jueves, 20 de enero de 2022

Toda pura eres María...

 

INMACULADA CONCEPCIÓN

8 de diciembre 2021

 

Lectura del libro del Génesis 3, 9-15. 20

Salmo 97, 1. 2-3ab. 3c-4                   R/. Cantad al Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas

San Pablo a los Efesios 1, 3-6. 11-12

San Lucas 1. 26-38

 

 

Celebramos la Inmaculada Concepción de María

Cuatro son los personajes que el adviento nos presenta como guías y modelos en la espera del Señor: Isaías, cuyas profecías alusivas al Mesías vamos escuchado a lo largo de todo el adviento; Juan el Bautista, el precursor, la voz que clama en el desierto preparad un camino al Señor... ; María la Madre que espera el nacimiento de un hijo del que sabe que no sabe, del que le han dicho -que de él hablaron los antiguos profetas- pero no entiende, un hijo que lleva en su seno y es Hijo de Dios...; y por último san José, el esposo de María.

Pero hoy solo brilla María. María, la toda pura en su confiada espera del Salvador, como símbolo de lo que nosotros querríamos ser, de lo que nosotros deberíamos ser. María en la anunciación, en la visitación, en su concepción inmaculada, es la Virgen del Adviento, la Virgen de la espera y de la esperanza.

El espíritu de nuestro Adviento, el litúrgico y aquel otro que abraca toda la vida en la tierra, es vivir con María, la realidad divina que lleva en sus entrañas.

El relato de la anunciación se sitúa en una casa humilde, de un pueblo perdido; choca de lleno con la lista de datos que el domingo nos daba este mismo evangelista, san Lucas, para situar al Bautista. El saludo del ángel va dirigido a una virgen toda fiel a Dios que pertenecía al pueblo de los pobres de Israel. El ángel la llama llena de gracia, porque goza de todo el favor de Dios. Se convertirá en la madre de Jesús, el Emmanuel, que significa Dios salva. Su concepción será obra del Espíritu de Dios. Ella es la sierva del Señor.

Para los cristianos, María es la Madre que concibe y da el fruto; la Dolorosa colmada de pesares injustamente infligidos, y la Purísima, inmune a todo pecado por una gracia singular de Dios.

El Magisterio de la Iglesia nos dice que: María para ser la Madre del Salvador fue dotada con dones a la medida de una misión tan importante (LG 56) El ángel Gabriel en el momento de la anunciación la saluda como llena de gracia -como hemos escuchado en el evangelio- (Lc 1, 28) En efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación era preciso que ella estuviese totalmente conducida por la gracia de Dios. (CIC 490)

A lo largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María llena de gracia por Dios (Lc 1, 28) había sido redimida desde su concepción. Es lo que confiesa el dogma de la Inmaculada Concepción -que hoy contemplamos, que hoy celebramos-, proclamado en 1854 por el Papa Pío IX:«... la bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano (Pío IX, Bula Ineffabilis Deus: DS, 2803) (CIC 491)

Contemplar a María sin mancha, purísima, llena de gracia, nos lleva a la intención de Dios de hacer una nueva creación, partiendo de una mujer sencilla, encarnada en el pueblo, madre de los creyentes por la palabra recibida y cumplida, figura de liberación y de vida en libertad, modelo de compromiso. Simplemente: María.

Que sepamos, como María, dar nuestro sí confiado al Señor; que con su misma confianza nos abandonemos en las manos de Dios; y que con Ella y todos los convocados en la fe hagamos con nuestras vidas un cielo nuevo y una tierra nueva ya aquí y ahora.

 

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