que nos hace pequeños al mundo y grandes ante Dios.

Es muy humano -y por ello también muy eclesial- buscar los primeros puestos como los invitados al banquete de bodas del evangelio. En muy humano invitar para que luego nos inviten, dar para que nos den, hacer para que nos hagan... eso es lo que denuncia Jesús en el Evangelio.

San Benito en la Regla, que escribe para los monjes, en el capítulo VII va desarrollando doce grados, doce escalones por los que ir creciendo en humildad y empequeñeciéndose a uno mismo, y a los propios deseos, y al gran yo que todos llevamos dentro..., a base de autoconocimiento, de renuncia, y de mucha confianza en Dios y en los superiores. Hasta llegar a aquel amor de Dios que, por ser perfecto, echa fuera el temor; gracias a él, todo lo que observaba antes no sin temor, empezará a cumplirlo sin ningún esfuerzo, como instintivamente, por costumbre; no ya por temor al infierno, sino por amor a Cristo, por la costumbre del bien y por el gusto de las virtudes..(RB VII, 67...)

Pero es santa Teresa, la santidad más castiza de nuestro entorno, quien en su buscar a Dios, habla de la humildad como la actitud o virtud que nos hace encontrar a Dios sin tener que buscarlo, ya que es Dios mismo quien toma la iniciativa del encuentro en el humilde.

La humildad no nos rebaja, sino al contrario, nos da la verdadera grandeza pues al acercarnos a Dios, eso mismo nos eleva. Dice la Santa en la 6ª morada: Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad. y púsome delante -a mi parecer sin considerarlo, sino de presto- esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en Verdad. (10,7)

Con Teresa podemos pensar que la humildad es primeramente una virtud teologal, referida directamente a Dios, por la que podemos conocer a Dios igual que Dios nos conoce. Y no maneras artificiales de almas cobardes con amparo de humildad (Libro de la Vida 13,2) personas encogidas, acobardadas -dicen que por Dios o para Dios-, espíritus ñoños y melancólicos... pongamos, hijas, los ojos en Cristo, nuestro bien, y allí deprenderemos la verdadera humildad... (1M 2,11)

Verdadera humildad, viene a decir, nos hace grandes, magnánimos, fuertes (fuerza y poder es lo que significa el vocablo Virtud) y curiosamente humildad y generosidad suelen ir de la mano.

Nos lo decía la primera lectura del libro del Eclesiástico: Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor... Porque grande es el poder del Señor y es glorificado por los humildes.

Es la humildad el esqueleto de todas las virtudes: un amor sin humildad no ama por amor sino por interés, una esperanza sin humildad es simple presunción; un perdón sin humildad no es sino un atajo a la venganza... Más que una virtud, resume santa Teresa, es la esencia, la verdad de todas ellas, es la principal y las abraza a todas. (CV 4,4)

No sabemos qué cara se le quedó a quien invitó a Jesús a esta mesa, no sabemos lo que esperaba recibir a cambio, pero seguro que no esperaba las palabras de Jesús, el último párrafo dedicado a él enterito: Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos.

El banquete del Reino está preparado, y todos estamos invitados a participar en él. Quizás lo nuestro no sea ocupar puestos principales, sino servir esa gran mesa... Porque todo el que se enaltece será humillado; y el que se humilla será enaltecido.

Buen Domingo

Libro del Eclesiástico 3, 17-18. 20. 28-29
Salmo 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11 R/. Preparaste, oh Dios, casa para los pobres
Carta a los Hebreos 12, 18-19. 22-24a
Evangelio de san Lucas 14, 1. 7-14


Fr. J.L.

La cena en Emaús (1585). Paolo Caliari "El Veronés"
Museo del Louvre (París)


domingo, 28 de julio de 2019

Oración vivida

XVII Domingo del Tiempo Ordinario (C)


El tema que llena la Palabra de este domingo es la oración y principalmente la petición de los discípulos a Jesús, hecha grito en la Iglesia: Señor, enséñanos a orar.

Santa Teresa Jesús decía que orar es habla de amor con aquel que sabemos que nos ama. Y sólo en ese sentido podemos dirigirnos a Dios llamándole papá, incluso papaíto... habla de amor con aquel que sabemos que nos ama.

A lo largo del Antiguo Testamento encontramos muchos diálogos entre Dios y los hombre, entre los hombres y Dios.

