XIV Domingo del Tiempo Ordinario (C)
Hoy la Palabra nos habla de alegría, o mejor del gozo que rezuma quien está cerca del Señor, el que cumple sus mandatos, el que sigue sus senderos.
Quien está con el Señor, festeja, goza, se
alegra, gusta delicias, encuentra consuelo, florecen los huesos como un
prado... ¿rejuvenece?
Quien está con el Señor es una criatura
nueva, que ve con ojos nuevos, siente con corazón nuevo... Donde hay odio,
rencor, envidia, rabia, mal humor, tristeza... no hay Cristo, su puesto está
ocupado por el yo, yo, yo y todo el mundo gira en torno a uno mismo, y si
hacen... porque "me" hacen y si no hacen... porque no "me"
hacen. Como dice San Pablo en adelante
que nadie me venga con molestias, todo lo que podamos pasar, como también
recuerda San Pablo, no es nada comparado con la Cruz de nuestro Señor
Jesucristo.
¿Qué es lo que nos da alegría?, ¿dónde
ponemos nuestra esperanza?, ¿por qué o por quién hacemos las cosas... por los
demás, por mí mismo, por Dios? Si es por los demás, el gozo durará lo que la
compañía; si es por uno mismo, será una triste y solitaria celebración; si la
razón de nuestro ser y hacer es Dios, nuestra alegría será inmensa,
desbordante, transmisible y transformadora... y no por el hecho en sí, sino porque vuestros nombres están inscritos en
el cielo.
El mundo es hostil, lo era y lo sigue
siendo, pero quien va de parte de Dios no necesita grandes medios; lo justo y
su paz, y lo que haya habrá y lo que no, no; pero tampoco será un gran problema
si hacemos que el centro del mundo ni sea un "yo mismo"... nos
recuerda algo del cristocentrismo de hace dos semanas.
El reino y su paz es para quien lo quiere,
no se puede imponer, son sus frutos los que atraen, son ellos los que dan
sentido a nuestra vida.
Isaías 66, 10-14c.
Salmo 65 R/. Aclamad al Señor, tierra entera
Carta a los Gálatas 6, 14-18
San Lucas 10, 1-2. 17-20
Carta a los Gálatas 6, 14-18
San Lucas 10, 1-2. 17-20
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