martes, 12 de octubre de 2021

El acueducto...

 Nuestra Señora del Pilar

 

Crónicas 15, 3-4.15-16; 15, 1-2

Salmo 26              R.- El Señor me ha coronado, sobre la columna me ha exaltado

Lucas 11, 27-28

 

 

Como el arca de la alianza se coloca en medio de la tienda; así María está en medio de los apóstoles después de la Ascensión de Jesús, aglutinando y orando en comunión.

El Pilar... la columna central que sostiene el edificio apostólico; que mantiene la fe del pueblo; que anima al Apóstol Santiago a seguir anunciando a Cristo hasta el fin de la tierra, hasta el fin de sus días...

María centro de la Iglesia, la apostólica, la del principio y la de ahora que peregrina no pocas veces sin un rumbo definido, como el Apóstol en Cesaraugusta a las orillas del Ebro.

María es la portadora de la Palabra, la primera discípula, la primera que indica dónde está el Hijo de Dios, que es su hijo. Por eso podemos cantar con confianza en el himno del oficio de este día: desde tu columna oteas, diriges, sostienes, alientas, proteges y guías al pueblo que peregrina, estos tus hijos.

María siempre intercesora. San Bernardo, nos dice en el que se ha dado en llamar el sermón del acueducto: “... necesitamos un mediador ante el Mediador mismo y María es la más capaz de cumplir este oficio de caridad. Por medio de ella vino Jesucristo a la tierra y por ella debemos nosotros de ir a su divino Hijo. Si tememos ir directamente a Jesucristo nuestro Dios a causa de su infinita grandeza y de nuestra pequeñez o pecados, imploremos con filial osadía la ayuda e intercesión de María, nuestra Madre”.

San Alfonso María de Ligorio, siguiendo la misma idea, llama a María directamente: acueducto, porque Nada quiso Dios que tuviéramos, que no pasase por manos de María.  

Decía Papa Francisco en una catequesis hace unos años que en la iconografía cristiana la presencia de María está en todas partes, y a veces con gran protagonismo, pero siempre en relación al Hijo y en función de Él. También las Iglesias de Oriente la han representado siempre, a menudo como la Odigitria, aquella que indica el camino, es decir a su Hijo Jesucristo, camino, verdad y vida. Sus manos, sus ojos, su actitud son un “catecismo” viviente y siempre apuntan al fundamento, el centro: Jesús. María está totalmente dirigida a Él hasta tal punto, que podemos decir que es más discípula que Madre. Así lo enseña la mariología. Así lo dice San Agustín: María concibió antes en su mente que en su vientre, en Ella precedió la fe a la concepción.

María se caracteriza por ser humilde sierva del Señor, este es el papel que ha ocupado durante toda su vida terrena y que conserva para siempre. En los Evangelios, ella parece casi desaparecer; pero vuelve en los momentos cruciales, como en Caná, cuando el Hijo, gracias a su intervención atenta, realizó la primera señal y después en el Gólgota, a los pies de la cruz. Jesús extendió la maternidad de María a toda la Iglesia cuando se la encomendó al discípulo amado, poco antes de morir en la cruz: Desde ese momento – dice el Papa Francisco – todos nosotros estamos colocados bajo su manto, como se ve en ciertos frescos y cuadros medievales, como muchas órdenes religiosas son representadas.

María siempre presente y protectora. Podemos rezar con san Bernardo:

Si te sientes lejos de la tierra firme, arrastrado por las olas de este mundo, en medio de las borrascas y de las tempestades, si no quieres zozobrar, no quites los ojos de la luz de esta Estrella, invoca a María.

Si se levantan los vientos de las tentaciones, si tropiezas en los escollos de las tribulaciones, mira a la Estrella, llama a María.

Si eres agitado por las ondas de la soberbia, si de la detracción, si de la ambición, si de la emulación, mira a la Estrella, llama a María.

Si la ira, o la avaricia, o la impureza impelen violentamente la navecilla de tu alma, mira a María.

Si, turbado a la memoria de la enormidad de tus crímenes, confuso a la vista de la fealdad de tu conciencia, aterrado a la idea del horror del juicio, comienzas a ser sumido en la sima del suelo de la tristeza, en los abismos de la desesperación, piensa en María.

En los peligros, en las angustias, en las dudas, piensa en María, invoca a María. No se aparte María de tu boca, no se aparte de tu corazón; y para conseguir los sufragios de su intercesión, no te desvíes de los ejemplos de su virtud.

No te extraviarás si la sigues, no desesperarás si la ruegas, no te perderás si en Ella piensas. Si Ella te tiende su mano, no caerás; si te protege, nada tendrás que temer; no te fatigarás, si es tu guía; llegarás felizmente al puerto, si Ella te ampara. 

 

Feliz día.

 

fr. jl

 


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