Adán en el paraíso conversaba con Dios; Caín y Abel; Noé; Abrahán en ocasiones hasta impertinente, como en el relato que hemos escuchado en la primera lectura, que llega a parecer una subasta de la misericordia de Dios. También Isaac, incluso Agar -una mujer y esclava (cosas veredes en la historia de salvación de un Dios que ama a sus hijos) tiene una reparadora conversación de tú a tú con Dios. Jacob... todos los patriarcas tratan familiarmente con Dios recorriendo su propio camino de salvación.

Es con José -el de las vacas flacas y las vacas gordas-, penúltimo hijo de Jacob cuando cambia la forma de relación con Dios, ya no se encuentran, ni hablan personalmente... y aparece por sueños e intermediarios, los profetas, los videntes. Hasta que nos topamos con Moisés -de quien se dice que hablaba con Dios cara a cara-.

Con el rey David encontramos las formulas oracionales, los salmos con los que David eleva su oración a Dios y hoy seguimos cantando los monjes y toda la Iglesia.

Surgen los profetas, voz de Dios para el pueblo.

Y tiene que llegar Jesús, el Hijo de Dios, para poder llamar a Dios, papá; y como dice el Papa Francisco, esta es la clave de la oración: llamar a Dios papá; no se puede decir papá sin sentir la plenitud de esta palabra, pues todos somos hijos; al rezar a un papá, oramos a un Dios omnipotente que nos es cercano. Un Dios que nos ha dado la vida, como padre, que nos lleva de la mano; que nos conoce desde antes de nuestro nacimiento. Que es Padre nuestro, y eso nos hace hermanos los unos de los otros.

Señor, enséñanos a orar... Padre nuestro...

El radicalismo evangélico -nos decía nuestro antiguo Abad General hace ya unos años- es algo utópico y el Padrenuestro lo expresa a la perfección. ¡Hace ya dos milenios que los cristianos rezamos esta oración, no obstante: la voluntad del Padre no es cumplida, su Reino no viene y el reino del mal parece prevalecer por doquier! ¿Qué más utópico que trabajar y procurar pan abundante para todos, cuando la realidad es que vivimos en un mundo en donde un tercio de la población se muere de hambre y otro tercio no tiene lo necesario? ¿Qué más utópico que apostar por el perdón y perdonar para instaurar el Reinado de Dios, cuando vivimos en un mundo en donde la justicia no tiene en cuenta el perdón y muchas veces está al servicio de la violencia?

Recordemos que utopía no es equivalente a lo inexistente o lo irrealizable. El sentido profundo de la utopía consiste en: la crítica de lo que existe y la proclamación de un proyecto de lo que podría existir para gozo de todos. Una utopía genuina provoca la imaginación prospectiva para percibir en el presente algo todavía ignorado que se encuentra inscrito en él, y para orientar hacia un futuro mejor. La auténtica utopía sostiene además la esperanza por la confianza que da a las fuerzas inventivas del espíritu y del corazón humano.

Si todos los humanos creyéramos en Dios y nos comportáramos como hijas e hijos suyos, existiría la fraternidad universal, a nadie le faltaría el pan material y todos nos gozaríamos compartiendo el Pan espiritual. Si los cristianos oráramos y viviéramos como el Señor nos enseñó estaríamos más unidos, habría más comunión entre las iglesias, la religión no sería jamás el opio del pueblo, el mundo entero sería un cenobio y nosotros seríamos ya desde hoy las semillas de ese mundo nuevo. El que sea capaz de soñar, que sueñe.

Señor, enséñanos a orar... Padre nuestro...
Señor, enséñanos a vivir el... Padre nuestro...

Génesis 18, 20-32
Salmo 137, 1-2a. 2bc-3. 6-7ab. 7c-8 R/. Cuando te invoqué, Señor, me escuchaste
San Pablo a los Colosenses 2, 12-14
San Lucas 11, 1-13


Fr. J.L.


La Oración (1842) - Edouard Frère
Wolverhamptom Art Gallry (Reino Unido)

domingo, 26 de mayo de 2019

El Espíritu que nos da sentido


VI Domingo de Pascua (C)


La lectura evangélica que hemos escuchado, tienen todo su sentido escuchada ya al final de la Pascua, anunciando la presencia del Espíritu, en la Iglesia, en cada comunidad y en cada cristiano. Lectura que físicamente forma parte del discurso de la despedida de Jesús en la última cena, antes de su pasión.
Pero nosotros tenemos la suerte de oírla hoy, y escucharla ya habiendo recibido el Espíritu Santo. Espíritu que asiste y da sentido, que la gobierna iluminando a los sucesores de los Apóstoles y a cuantos formamos la Iglesia, que marca y llena toda vida cristiana.
También el Evangelio nos hablaba del amor relacional entre la unidad trinitaria; de la Palabra, que nos llega del Padre encarnada en el Hijo encarnado; de la paz que deja siempre el verdadero encuentro con la presencia de Dios entre nosotros...
Elementos todos que nos hacen ser pueblo de Dios, ciudad de Dios, semejante a la que nos describe la segunda lectura, del libro del Apocalipsis: una ciudad llena de esplendor cual refulgente piedra preciosa; rodeada de una muralla alta y fuerte, pero también embocada a todos los caminos, por sus doce puertas -una por cada tribu de Israel, el pueblo preferido por Dios- custodiadas por ángeles, orientadas a todos los puntos cardinales, abiertas a todos los pueblos, los de antes y los de ahora, representados en los doce basamentos nombrados con los nombres de los apóstoles -imagen de las nuevas doce tribus del nuevo pueblo de Dios, la expansión de la buena nueva del Evangelio a todos los pueblos, razas, culturas y lenguas-. En esta ciudad no hay templo, sencillamente porque no es necesario, simplemente porque todo es templo. Su Templo es Dios mismo que habita en medio de ella. Y la ilumina llenándola de su gloria, luz que ilumina a cuantos viven en la ciudad.
¿Un sueño?, ¿un ideal?,... ¡mucho trabajo le queda al Espíritu!
Tampoco debemos desanimarnos. Ya en los inicios de la Iglesia había problemas, había diferencias, había -como sigue pasando hoy- mucha intervención -por no decir caciquería- humana y poco dejar trabajar al Espíritu.
El libro de los Hechos de los Apóstoles de donde hemos escuchado la primera lectura, y que se nos ha leído y releído durante la Pascua nos lo dice muchas veces... nos cuenta los progresos de la incipiente comunidad eclesial y también los problemas, las diferencias entre sus miembros, los conflictos entre unos y otros.
Ya terminadas las campañas políticas y saturados de palabras y palabras y más palabras y no pocas promesas que no veremos cumplidas..., pensaba al encontrarme con este texto de los Hechos, que lástima, que nuestros políticos no se hayan topado con él. Creo que se podría aplicar en cualquier tendencia política: buscar el bien, aún más, lo mejor para todos, desechando alarmas e inquietudes innecesarias; decidir todos de común acuerdo -apóstoles, presbíteros con toda la Iglesia- en un diálogo franco y constructivo; asistidos por quien sabe más -preguntar es de sabios- que los reunidos y antes citados, el Espíritu Santo; sin querer imponer más cargas que las indispensables... (suena a campaña, ¿verdad?)
Vivir en Dios es facilísimo siempre que dejemos al Espíritu que sea Él quien guíe nuestra barca, nuestra vida, nuestra Iglesia.
El sueño de la nueva Jerusalén apocalíptica sería entonces una realidad factible.
Ven, Espíritu Santo, como Iglesia te necesitamos... te queda tarea.

Feliz Domingo

Hechos de los apóstoles 15, 1-2. 22-29
Salmo 66 R/. Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben
Apocalípsis 21, 10-14. 21-23
Juan 14, 23-29


Fr. J.L.



domingo, 28 de abril de 2019

Domingo de la misericordia

II Domingo de Pascua (C)


A los ocho días estando cerradas las puertas llegó el Señor y les dijo: "paz a vosotros".
Jesús lleva una semana resucitado... y los apóstoles una semana encerrados en el cenáculo... por miedo, por susto, por desconcierto, o macerados en la alegría que trae el Señor de la vida... el caso es que allí siguen y aunque han visto siguen sin entender, siguen encerrados en el cenáculo y también en si mismos.
Pero Tomás no estaba con ellos. No estaba con ellos, estaba fuera, quizás por se más valiente que los demás -encerrados por miedo- o porque había huido más lejos por lo que les pudiera pasar a los discípulos tras la muerte del maestro. El caso es que no estaba con ellos y cuando aparece y le cuentan no da fe. Él necesitaba constatar por si mismo, tocar y palpar, sentir la profundidad de las heridas de los clavos y la lanza, meterse por una llaga de muerte de la que brota la vida, como dicen los Padres de la Iglesia el costado abierto del Señor de donde brota la Iglesia.
Cristo Resucitado mantiene en su cuerpo glorioso las marcas de la pasión las llagas permanecen como signo de su amor por todos y según el Papa Francisco son indispensables para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad.
Llagas, de las que dice san Bernardo: En ellas habito con seguridad, sabiendo que él puede salvarme... yo tomo de las entrañas del Señor lo que me falta, pues sus entrañas rebosan misericordia. Agujerearon sus manos y pies y atravesaron su costado con una lanza; y, a través de estas hendiduras, puedo libar miel silvestre y aceite de rocas de pedernal, es decir, puedo gustar y ver qué bueno es el Señor... Pero el clavo penetrante se ha convertido para mí en una llave que me ha abierto el conocimiento de la voluntad del Señor... Un hierro atravesó su alma, hasta cerca del corazón, de modo que ya no es incapaz de compadecerse de mis debilidades. Las heridas que su cuerpo recibió nos dejan ver los secretos de su corazón; nos dejan ver el gran misterio de piedad, nos dejan ver la entrañable misericordia de nuestro Dios, por la que nos ha visitado el sol que nace de lo alto... No podría hallarse otro medio más claro que estas tus llagas para comprender que tú, Señor, eres bueno y clemente, y rico en misericordia. Nadie tiene una misericordia más grande que el que da su vida por los sentenciados a muerte y a la condenación. Luego mi único mérito es la misericordia del Señor. No seré pobre en méritos, mientras él no lo sea en misericordia...(De los sermones de san Bernardo, abad, sobre el libro del Cantar de los cantares (Sermón 61, 3-5: Opera omnia, edición cisterciense, 2, 1958, 150-151))
Llagas de las que brota vida y la misericordia infinita de Dios.
Pero volvamos a Tomás, que no estaba con ellos, no estaba en la comunidad, la comunidad apostólica, eclesial, parroquial, familiar, monástica, comunidad donde se le encuentra, donde se le ve, y se le toca.
Comunidad de la que nos habla la lectura que hemos escuchado del libro de los Hechos de los Apóstoles, de la que todos se hacían lenguas aunque no se atrevían a juntarse con ellos. Hacían signos, curaban, se reunían para orar... y el número de los creyentes crecía pues muchos de adherían a la fe. La vida de la primera comunidad era atrayente, primero y principalmente, por ser la presencia del Resucitado, después por vivir la fe en caridad y a caridad encarnada.
No ocurre ahora lo mismo, o sí. Creo firmemente que nuestra Iglesia mantiene la presencia del Crucificado, vive la fe encarnada en caridad, las cifras dicen bastante: La Iglesia reparte su misericordia en 5393 hospitales, 16536 dispensarios, 678 leproserías, 14432 residencias de ancianos, 8968 orfanatos, 11675 jardines de infancia, incontables los millones de voluntarios que colaboran en mil atenciones.
También están, y aparecen mucho más en los medios aunque sean menos, los que por su actitud, abusos de cualquier tipo, el apego al dinero, las dobles vidas... lógicamente esto no atrae, más bien espanta. Son otras heridas abiertas en el cuerpo del Señor que es la Iglesia, miembros de la Iglesia necesitados de perdón y misericordia.
Misericordia de la que todos podemos dar y esperamos recibir. Llagas por curar que de muerte dan vida. Que Jesús como entonces se haga presente en nuestras comunidades y nos deje su paz. y nos llene de alegría.

Hechos de los apóstoles 5,12-16
Sal 117,2-4.22-24.25-27a R/. Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia
Libro del Apocalipsis 1,9-11a.12-13.17-19
San Juan 20,19-31

Fr. J.L.



domingo, 24 de marzo de 2019

Tiempo y medios que nos da Dios


III Domingo de Cuaresma (C)


Corremos y recorremos el tiempo de cuaresma, sin casi darnos cuenta estamos por la mitad, tercer domingo de cuaresma.
El evangelio que hemos escuchado nos deja dos temas en el aire: por una parte el por qué del mal, de la desgracia, por qué a unos les pasan cosas que no pasan a otros (los galileos que mató Pilato entre los sacrificios del templo de Jerusalén y aquellos que murieron aplastados por la torre de Siloé).  Esta misma semana llamaba una señora para encargar unas misas gregorianas por su hija, fallecida este pasado verano con 38 años, ejerciendo una carrera que la gustaba, con sus proyectos de pareja, feliz con su vida... y un día, se acabó. Me decía esta mujer "ya me podía haber muerto yo en vez de ella, con lo llena de vida que estaba, con lo que tenía aún por vivir..." Compasión, pasar con, pasar por.
Pero en el evangelio parece que los que preguntan a Jesús quieren encontrar razones por qué pasa, por qué a estos si y a otros no, ¿acaso eran más culpables que los demás habitantes de Jerusalén?
No se si tenían alguna culpa o no, pero sí que Dios no es indiferente al padecimiento de su pueblos, nos lo decía la primera lectura: “He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos. He bajado a librarlo... "
Dios se compadece, perdona, Dios nos busca, la parábola de higuera estéril que hemos escuchado hoy nos lo recuerda, idea que llevamos escuchando en los evangelios de toda la semana pasada: compasión; igualdad; servir y entregarse; Lázaro y el rico; la justicia del señor de la viña para con los labradores homicidas; y ayer el corazón del padre bueno del hijo pródigo.

Pero volvamos al evangelio de hoy. Nuestra separación de Dios supone siempre esterilidad de vida y de frutos, esterilidad existencial en esencia. Con todo Dios no tiene tiempo y por lo tanto tampoco prisa, nos da espacio de conversión , de volver, de dar frutos... Una espera en esperanza, una espera para no quedarse sentados, el cavado y abonado de la higuera supone una colaboración de nuestra parte. Nos hace responsables de nuestra propia salvación, corresponsables con Él. Ni todo lo hace Dios, ni todo los hacemos nosotros, ambas actitudes en exclusiva se han considerado heréticas a lo largo de la historia.

¿Qué hacer?, ¿cómo cavar y abonar nuestra higuera? ¿cómo colaborar en nuestra propia salvación? Las prácticas de la Cuaresma son conocidas: la oración, el ayuno y la abstinencia, la limosna.

Dejo a san Bernardo que nos de su versión del ayuno, el ayuno de nuestros sentidos: Ayune pues el ojo que saqueó al alma, ayune el oído, ayune la lengua, ayune la mano, ayune también el alma misma. Ayunen los ojos de miradas curiosas, y de toda licencia, para que dichosamente humillados, si antes vagaban infelizmente en la culpa, estén ahora refrenados en la penitencia. Ayune el oído, que tenía una ansia desordenada de oír, de las fábulas, y rumores, de todo lo que sea ocioso, y no pertenezca de algún modo a la salud del alma. Ayune la lengua de la detracción y murmuración, de las palabras vanas, inútiles y de risa: algunas veces también por el respeto de la gravedad del silencio, ayune aun de aquellas, que otro tiempo pudieran parecer necesarias. Ayune la mano de las señales ociosas, y de todas las obras, que no sean mandadas: pero ayune mucho más el alma misma de los vicios y pecados, y de la propia voluntad. Pues sin este ayuno todos los demás son reprobados por Dios, como está escrito: Porque en los días de vuestros ayunos se encuentra vuestra voluntad. (Sermón III sobre la Cuaresma)
El camino esta abierto delante de nosotros, confiemos en la misericordia del Señor, que es compasivo y misericordioso, más que en nuestras fuerzas; nos lo dice san Pablo: el que se cree seguro, ¡cuidado!, no caiga.
Seamos compasivos como Dios es compasivo; seamos pacientes con los otros y con nosotros mismos. Volvamos al Señor, espera nuestros frutos, frutos abundantes, frutos de buenas obras.

Exodo 3, 1-8a. 13-15
Salmo 102 R/. El Señor es compasivo y misericordioso.
I Carta de San Pablo a los Corintios 10, 1-6. 10-12
Lucas 13, 1-9


Fr. J.L.

Parábola de la higuera estéril (1840) Grabado de Jan Luyken para la Biblia Bowyer
Bolton Museum (Lancaster, Reino Unido)

miércoles, 13 de marzo de 2019

Funeral de M. Cecilia

Monasterio de las Huelgas de Burgos

14 de marzo de 2019


Cada vez que participo en un funeral de una monja o de un monje me vienen muchos recuerdos y emociones encontradas.
San Benito, en su Regla, la Regla que seguimos los monjes y las monjas cistercienses, organiza la vida de los monasterios bajando a detalles minuciosos en cantidad de detalles: sobre los momentos de oración (cómo, dónde, cuándo...), sobre la comida, la bebida (horas, cantidades, variedades...), la ropa, las salidas del monasterio, el trabajo manual, la lectura, los horarios...
Curiosamente nada dice de la muerte de un miembro de la comunidad. Daría la impresión de que en la vida monástica, como debería ser en toda vida cristiana, la muerte está asumida e integrada. El que: "él nos lleve a todos juntos a la vida eterna" con que termina el capítulo 72 nos da la pista: la comunidad es para nosotros la herramienta de salvación, taller, altar, calvario.
A lo largo de la prolongada vida monástica de nuestra hermana Cecilia ha tenido ocasión de gozar y sufrir, de vivir lo que es la comunidad.
Desde un pueblo llamado La Aldea, un pueblo que parece sin nombre propio, una chavalita de 17 años, llegó a Burgos, y Burgos significa pequeña ciudad, en la alta edad media cualquier asentamiento de población; nuestra hermana Cecilia salió de un pueblo sin nombre a una ciudad anónima.
Desde su sencillez de niña, de la gente sencilla de la que nos habla el evangelio, fue empapándose de Dios. Lo que recibió en el bautismo, creció en la confirmación, y reavivó por su profesión monástica. Su entrega en la vida diaria pasó por el acompañamiento del coro con el órgano, la sacristía, la ropería...  hasta que la enfermedad la fue retirando de la vida ordinaria. Con todo rezumaba lo aprendido con los años, la obediencia (siempre a la vera de M. Mercedes), la asiduidad al oficio, su colaboración en el lavadero, el estar con la comunidad, dándose sin medida, por sus hermanas de comunidad, al Dios que bien sabía, como Job que: mi defensor está vivo y que al final se levantara a favor del humillado; de nuevo me revestiré de mi piel y con mi carne veré a mi Dios; yo mismo lo veré.
Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Te damos gracias, Padre, por la vida de nuestra hermana Cecilia, por su entrega, por sus muchas horas ante al sagrario, por su sonrisa, por sus formas de decir (que -por lo menos yo- nunca sabía si hablaba en serio o en broma) Te damos gracias, Padre, por que siguiendo a Cristo, como Él, cargó con su yugo y aprended de él, que es manso y humilde de corazón, y encontró en él su descanso. Y aprendió y nos enseñó que su yugo es llevadero y su carga ligera.
M. Cecilia, descansa en paz.

Lectura del libro de Job 19:1,23-27
Salmo 26 R/. El Señor es mi luz y mi salvación.
Lectura de la carta del Apóstol San Pablo a los Romanos 6, 3-9
Mateo 11:25-30

Fr. J.L.


Madre Cecilia Villa Fresno
"Jesús, yo soy toda tuya,toda tuya y para siempre” 

sábado, 16 de febrero de 2019

Dichosos... Ay de vosotros


VI Domingo del Tiempo Ordinario (C)


Cuando hace unos días leí el Evangelio de hoy para ver que os podía contar, pensé: "bien, las bienaventuranzas, es fácil, es la esencia, el resumen de la enseñanza de Jesús"; pasados dos días las volví a leer me dije: "Sí, son la esencia, por eso son tan exigentes"
Además los textos evangélicos nos presentan dos versiones de las bienaventuranzas, las de Mateo y las que hemos escuchado hoy de Lucas. Mateo las sitúa en lo alto del monte, lugar característico del encuentro con Dios y por eso parecen más espirituales: Los pobres son de Espíritu, el hambre es de justicia... son más, nueve y un final conclusivo que sabe a décima, todas positivas y estimulantes.
Las bienaventuranzas proclamadas hoy, las de Lucas, lanzadas como flechas -como con saña- a nuestras conciencias, en el llano, después de bajar del monte Jesús con los doce. Y los pobres son de verdad pobres, el hambre es hambre que resuena en las tripas, los lloros amargo llanto, y lo mismo el odio, las exclusiones, los insultos y las proscripciones, como se dice en Castilla: al pan pan y al vino vino.
Pobres enfrentados a otros ricos, ay de vosotros los ricos, que en su bienes tienen su consuelo. Hambrientos opuestos a saciados, que pasaran hambre. Alegres, que harán duelo y llorarán.
Nos han tocado las duras, las encarnadas, sin aditivos ni anestesias. Solamente la causa que las produce puede ser el punto de esperanza, si son: por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
La alusión a los profetas y lo que los antepasados hacían con ellos nos invita a sentirnos profetas nosotros también, a ir contra corriente en un mundo que casi siempre va a la deriva, sin saber a dónde se dirige, donde hay ricos y pobres, saciados y hambrientos; odiados, insultados, perseguidos... frente a otros indignamente adulados y no pocas veces incensados -por los mismos eclesiásticos- por sus teneres y poseeres.
Quizás este ir contra corriente, nos lo aclare la primera lectura. Como si de una fotografía se tratara vemos primero el negativo y después el positivo: la diferencia entre quien confía en el hombre y en el Señor es como la diferencia entre un cardo plantado en el desierto, tierra árida, salobre e inhóspita y un árbol bien enraizado junco a corrientes de agua, que no siente el verano ni la sequía, sino que permanece verde y no deja de dar fruto.
Pobrezas, hambres, lloros, odio, exclusiones, insultos, proscripciones... por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, porque vuestra recompensa será grande en el cielo.
Nos lo recuerda san Pablo en el breve trozo que hemos escuchado de la primera carta a los Corintios: el sentido de nuestra fe, y el sentido de nuestra vida es Cristo y éste resucitado, y por su causa podremos aguantar todo contratiempo, toda oposición, todo maltrato y menosprecio.
Hoy ser cristiano, y ser cristiano practicante no está de moda, no es guay a los ojos del mundo. Seguramente no nos facilitará la vida laboral, ni las relaciones con los amigos, a veces ni con la propia familia. Pero ser creyente en medio del mundo es fermentar la masa desde dentro. es gritar con la propia vida, cuestionar como los antiguos profetas. Me viene a la memoria la oración de san Francisco de Asís, un cristiano en esencia, un profeta que cuestionó en su tiempo y sigue cuestionando:

¡Señor, haz de mí un instrumento de tu paz!
Que allí donde haya odio, ponga yo amor;
donde haya ofensa, ponga yo perdón;
donde haya discordia, ponga yo unión;
donde haya error, ponga yo verdad;
donde haya duda, ponga yo fe;
donde haya desesperación, ponga yo esperanza;
donde haya tinieblas, ponga yo luz;
donde haya tristeza, ponga yo alegría.
¡Oh, Maestro!, que no busque yo tanto 
ser consolado como consolar;
ser comprendido, como comprender;
ser amado, como amar.
Porque dando es como se recibe;
olvidando, como se encuentra;
perdonando, como se es perdonado;
muriendo, como se resucita a la vida eterna.

Solo el creyente que mira de frente a Dios, que se pone en sus manos, que se deja hacer por Él siente que vale la pena serlo, que es estupendo, magnífico, formidable, óptimo, fantástico, excelente, sensacional...(todos sinónimos de guay)
Dichoso el que se goza en la ley del Señor y la medita noche y día... el Señor protege el camino de los justos...
Dejemos al Señor formar parte activa de nuestras vidas, formemos nosotros parte de la suya y nuestras vidas tendrán sentido y darán fruto.

Profeta Jeremías 17, 5-8
Salmo 1 R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
I Carta de San Pablo a los Corintios 15, 12. 16-20
Lucas 6, 17. 20-26

Fr. J.L.

Le sermon sur la montagne (1895-1897). James Tissot
Museo de Brooklyn


lunes, 14 de enero de 2019

Hijos amados, en quien Dios se complace


Bautismo del Señor (C)


Celebramos el bautismo de Jesús, el evangelio nos ha narrado el momento en que Jesús se acerca a recibir el bautismo de manos de Juan, entre la gente que buscaba en este bautismo un modo de conversión. Pero el bautismo de Jesús quedó marcado por la presencia del Espíritu en forma de paloma, y la voz del cielo que dice: Tu eres mi Hijo, el amado; en ti me complazco.
Antes el mismo evangelio nos relata la pregunta que se hacían en su interior la gente sobre Juan y la repuesta da éste al pueblo: Yo os bautizo con agua; pero viene el que es más fuerte que yo, a quien no merezco desatarle la correa de sus sandalias. Él os bautizará con Espíritu Santo y fuego.
Como cantamos en las antífonas del oficio de este día y hemos escuchado en las lecturas de vigilias: un soldado bautiza a su Rey, el siervo a su Señor, Juan al Salvador...  el mundo al revés al que Dios nos tiene acostumbrados.
El pasado domingo celebrábamos la Epifanía, la mostración, la manifestación de Jesús a todos los pueblos representados en los tres magos, representantes a su vez de tres culturas diversas y lejanas. Hoy, en su bautismo la epifanía se hace teofanía, el mismo Jesús, ya adulto (litúrgicamente hemos pasado treinta años en una semana) es mostrado como Hijo de Dios, predilecto, amado, motivo de complacencias.
Rememorar el bautismo de Jesús nos debe llevar a recordar nuestro propio bautismo. bautismo en el nombre de Jesús, bautizados con Espíritu Santo y fuego.
A menudo el Papa Francisco pregunta a sus oyentes si conocen la fecha de su bautismo; ¿vosotros conocéis la fecha del vuestro? Seguramente, la mayoría de nosotros fuimos bautizados de niños y recordarlo no será fácil. Cada vez es más común encontrarse con gente que se ha bautizado a una edad madura en adolescencia o juventud ya por su propia decisión... que casi siempre lo recuerdan con gran gozo.
La fecha de nuestro bautismo es aquella en que cada uno de nosotros nacimos a la familia de la fe, fecha en que pasamos de ser creatura de Dios a ser sus hijos, e hijos en -como en Jesús- amados y en los que el Padre se complace.
Por el bautismo nos incorporamos a la Iglesia con todo derecho y obligaciones, nacimos a la vida de Dios y comenzamos a participar del misterio pascual de Cristo.
Si recordáis el rito del bautismo es el momento en que se nos impone el nombre -aunque ya esté anotado en el registro- nombre, que hasta no hace mucho era necesariamente del santoral o precedido o seguido de un María. Por primera vez se nos signa con la señal de la Cruz, y no solo el sacerdote, también los padres y padrinos. Se pide seamos liberados del mal, participes del Reino de la luz y templos de Dios donde habite el Espíritu Santo. Se unge nuestro pecho con óleo, como medicina y fortaleza para la pelea de la vida. Se renuncia al mal y se profesa la fe que nos une. Se reciben las aguas bautismales en nombre de las tres Santas Personas del la Trinidad -también en nuestro bautismo hubo teofanía-. Somos ungidos en la coronilla con el Crisma y constituidos por esta unción sacerdotes, profetas y reyes -aceptando toda la tradición del Antiguo Testamento- (el crisma solo lo volveremos a recibir en la confirmación, esta vez en la frente. Los presbíteros en su ordenación en las manos y los obispos, tres veces en la cabeza, en la ordenación episcopal) Después somos revestidos de blanco -para mi gusto demasiado simbólicamente- como señal de la limpieza de alma lograda en las aguas bautismales. Se nos comparte la luz de la Pascua representada en el cirio pascual que desde ese momento debe guiar nuestras vidas. Se puede hacer el rito del effeta, con una formula de lo más explicita: el señor Jesús, que hizo oír a los sordos y hablar a los mudos, te conceda, a su tiempo, escuchar su Palabra y proclamar la fe, para alabanza y gloria de Dios Padre. Para concluir se reza, junto a la familia de la fe, el Padre nuestro y se concluye con una múltiple bendición.
Recibir el bautismo de niños supone que antes o después debemos ser concientes de ello y aceptar en nuestras vidas la presencia de Dios; sabernos hijos amados de Dios, en quien tiene sus complacencias y actuar en consonancia. Salir de las aguas, como Jesús, impulsados a instaurar el reino de Dios, reino de paz y justicia, reino de amor y verdad.
Recordemos nuestro bautismo y como Jesús sintámonos gozosos por ser predilectamente amados por Dios.
Feliz Domingo

Isaías 42,1-4. 6-7
Salmo 28 R/. El Señor bendice a su pueblo con la paz.
Hechos de los Apóstoles 10, 34-38
San Lucas 3, 15-16. 21-22


Fr. J.L.

El bautismo de Cristo (1470/1475). Andrea del Verrocchio 
(algunas partes del lienzo se atribuyen a Leonardo da Vinci)
Galeria Uffizi (Florencia, Italia)